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El último genio del siglo XX. Yuri Knórosov . Galina Ershova
Читать онлайн.Название El último genio del siglo XX. Yuri Knórosov
Год выпуска 0
isbn 9786078683406
Автор произведения Galina Ershova
Жанр Документальная литература
Серия Akadémica
Издательство Bookwire
[2] “Incendio”, Russkoye Slovo, Moscú, 10 de diciembre de 1907 [http://starosti.ru].
[3] A. I. Denikin, «Ocherki russkoi smuty» [https://www.litmir.me/br/?b=56933&p=1].
CAPÍTULO II
Yurka: el conejo correcaminos
Valentín Dmítrievich había planeado construir su propia casa en Yúzhnoye en 1921. Por lo visto la Guerra civil ya se había agotado en su propia locura. El nuevo poder soviético poco a poco había logrado calmar a los múltiples bandidos locales apodados «padrecitos» y él por fin consiguió un trabajo. El enorme país necesitaba urgentemente entablar relaciones entre las regiones y recuperar el ferrocarril, que durante casi 10 años de guerras había llegado a la destrucción completa. Además, quedaban pocos especialistas.
Al ingeniero Knórosov lo invitaron a trabajar de especialista ferroviario en Narkomát (el comisariado del pueblo) de líneas de comunicación en el departamento de la industria de materiales de construcción. Al principio recibió el puesto de inspector-instructor en el departamento de producción de las vías y de las fábricas de Yúzhnoye. Posteriormente le confiaron el puesto de ingeniero jefe y luego lo asignaron como jefe del departamento de empresas auxiliares del ferrocarril del sur. Durante estos años el municipio Yúzhnoye había crecido mucho, y rápidamente Valentín Dmítrievich se volvió una persona respetada y conocida por todos los habitantes. Precisamente él fue quien propuso la restauración de la iglesia, pues su esposa Alejandra era creyente. Además, él había construido una escuela que era «de ladrillos», lo que subrayaban con orgullo los habitantes de Yúzhnoye. Después de ocho años de guerras y revoluciones, la generación de niños que nunca se habían sentado en un pupitre iba creciendo. Entre estos presos involuntarios de los tiempos turbulentos estaban también los hijos mayores de la familia Knórosov. Pero esto no solo permitió, sino que obligó, a Valentín y a Alejandra a realizar sin ningún obstáculo sus planes pedagógicos.
Knórosov había diseñado su propia casa tomando como ejemplo las casas vecinas. Era prácticamente una construcción de arcilla (mázanka) instalada con soportes de ladrillos. A la fecha los veteranos de Yúzhnoye se acuerdan de que Valentín Dmítrievich, al ser una persona extremamente honesta, no había tomado ni un solo ladrillo público para la construcción de su hogar.
La familia planeaba trasladarse a su propia vivienda en el verano de 1922, pero Alejandra Serguéievna nuevamente esperaba un hijo; por lo tanto, decidieron quedarse en Járkov unos meses más. A diferencia de Yúzhnoye, en Járkov había doctores y hospitales. Para ese entonces la futura madre había cumplido 36 años y no quería arriesgarse.
Finalmente, el 19 de noviembre de 1922 nació su hijo. Era el quinto en la familia de Knórosov. Su madre lo llamó Yúrochka. En el acta de nacimiento lo registraron a la manera local ucraniana: Yurkó. Así que todos en esta familia rusa comenzaron a llamarlo Yurka.
A pesar de esto, Yurka fue bautizado con el nombre de Jorge (Georgui en ruso). Frecuentemente, los padres escogen de antemano el nombre del niño teniendo un amor especial hacia algún santo, sin siquiera vincularlo con el día del nacimiento. Pero, según las reglas ortodoxas que Alejandra Serguéievna respetaba, el día de ángel o del santo (en que se conmemora al santo) caía al día siguiente del día del nacimiento del niño. Alrededor del 19 de noviembre hubo muchos santos con el nombre de Jorge (el 3, el 7, el 10, el 14 y el 26 de noviembre), lo que facilitaba la tarea de la selección del nombre; incluso había muchos Jorges de Capadocia. Tanta variedad de fechas permitía ya no fijarse en los estilos de calendario, que por fin habían cambiado. El 24 de enero de 1918, el Consejo de Comisariado del Pueblo había aprobado el decreto «Acerca de la introducción del calendario de Europa Occidental a la República Rusa». Se refería a la transición al calendario gregoriano corregido, el cual ya desde hace mucho tiempo usaban la mayoría de los países del mundo. La Iglesia ortodoxa rusa no aceptó esta transición y conservó el calendario astronómico juliano antiguo, que por lo mismo era inexacto, perdiendo dos semanas. Hasta la fecha la gente creyente se confunde haciendo cuentas según «el calendario viejo y el nuevo».
Sea como sea, el guardian de Yurka resultó ser Jorge de Capadocia, de noviembre. Pero a la familia claramente le agradaba más la forma eslava del nombre victorioso. Inclusive junto con el patronímico el nombre sonaba más corto y mejor: Yuri Valentínovich.
Probablemente a la madre le haya gustado la definición del nombre de Yuri, que ofrecían múltiples «libros de consejos»:
[…] una persona tranquila y concentrada en su mundo interior. En la infancia le gusta mirar las nubes que pasan volando por el cielo. Trata de manera conmovedora a los animales. Puede adoptar a un perro callejero y cuidar de él. Su aspecto físico se encuentra en una contradicción con su comportamiento moderado y su forma filosófica de pensar. Los gestos, su manera de hablar se caracterizan en Yuri con algo artístico. Estudia bien tanto en la escuela como en la universidad. Es insistente y aplicado a la hora de lograr los objetivos propuestos. Es respetado por sus compañeros. Prefiere evitar grupos grandes y ruidosos. En la vida familiar es cuidadoso. Cuida de los hijos, ayuda a su esposa en casa. La esposa de Yuri debe saber mantener relaciones estables con la suegra.
Pero en el lejano año de 1922 pensar en la nuera todavía era temprano. Para empezar, necesitaban irse a vivir a su propia casa. Para la primavera, en cuanto el pequeño Yurka se volvió más fuerte, la familia Knórosov pasó definitivamente al pueblo Yúzhnoye.
Hay que mencionar que el pueblo industrial Yúzhnoye, desde el punto de vista de la familia rusa de los Knórosov, se diferenciaba ventajosamente de los pueblos vecinos, donde vivían los campesinos. Ello principalmente porque la población industrial rusa era mucho más educada, incluso después de las guerras y las revoluciones, pues eran familias de especialistas-ferroviarios que en gran parte habían llegado de Rusia. Incluso antes de la Revolución, los hijos de los habitantes de Yúzhnoye se parecían más a los ciudadanos urbanos: hablaban en ruso, se vestían bien y estaban limpios. Por la misma razón, en los alrededores los molestaban llamándolos panok (señoritos); así se les decía a los hijos de los señores polacos.
También el interior de la casa de los Knórosov se diferenciaba de las viviendas vecinas. La entrada llevaba a la sala. Se necesitaba pasar por la sala para poder acceder a las habitaciones de los hijos y los padres. Tomando en cuenta las medidas de hoy para una familia grande, no había suficiente espacio, pero nadie se quejaba. Incluso en la sala, en la esquina derecha, se había encontrado el lugar para un pequeño pero verdadero piano de cola. Lo tocaba Alejandra Serguéievna. Para ella el piano de cola era de género femenino, «la piano negra de cola». Nadie más podía tocar este piano; solo su hija Galina. Los libros aparecían en todos los espacios accesibles de la casa. En las paredes estaban colgados los cuadros de Valentín Dmítrievich. Él era un pintor nato. En otras palabras, la familia Knórosov intentaba como podía recrear la imagen de la vida de San Petersburgo, la imagen ya lejana que aparentemente se había quedado para siempre en un desaparecido pasado.
Una vez, en uno de sus viajes de trabajo, Valentín trajo de Velikiy Ústiug, de donde eran los papás de Alejandra, unos esbeltos abetos. Los plantó en el patio, alrededor de una mesa larga donde a toda la familia le gustaba reunirse y donde pasaban el tiempo a gusto con los invitados. Gracias a estas altas hermosuras eternamente verdes, a la fecha es fácil de encontrar la casa de los Knórosov en el pueblo de Yúzhnoye, que fue renombrado. Nadie más de los vecinos tiene de esos abetos forestales del norte. Los Knórosov de la actualidad, el hijo de Galina y su esposa, por tradición continúan llamando a estos árboles abetos, y no piceas.
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