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Ahí estaba ya: un ligero zumbido atravesándole el cerebro.

      –Bien. Normalmente estarías en la oficina, pero en cambio... –Dakota suspiró–. Tu entrevista. Ha sido hoy.

      –¡Ajá! –miró hacia la barra deseando que Jo se diera prisa.

      –Tendría que haber salido bien –dijo Montana, tan leal como siempre–. ¿No sabía el señor Janack lo cualificada que estás? Necesita a alguien con tu experiencia para ocuparse del factor local. Además, estás muy guapa.

      Nevada inhaló el aroma de las tortillas y del queso y su estómago bramó. No había almorzado porque los nervios provocados por la entrevista la habían obligado a seguir trabajando.

      –¿Qué ha pasado? –preguntó Dakota, al parecer menos interesada que su hermana en el aspecto de Nevada–. ¿Por qué crees que la entrevista no ha ido bien?

      –¿Qué te hace pensar que yo creo eso? –preguntó Nevada, sintiendo cómo el zumbido tomaba fuerza con cada segundo que pasaba. Incluso así, cuando Jo le llevó la segunda copa, dio un gran trago.

      –Verte beber así ha sido la primera pista.

      Tener una hermana psicóloga era un arma de doble filo.

      –No quiero hablar de ello. Si quisiera, habría ido a veros a las dos, pero no lo he hecho. Estoy aquí emborrachándome. Dejadme tranquila.

      Sus hermanas se miraron y, si Nevada se paraba a pensarlo, probablemente descubriría en qué estaban pensando ellas. Después de todo, genéticamente eran iguales. Pero ahora mismo lo único que le preocupaba eran los olores que emanaban de la cocina de Jo.

      –Nevada... –comenzó a decir Montana con una suave voz.

      No hizo falta más. Una sola palabra. ¿Por qué no podía ser como el resto de la gente y odiar a su familia? En ese momento, un buen distanciamiento le parecía el plan perfecto.

      –De acuerdo –refunfuñó–. La entrevista no ha sido con el señor Janack, Elliot, el padre. Ha sido con Tucker.

      –¿El chico que era amigo de Ethan? –preguntó Dakota como si no estuviera segura del todo, y era normal, teniendo en cuenta que solo lo había visto en una ocasión, un verano cuando eran niños.

      –No lo entiendo –dijo Montana–. ¿Ahora lleva la empresa?

      –Dirige todo el proyecto –respondió Nevada sin dejar de mirar la puerta de la cocina.

      –¿Y por qué es un problema? –preguntó Dakota.

      Nevada abandonó toda esperanza de recibir su comida pronto y miró a sus hermanas.

      –Conozco a Tucker. Cuando me marché a la universidad, Ethan me dijo que lo buscara y lo hice.

      –De acuerdo –interpuso Montana algo confundida–. ¿Pero entonces no es bueno el hecho de que lo conozcas?

      –Me he acostado con él. Y, como entenderéis, eso hace que la entrevista resulte muy incómoda.

      Jo apareció con la quesadilla y varias servilletas. Dejó el té de hierbas delante de Dakota y le entregó a Montana su cola light antes de dejar una cesta de patatas fritas y un cuenco de ensalada en el centro de la mesa.

      Nevada agarró una porción de quesadilla y le dio un mordisco ignorando las miradas de asombro de sus hermanas.

      –Pero hoy no –susurró Montana–. ¡No estarás diciendo que te has acostado hoy con él!

      Nevada terminó de masticar y tragó.

      –No. No he mantenido sexo durante mi entrevista. Fue antes. En la universidad.

      Comió un poco más mientras sus hermanas la miraban expectantes. Montana fue la primera en romper el silencio.

      –¿Qué pasó? No nos lo habías contado nunca.

      Nevada se limpió las manos con una servilleta y dio un sorbo a su bebida. Ahora el zumbido era más fuerte y eso haría que expusiera su secreto con mayor facilidad.

      –Cuando me fui a la universidad, Ethan me pidió que buscara a Tucker porque estaba trabajando por la zona.

      Aunque sus hermanas y ella habían estado extremadamente unidas, habían tomado la decisión de ir a universidades distintas, y esos cuatro años separadas les habían dado la oportunidad de afirmar sus identidades. Y mientras que en su momento había parecido una buena idea, ahora se preguntaba si las cosas habrían ido mejor de haber estado sus hermanas cerca.

      –No me interesaba especialmente pasar algo de tiempo con un amigo suyo, pero no dejaba de insistir, así que lo hice y Tucker y yo quedamos en vernos.

      Aún recordaba el momento en que entró en la enorme sala del complejo industrial. Los techos probablemente medían unos diez metros y entraba mucha luz por todas las ventanas. Había una gran plataforma en el centro y una bella mujer sosteniendo un soplete. Pero lo que le había llamado la atención era el hombre que se encontraba también en aquella plataforma. Ese Tucker, ya maduro, se parecía poco al chico que recordaba.

      –Fue una de esas cosas que pasan –dijo después de darle otro bocado a la quesadilla, masticar y tragar–. Lo miré y caí rendida. No tuve elección.

      Montana se inclinó hacia ella.

      –Pues eso no es algo malo.

      –Lo es cuando el tipo en cuestión está locamente enamorado de otra. Tenía novia. Yo estaba loca por él y él lo estaba por otra y quería ser mi amigo. Fue un infierno.

      –¿Quién era ella? –preguntó Dakota–. ¿Otra estudiante?

      Nevada se encogió de hombros.

      –No importa –de ningún modo pronunciaría su nombre porque existía la posibilidad de que lo reconocieran y ella no quería hablar de Cat–. Salí con ellos unas cuantas veces, pero después no pude soportarlo más y me distancié. Una noche me enteré de que habían roto y fui a ver a Tucker. Estaba muy borracho y tuvimos una relación sexual bastante mala.

      No mencionó que básicamente ella se había abalanzado sobre él y que le sorprendía que él se acordara de que había estado con ella porque, después de todo, había pronunciado el nombre de Cat en el momento crucial.

      Suspiró.

      –Fue un desastre. Volvieron, yo me quedé destrozada y eso fue todo. No volví a verlo. Hasta hoy.

      Pero había mucho más porque el hecho de que Tucker hubiera elegido a Cat antes que a ella la había hundido, aunque eso no había sido ninguna sorpresa en realidad porque Cat era preciosa y habían estado juntos antes. Aun así, le había partido el corazón y se sentía humillada y, por si eso fuera poco, el sexo con él había sido espantoso. Tanto que había esperado casi tres años antes de arriesgarse a volver a intimar con nadie.

      –Quería el trabajo –dijo levantando su vaso–. Quería esa oportunidad.

      –No sabes que no te vaya a contratar –le dijo Montana–. Eres la mejor candidata.

      –No creo que eso sea un factor decisivo.

      Dakota le dio un sorbo a su té.

      –¿Ha sido duro volver a verlo?

      –Ha sido un gran impacto. Me esperaba encontrarme a su padre, aunque eso no es lo que estás preguntándome, ¿verdad?

      –No.

      Nevada pensó en la pregunta no formulada.

      –Lo he superado, ya lo he olvidado. Fue hace mucho tiempo y yo era joven y tonta. Ahora todo es distinto.

      –¿No queda ningún sentimiento? –preguntó Dakota.

      –Ni uno.

      Nevada habló con tanta rotundidad como podía permitirse una persona casi borracha. La buena noticia era que estaba segura de que ni siquiera estaba mintiendo.

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