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      —Nada de hombres —le dijo.

      «Ni llamadas de Gigi», pensó, además. Su madre le había dejado muy claro que esperaba a su pequeña «Deedee» para Nochevieja. Daba por hecho que podía dejarlo todo de golpe, incluso en esa fecha. Y se había enfadado mucho con ella por «semejante traición». Pero Gigi era demasiado melodramática. Le traía sin cuidado que su hija se hubiera pasado la vida intentando satisfacerla.

      —¿Dónde?

      —En La Jolla —le dijo—. Se supone que tendría que haberme reunido con ellas hace dos horas para ir juntas. Pero, en vez de eso, tendremos que vernos allí.

      Conocía demasiado bien a Drew como para esperar algún tipo de disculpa. Ése no era su modus operandi precisamente. Y La Jolla tampoco estaba muy lejos. Sólo estaba a unos pocos kilómetros. No obstante, aquello no era lo que habían planeado. Y todo porque él estaba de mal humor. Estaba hundiendo la punta del bate en la moqueta. Su expresión era seria y ominosa, y Deanna se mordía el labio por dentro mientras trataba de no mirarle. Pero era tan difícil… Él estaba hecho para que lo miraran. Su pelo, copioso y oscuro, solía estar un tanto alborotado, a menos que tuviera una reunión importante. En ese caso se lo echaba todo hacia atrás y entonces estaba aún más guapo. Sus espaldas anchas y su constitución atlética se veían igual de bien con un traje de firma que al descubierto, cuando entretenía a los clientes en la playa.

      Sí. A Drew Fortune se le podía mirar. Pero no tocar. Ella era demasiado lista como para mezclar el placer con los negocios. Había aprendido muy bien esa lección viendo los errores que su madre había cometido, y que seguía cometiendo. No obstante, tampoco tenía que preocuparse de que Drew pudiera verla de esa manera. Hacía su trabajo y lo hacía bien. Eso era lo único que importaba. Y así lo quería en realidad. Su profesionalidad estaba por encima de todo y no estaba dispuesta a ponerla en peligro por una aventura amorosa sin trascendencia. Disfrutaba mucho de su trabajo en Fortune Forecasting y, normalmente, le resultaba agradable trabajar para Drew Fortune. Además, en ese momento, con la última crisis de su madre, necesitaba evadirse más que nunca y el trabajo era el refugio perfecto. Agarró el bolígrafo y se obligó a mirar la página nuevamente.

      —Termino en diez minutos —le prometió—. Y entonces tú también podrás irte a casa —añadió.

      Y entonces se iría con sus amigas y trataría de olvidar por unos días que su madre, aún desempleada después de su último descalabro emocional, estaba al borde de la ruina y que le reprochaba que no quisiera ayudarla. No era capaz de entender que ella no podía salvarla una vez más.

      —Aleluya —dijo Drew en un tono bajo, casi como si estuviera hablando consigo mismo—. Sólo termina el artículo.

      Deanna apretó la mandíbula. ¿Acaso no veía lo que estaba haciendo? Una vez más el teléfono móvil empezó a vibrar sobre el escritorio. Deanna abrió el cajón superior y lo echó dentro.

      Seguía oyéndolo vibrar entre los bolígrafos, clips y papeles que había en su interior.

      —¿Por qué no lo apagas de una vez si no vas a contestar?

      Buena pregunta.

      —Entonces empezaría a llamar a la oficina.

      Él levantó el bate de béisbol y lo apoyó sobre el hombro.

      —¿Ella?

      —Gigi.

      —Tu madre debe de tener muchas ganas de hablar contigo. Por lo menos debe de haberte llamado unas seis veces.

      Deanna pensó que eso lo sabía porque le había mirado el móvil.

      —Está molesta porque no conté con ella para mis pequeñas vacaciones de Año Nuevo —dijo y tachó otra frase con virulencia. El bolígrafo casi atravesó el papel—. Te has repetido un par de veces aquí.

      Él volvió a sentarse en el borde del escritorio y le quitó el papel de las manos. Lo miró un segundo y entonces se lo devolvió.

      —Para eso te tengo a ti.

      Las faltas de ortografía eran su talón de Aquiles. Pero lo de repetirse una y otra vez no era propio de él. Deanna siguió leyendo, pero, por alguna razón, le resultaba más difícil que nunca ignorar su abrumadora presencia. Y por lo menos había casi un metro de distancia entre ellos.

      —Eh, espero que ya hayas hecho las maletas para el viaje a Texas —Deanna se dio cuenta de que estaba leyendo por encima el último párrafo, así que empezó a leer más despacio. Lo último que quería era pasar por alto algún error importante que al final terminaría en los medios—. Se supone que tienes que estar en la pista en dos horas.

      Le había tenido que cambiar la hora de salida en dos ocasiones a lo largo del día. Era una suerte que la empresa dispusiera de un avión privado. Tenía que estar en Red Rock a primera hora de la mañana para asistir a la boda de William, su padre. Sin embargo, aún con el jet privado de la empresa, ya llegaría de madrugada.

      —¿Qué tal es el tiempo allí en esta época del año?

      Deanna sabía que Red Rock estaba a unos treinta kilómetros de San Antonio porque lo había mirado en el mapa.

      —Hay un poco de brisa, pero hace bastante calor —le dijo él.

      Ella levantó las cejas un poquito y le miró de refilón.

      —Sé que no te gustan mucho las bodas…

      Eso se lo había dejado muy claro a todas las mujeres que habían desfilado por su vida a lo largo de los años.

      —Pero se trata de la boda de tu padre —prosiguió Deanna—. ¿No te alegras por él?

      William Fortune había perdido a su esposa, la madre de Drew, cuatro años antes.

      Deanna recordaba muy bien esa época, y no sólo porque acabara de empezar a trabajar en la empresa. Nunca le había visto tan destrozado como entonces. Además, por aquellos días había estado muy cerca de cometer el error de olvidar que era su jefe. Demasiado cerca. Sólo esa vez… Soltó el aliento rápidamente. De repente se sentía muy acalorada. Habían pasado cuatro años, pero ella lo recordaba como si hubiera sido el día anterior. Él la había besado. Una vez. Una única vez… Y ella casi había perdido el juicio. Pero eso formaba parte del pasado y no estaba dispuesta a caer en lo mismo que su madre.

      —No. No me alegro —le dijo Drew con sequedad—. ¿Y tú por qué asientes con la cabeza?

      Deanna parpadeó y volvió al presente.

      —Yo, eh, acabo de terminar de revisar —apuró la lectura de las últimas oraciones y dejó el bolígrafo. Se volvió hacia el ordenador y arrastró los papeles sobre la mesa hasta ponerlos a su lado.

      —¿No te gusta la mujer con la que se va a casar tu padre?

      —¿Lily? Es la viuda de su primo —se inclinó sobre el escritorio, abrió el cajón superior y sacó el móvil de Deanna. Todavía seguía sonando.

      Temiendo que fuera a contestar, ella se lo arrebató de las manos y se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta. No quería arriesgarse a presenciar una conversación entre su madre y su jefe.

      —¿Y bien?

      —No sé por qué tienen que correr tanto. ¿No sería más fácil si hablaras con tu madre de una vez?

      Ella soltó una pequeña risotada. Sus dedos bailaban ágilmente sobre el teclado mientras hacía las correcciones al documento.

      —Está claro que no quieres ir a la boda de tu padre. A lo mejor no deberías darme consejos acerca de mi madre.

      Él soltó el aliento con brusquedad y volvió a levantarse del escritorio.

      —No es la boda —murmuró—. No del todo.

      Deanna empezó a teclear más despacio y, al darse cuenta, aceleró de nuevo. No era buena idea solidarizarse con Drew Fortune.

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