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Borregos que ladran. Juan Izuzkiza
Читать онлайн.Название Borregos que ladran
Год выпуска 0
isbn 9788417375539
Автор произведения Juan Izuzkiza
Жанр Сделай Сам
Серия Libros de encargo
Издательство Bookwire
A ambos, a Javi y a Luis Mari, les debo este agradecimiento personal.
El amigo y psicólogo sistémico Iñaki Arana me ha enseñado a mirar a la escuela con otros ojos. A él va mi agradecimiento también por el inmenso favor que me ha hecho.
A Mari Jose Telletxea le tengo que agradecer cosas muy profundas —y lo que me ha enseñado de la escuela está entre ellas— y, por ello, no puede faltar aquí. Ella es una profesora que aúna filosofía y vida de forma muy natural (en realidad nunca podrían separarse, pero suele suceder) y yo he tenido la suerte de ver cómo lo hace.
A conserjes y secretarias (estos dos colectivos son los que mejor conocen todos los secretos de la escuela, y son las personas que lo conforman las que más solucionan muchos de nuestros problemas), a tantos y tantos profesores con los que he tenido la inmensa fortuna de coincidir, y a infinidad de madres y padres que han querido confiar en nosotros, los profesores. A todos ellos igualmente les transmito mi agradecimiento.
Nunca mis superiores del castillo administrativo me han llamado a capítulo por seguir mi vía particular en la enseñanza. Creo que es algo que hay que agradecer y así lo hago (no cabe duda de que la democracia es toda una bendición).
El agradecimiento más amplio va para todas mis alumnas y para todos mis alumnos: lo que me habéis dado durante todos estos años contiene todos los ladrillos necesarios para construir un edificio llamado Sentido: ¡como ese regalo no hay en el mundo!
Las gracias se quedan cortas para todos los mencionados, pero es a lo que llego con esta oportunidad que me dan las editoras de De Conatus, a las que, cómo no, les tengo que dar las gracias por querer publicar el libro y por trabajar tan creativamente en su edición.
Las gracias a Amaia van por descontado.
EN LA VENTANA DE CONSERJERÍA
Cuando María Antonieta, la esposa de Luis XVI, se informaba de los motivos de los disturbios del pueblo, se le respondió:
—El pueblo pasa hambre, Majestad: no tiene pan.
Y su réplica fue:
—Si el pueblo no tiene pan, ¿por qué no come pasteles?
María Antonieta representa a nuestros autocomplacientes responsables educativos. Se acerca un tsunami —cada vez hay más hambrientos en las aulas que lo provocarán— y la administración piensa sólo en los pasteles.
El inicio de la Metafísica de Aristóteles resulta proverbial si de verdad lo que al final sucede es que nos acabamos instalando en una gigante pastelería. Todos los hombres desean por naturaleza saber, dice.
En la escuela, este deseo natural vive horas bajas o, dicho de otra forma, la escuela no logra satisfacer en muchos este deseo y, aunque lo constatemos día sí y día también, parece que quisiéramos mirar a otro lado:
«Siempre ha sido así», nos queremos consolar, y el consuelo nunca acaba de llegar.
Siguiendo con la terminología de Aristóteles, me temo que estamos generando un zoon politikón de nuevo cuño, un ser que vive esencialmente hambriento. A este nuevo animal político lo enlatado le produce alergia; ya no puede seguir alimentándose sólo con latas. Lo que puede venir a continuación es muy fácil de deducir, la insatisfacción siempre ha sido capaz de provocar movimientos sísmicos impredecibles.
Por lo tanto: ¡fuera pasteles!, ¡es la guerra! Preparémonos para ella o no habrá dosis de insulina suficiente para sobrevivir.
Lo que sigue ahora es asistir a un incendio. Cada capítulo, con su consejo rector, trata de aportar algo de madera para quemar esta escuela tan dependiente de planes y protocolos. Hay que esperar a que el fuego discrimine, y hay que tratar también de invocar a la lluvia para que las llamas no prendan en todo. Hay que salir del foso, hay que abandonar el bloqueo.
Si conseguimos que arda y luego que llueva, igual la desviamos de la catastrófica vía en la que se encuentra y logramos que de nuevo cielo y tierra se abracen.
Todo el mundo puede traer su fuego y su agua, todo el mundo puede poner en marcha, de modo urgente, su creatividad y su receptividad. Sólo esta comunión podrá salvar a nuestra malherida escuela. De no hacerlo, el peligro que habremos de afrontar en un futuro no muy lejano puede ser de proporciones apocalípticas.
EL PARADIGMA DE UNA PAJA AL DÍA
Cuando a un ser humano se le atosiga con actividades que siente como inconexas, el que acaba desconectándose es él mismo, y entonces cualquier cosa es esperable.
Un ser humano desconectado se autodestruye. La autodestrucción es un camino inconsciente hacia la reconexión. La forma de autodestruirse de los adultos es, por regla general, distinta a la de los jóvenes; el resultado de la destrucción, sin embargo, es idéntico. Por desgracia rara vez se alcanza la conexión por esta vía y hay veces que cuando se alcanza es ya demasiado tarde. No consintamos la desconexión.
Voy a hacer una composición de lugar sin aportar cifras, que las hay, para no desviarme en exceso de lo que quiero lograr con este primer capítulo. Voy a transcribir una conversación que considero paradigmática, mantenida entre el profesor que esto escribe y un alumno (de unos quince años).
Después de unos diez años impartiendo clases de Filosofía, Antropología y Psicología en un oasis minúsculo, llegó el fin. ¿Por qué era un oasis? Porque era un pequeño lugar con sólo alumnos de bachillerato.
Además de con palmeras datileras y agua fresca, un oasis también se logra en cualquier espacio en el que se pueda permanecer algunas horas de silencio relativo, es decir, donde de ninguna forma se divisen alumnos de la ESO (la Educación Secundaria Obligatoria y el silencio son incompatibles). Con todo, el duro desierto también puede resultar bello.
Escenario:
Tras una fusión1 de institutos me han destinado a un centro educativo con todos los monstruos dentro. Al convertirse en un macrocentro público, los «malotes» de la zona, que antes estaban diseminados, se han concentrado en un mismo lugar, contraviniendo una de las pocas certezas que tienen muchos psicólogos y diría que todos los profesores. ¿Hacia dónde apunta esta certeza? Cuando se coloca a uno de estos «malotes» en un grupo de adolescentes «responsables», es mucho más fácil que la convivencia empeore y, en consecuencia, disminuya la «responsabilidad». Esto es algo que a los bienintencionados pedagogos —¿qué tendrán, por cierto, los pedagogos, para ser siempre tan absurdamente bienintencionados?— les cuesta mucho ver.
Los alumnos desmotivados, y por ello muy ruidosos, son mayoría cuando se sienten una «minoría» y ya se sabe que el ruido siempre gana al silencio en la batalla por la presencialidad. Sólo cuando no llegan a sentirse una «minoría»y permanecen como individuos aislados pueden pasar desapercibidos.
El asunto es que nuestro nuevo centro ha decidido crear esta «minoría» selecta que está destinada a crecer año tras año (se da la circunstancia de que este tipo de estudiante es el que más años pasa en el centro. Muchos de ellos agotan todo plazo posible. Nuevas camadas se irán uniendo a las veteranas).
¿Qué hace la comunidad educativa, es decir, nosotros y nuestros jefes, ante este problema? Creamos nuevos planes de estudio. Y advierto: tan importante es que sea «plan» como que sea «nuevo». De hecho, sospecho que es más importante que sea «nuevo» a que sea «plan».
Dicho lo cual añado que tengo la firme convicción de que una buena forma de meter la cabeza debajo de la tierra es tener nuevos planes de estudio:
• Nuestros jóvenes cada vez están más gordos: pongamos una hora