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Épsilon. Sergi Llauger
Читать онлайн.Название Épsilon
Год выпуска 0
isbn 9788412130799
Автор произведения Sergi Llauger
Жанр Языкознание
Серия Pluma Futura
Издательство Bookwire
—¡Menuda maravilla…! —exclamó con una breve risotada. Acarició el chasis descolorido y volvió a colocarse el sombrero que se había atado a la espalda. Fue en ese momento cuando se percató de que alguien más joven que él, de rostro serio, mirada profesional y vestido con uniforme militar, le estaba esperando junto a la puerta de acero del búnker. Jacob carraspeó, bajó del quad y, adoptando un porte más formal, se acercó hasta el soldado y le tendió la mano—. ¿Orly? —preguntó.
Este se la estrechó.
—Orlando —le rectificó—. Me avisaron de su llegada.
—Y a mí que estarías esperándome.
Se hizo un breve silencio que no podría catalogarse de otra forma más que de incómodo. Quizá, el imperturbable y entregado Orlando esperaba no haber visto una actitud tan desenfrenada en el mercenario, dada la gravedad del asunto que les concernía.
—Sígame, por favor —dijo al fin—. Si le parece le llevaré primero a la sala donde se produjo el robo. Luego podremos revisar las grabaciones de seguridad.
—Seré como tu sombra —respondió Jacob ocurrente.
Orlando le dedicó una última y recelosa ojeada de arriba abajo. Se giró y tecleó un complejo código de seguridad en el panel digital que había a un lado. Jacob había sido entrenado para este tipo de cosas y se percató de la combinación: 744U-H96P-001K-5348L-A. Era un código dinámico que se cambiaba cada dos horas, pero tenía buena memoria, tardaría en olvidarlo. Acto seguido, un piloto luminoso que colgaba del marco de la entrada empezó a emitir destellos naranjas y la pesada compuerta de acceso se abrió. Nada más entrar ambos, volvió a cerrarse y culminó con un ruidoso eco que se perdió por la vastedad del paraje.
Aparecieron en una sala cuadrada, bien iluminada, que más bien parecía un garaje desordenado, sin puertas ni ventanas. Un dron les estaba esperando; su aspecto era tan amenazador como cómico. Dos extremidades combadas hacia dentro a modo de piernas, compuestas de hierros y cables, sujetaban una esfera pesada que tenía una rotación de trescientos sesenta grados.
—Iniciando protocolo de análisis. Deténganse, por favor —pronunció su voz electrónica. Jacob se fijó en Orlando, que se quedó inmóvil, con los pies juntos y los brazos estirados, y le imitó.
A aquel modelo se le llamaba Cíclope, porque tan solo poseía un ojo cibernético en medio de su enorme cabeza, cuya lente ahora oscilaba y les analizaba de hombro a hombro prolongando un escáner holográfico. A ambos lados de la cabeza llevaba adheridos dos fusiles rotatorios de fuego rápido, preparados para reaccionar a la mínima necesidad. Una puntería perfecta. Por lo que era aconsejable no tratar de huir de ellos cuando a uno le hacían un chequeo de identidad. Existían distintos modelos de drones, pero los más comunes eran los prototipos de hacía tres décadas, como aquel: los TK-IV. Sus ingenieros japoneses siempre habían asegurado que eran los mejores. Por muchos ajustes y modificaciones posteriores que se les hicieran, jamás pudo superarse su elevado porcentaje de efectividad, fiabilidad y resistencia. Miles de unidades de este modelo habían sido transportadas durante las primeras migraciones a Épsilon como medida de seguridad contra las posibles formas de vida hostiles que habitaran en el nuevo planeta. Se rumoreaba que hubo cierta resistencia por parte de algunas especies primitivas, pero que gracias a los TK-IV las primeras colonizaciones resultaron un éxito.
—Sargento Orlando: identificación positiva. Acceso permanente autorizado. Varón de clase mercenario, pase de seguridad de nivel alfa: acceso temporal autorizado. Que tengan un gran día. —La voz robótica retumbó por la estancia cuando su análisis terminó. Su único ojo parpadeó y la esfera de su cabeza rotó hacia arriba ciento ochenta grados, dándoles la espalda. A continuación, una súbita sacudida hizo que el suelo bajo sus pies se moviera y empezara a descender con ellos tres. Jacob se fijó en la parte trasera de la esfera del dron: se le veía una pequeña placa cuadrada, bien disimulada, tal vez por ahí era desde donde se accedía a sus circuitos si se le tenía que realizar alguna reparación. La plataforma elevadora tardó dos minutos en descender varios niveles antes de volver a detenerse. El mercenario echó la vista arriba, el habitáculo que le había parecido un garaje, ahora sin suelo; quedaba por lo menos a doscientos metros por encima de ellos.
—Por aquí —le indicó Orlando, que dio un paso al frente.
Jacob miró con desconfianza al dron cuando pasó por su lado, que permaneció en su sitio, inmóvil como una estatua —nunca le habían gustado aquellos trastos, nada podía ser tan fiable como el propio razonamiento humano—, y siguió al soldado por una sucesión de pasadizos oscuros con tuberías en el techo y micropaneles de iluminación tenue en el suelo.
—No me pierda de vista. En estos pasillos tratamos de ahorrar en electricidad.
—Descuida —masculló—. Pasaron de largo una puerta de cristal seguida de varios ventanales que mostraban al otro lado una sala de pruebas totalmente a oscuras—. Esto está muy vacío —observó—. ¿No se supone que debería haber ratas de laboratorio yendo de un lugar a otro?
—El personal científico no ha venido hoy, solo los del mantenimiento del reactor nuclear, en los niveles inferiores. Tampoco se encuentran la mayoría de vigilantes. Se decidió que así fuera para no contaminar la escena del robo hasta después de su visita.
Bien, Fergus, todo un detalle, pensó Jacob.
—Una gran idea… —murmuró, y añadió—. ¿Quién más sabe que estoy aquí?
—Su estancia en el CENT es confidencial. Solo yo conocía su identidad; me ordenaron que no hablara con nadie más al respecto.
—Que siga así —a continuación preguntó—. ¿Es por donde hemos venido la única forma de acceder al complejo subterráneo?
—De una pieza sí —respondió el soldado.
—¿Y de muchas?
—¿A qué se refiere?
—Supongamos que alguien con la suficiente habilidad y destreza decidiera evitar pasarse cientos de horas ahí arriba, intentando piratear el código dinámico de la entrada mientras le llueven las balas de los vigilantes, para luego tener que enfrentarse a ese dron del demonio —dijo mientras andaban—. ¿Hasta qué punto se jugaría la vida si probara a entrar por un acceso alternativo?
—Existen los canales de expulsión térmica, pero es imposible que ningún humano pueda colarse por allí.
—Bueno, eso es porque, tal vez, quien lo hizo, no fuera un humano normal y corriente. Chaval, a partir de ahora déjame a mí las suposiciones. Quisiera ver esos canales que mencionas.
—¿No prefiere que le muestre primero la cámara donde se guardaba la antimateria?
—¿Acaso sigue allí el artefacto?
—No, claro que no. Aunque su módulo de estabilización permanece intacto.
—Si permanece intacto no me sirve. Quien cometió el robo traía el suyo propio. ¿Encontrasteis manchas de sangre, tejido o pelo alrededor de ese módulo? ¿Algo que podamos contrastar en la base de datos?