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entrenamiento sirve para “desarrollar el rendimiento”, y la competición, para “desplegar el rendimiento” (cf. Hotz, 1994, 16).

      El entrenamiento sin competición pierde valor para el deportista, pues es la preparación destinada a aprobar el examen planteado por la competición (Colectivo de autores, 1982,113).

      La extendida opinión de que el entrenamiento incluye siempre la participación en una competición debe relativizarse a la vista de las experiencias realizadas en los ámbitos del deporte de tiempo libre y terapéutico; en estos ámbitos el entrenamiento resulta posible sin competición ni revisión del rendimiento (cf. Neumann, 1994, 49).

      En general, el deportista de rendimiento no entrena por el hecho de entrenar, sino para mejorar su capacidad de rendimiento con un grado de eficacia máximo y para confirmar o invalidar los contenidos practicados en las competiciones, competiciones de control o tests.

      Desde los puntos de vista de la metodología, la pedagogía y los contenidos, la capacidad de rendimiento deportivo no sólo necesita para su optimización una METODOLOGÍA DEL ENTRENAMIENTO, sino también una MEDOTOLOGÍA DE LA COMPETICIÓN, tal como pretende, por ejemplo, Thiess (1994, 5). La literatura especializada reciente se hace eco una y otra vez de esta necesidad (cf. Barth, 1980; Regner, 1991; Reiss/Pfeiffer, 1991; Lehnert, 1994, 10; Thiess, 1994, 5, entre otros).

      A la hora de seleccionar las competiciones, hemos de tener en cuenta:

      •La sucesión correcta de las competiciones, manteniendo fases de recuperación suficientes.

      •Un número suficiente de competiciones: Matveiev (1972, 165) ha constatado que, por ejemplo, en atletismo, el mejor rendimiento personal se suele conseguir entre la 10a y la 14a competición.

      •Un nivel de las competiciones en consonancia con el estado de preparación del momento: de las competiciones preparatorias hemos de pasar a otras con exigencias cada vez mayores.

      •La forma física momentánea: ninguna competición en el momento equivocado. Las competiciones sin exigencias específicas no tienen valor, pues la carga psicológica es insuficiente.

      En contraposición con el ámbito de los adultos, las competiciones en el deporte infantil y juvenil tienen importancia como hitos intermedios; son competiciones for– mativas en el camino hacia mayores rendimientos, y sus contenidos y metodología organizativa deben estar relacionados con las tareas planteadas en el entrenamiento.

      En el deporte infantil y juvenil rigen los siguientes principios (Colectivo de autores, 1982, 113):

      •En competición, el joven deportista debe acreditar las capacidades, destrezas y formas de comportamiento adquiridas en el entrenamiento, tanto en el rendimiento complejo de la competición como en los rendimientos parciales.

      •El joven deportista debe afirmarse compitiendo en diferentes disciplinas de su modalidad y también en otras modalidades (aspecto de la multilateralidad).

      •La sucesión y la frecuencia de las competiciones no están determinadas por una competición principal.

      •Las competiciones se han de celebrar a lo largo de todo el año y en todos los períodos de entrenamiento. Tendrán lugar dentro de un grupo de entrenamiento o entre grupos de entrenamiento de similar capacidad de rendimiento.

      •Las competiciones deben plantear exigencias crecientes.

      Las competiciones deportivas sirven en general para desarrollar el estado de entrenamiento. Son, pues, una herramienta de entrenamiento específica en el sentido de consolidar y estabilizar el rendimiento deportivo.

      Las competiciones incluyen elementos de la mejora del rendimiento que sólo se puede entrenar en ellas: cargas físicas y psíquicas extremas, experiencia en competición, estudio táctico del contrario, observación de errores de entrenamiento, etc.

      Además, la participación variada y frecuente en competiciones desarrolla la capacidad para adaptarse con rapidez a las más diversas condiciones de competición.

      Importante. Si el número o la frecuencia de competiciones sobrepasan un límite, el rendimiento deportivo puede desarrollarse con una planificación insuficiente. Los planes de competición y de entrenamiento necesitan, por tanto, un ajuste mutuo.

      Las competiciones son una herramienta adecuada para revisar el estado de rendimiento conseguido y la eficacia del trabajo.

      Desde este punto de vista, la competición puede dar prioridad a diferentes tareas:

      •Evaluar los requerimientos y capacidades físicas y coordinativas en condiciones de competición.

      •Examinar la estabilidad de las destrezas deportivo-técnicas bajo la tensión de la competición.

      •Resolver tareas tácticas y técnico-tácticas, como cambios tácticos dentro de un partido (paso del marcaje por zonas al marcaje al hombre, cambio de ritmo, etc.).

      •Comparar el nivel del rendimiento deportivo complejo con los rendimientos parciales.

       Figura 25. Factores que influyen sobre el rendimiento en competición (Neumann, 1994, 49).

      Los resultados obtenidos permiten sacar conclusiones sobre la configuración del trabajo efectuada hasta el momento. Se puede corregir los posibles errores de la planificación, de los criterios metodológicos y del asesoramiento del deportista.

      De forma muy general, la preparación para la competición –con independencia de su carácter a largo plazo o inmediato (v. pág. 66)– se puede definir de la forma siguiente:

      Por preparación para la competición entendemos la totalidad de las medidas adecuadas que capacitan al deportista para obtener rendimientos deportivos óptimos en las competiciones (Thiess/Schnabel/Baumann, 1980, 262).

      Dado que el rendimiento de competición, como ya hemos mencionado, depende de un amplio número de factores (v. fig. 25), toda competición deberá prepararse como un todo complejo, desde una perspectiva holística.

      Para el deportista es muy importante conseguir su rendimiento máximo individual el día de una competición importante. Para ello necesita dominar con precisión los tiempos de los procesos de adaptación en el entrenamiento, lo cual requiere mucha experiencia.

      Como muestran los estudios de Lehnert (1994, 10) y Neumann (1994, 49), este objetivo se malogra a menudo por errores de entrenamiento que tienen que ver con el contenido, la metodología y la técnica organizativa. En este contexto predominan dos tendencias: el atleta consigue su punto álgido de rendimiento individual ya al comienzo de la temporada de competición, y su capacidad de rendimiento sufre a continuación un descenso progresivo; o bien presenta un aumento del rendimiento casi continuo, pero el momento de forma resulta precoz (forma máxima entre 4 y 6 semanas antes de la competición decisiva), sufriendo después un caída brusca del rendimiento en el momento de la competición (cf. Lehnert, 1994, 10).

      Los errores metodológicos en la preparación de la competición provocan múltiples fracasos del atleta de elite en pruebas de clasificación, lo eliminan antes de calificarse o le impiden rendir suficientemente en la final.

      Hemos de indicar que la organización del último segmento de la preparación de competiciones decisivas se considera una etapa de entrenamiento autónoma, cerrada en sí misma, que constituye por tanto un ciclo de entrenamiento, conocido en inglés como tapering y utilizado desde hace tiempo en natación.

      En

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