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encuentras mejor? –preguntó.

      Se encontraba mejor que cuando conseguía una subvención del gobierno, mejor que cuando salvaba a un joven del desastre. Frunció los labios, recriminándose por ser tan superficial.

      –Rico –dijo Neen, como si hubiera adivinado sus pensamientos–. No hay nada malo en disfrutar los frutos del propio esfuerzo. No le hace daño a nadie.

      ¿Que no le hacía daño a nadie? Él se quedó inmóvil. No, aquello estaba mal. Eran momentos como aquél los que le desviaban de lo que era importante.

      –Eres demasiado ambicioso. Si no paras de vez en cuando, te quemarás.

      –Encuentro gran satisfacción en mi trabajo.

      –Pamplinas –Neen se levantó y comenzó a recoger la mesa–. ¿Quieres lavar o secar?

      Él se puso en pie y llevó los platos a la pila.

      –Mejor lavo yo. Tú sabes dónde guardar las cosas –abrió el grifo del agua caliente–. ¿Por qué crees que mi trabajo no me resulta satisfactorio?

      –Porque nunca sonríes en el trabajo.

      Sus palabras le hirieron y se quedó mirándola sin saber qué decir.

      –Esta noche has sonreído mientras hacías el suflé. Y también mientras lo comías.

      –Mi trabajo es importante. Tengo que mantenerme alerta constantemente para no perder subvenciones u oportunidades de inversión. Tengo que asegurarme de que los chicos no se metan en líos. ¡No tengo tiempo de sonreír!

      –No digo que no seas bueno en tu trabajo, Rico. Creo que lo haces genial. Lo que digo es que de vez en cuando deberías hacer cosas que te hagan disfrutar.

      Él se volvió a la pila y dio un resoplido de impaciencia.

      –Quería darte las gracias, Rico. Que Chris se presentara de esa manera me asustó, pero tu compañía esta noche me ha ayudado a quitármelo de la cabeza. Ahora estoy mucho más tranquila.

      Misión cumplida.

      –De nada, Neen.

      Ella se quedó mirándole la boca durante un largo rato y un suspiro escapó de sus labios entreabiertos. Se los humedeció y el deseo se apoderó de él. Entonces ella se apartó bruscamente, dejándole agarrado a la fuente del suflé, con la respiración acelerada, como si acabara de correr una carrera.

      –¿Cuándo vamos a empezar a abrir los siete días de la semana? –preguntó Travis a la tarde siguiente.

      Neen, que estaba sacando brillo a los cubiertos, alzó la mirada sonriendo.

      –¿No llevamos ni siquiera tres semanas abiertos y ya quieres ampliar nuestras operaciones?

      –Bueno, es que se nos está dando tan bien que…

      –¿Que…?

      –Me gusta trabajar aquí. Estoy muy agradecido por este trabajo.

      Travis avanzaba a pasos agigantados. Sus aptitudes eran buenas cuando empezó, pero mejoraban semana a semana. Si seguía por ese camino alguno de los grandes hoteles para turistas lo cazaría. Neen se dio cuenta de lo mucho que lo iba a echar de menos. Pero al mismo tiempo sabía que ese era el propósito del programa de Rico: capacitar a los chavales para que pudieran trabajar en el mundo real. Aun así…

      –¿Cuáles son tus sueños, Travis? ¿Adónde te gustaría llegar en tu carrera?

      Ella esperaba oír que deseaba convertirse en el próximo Jamie Oliver, o en jefe de cocina de uno de los sofisticados hoteles de cinco estrellas de la ciudad.

      –Quiero hacer lo que haces tú, Neen. Quiero regentar una cafetería.

      Neen dejó de abrillantar los cubiertos para mirarlo.

      –¿Y si el director del Wrest Point Casino te ofreciera formarte como cocinero?

      El rostro del muchacho se ensombreció.

      –Lo aceptaría.

      ¡Era lo que se esperaba de él!

      –Travis, yo voy a estar aquí doce meses y después me gustaría abrir mi propia cafetería. Si el Wrest Point Casino te ofreciera el puesto del que te he hablado y, al mismo tiempo, Rico te ofreciera mi trabajo, en el que ganarías la mitad, ¿cuál escogerías?

      –Este.

      –¿Y el dinero?

      –Puedo mantener a Joey con lo que gano ahora. Con este trabajo puedo pasar las noches con Joey y llevarlo al colegio por las mañanas. Trabajar el turno de noche en un restaurante no me permitiría hacerlo.

      –Rico no me ha contado sus planes, pero si quieres te puedo enseñar a hacer mi trabajo y, cuando estés listo, si Rico está de acuerdo, podríamos empezar a abrir los siete días de la semana y tú estarías a cargo del local dos de ellos.

      –¿De verdad? –preguntó con un brillo en los ojos.

      –No te prometo nada; tengo que hablarlo primero con él.

      Travis asintió. Se le veía tan entusiasmado que Neen sintió deseos de abrazarlo. Trabajaba duro y merecía que las cosas le salieran bien.

      Un grito desde el rincón en el que solía sentarse Joey les hizo darse la vuelta. A Neen se le aceleró el corazón, pero no vio a Chris, sino a una mujer acercándose al mostrador haciendo eses.

      –Qué local tan bonito –dijo arrastrando las palabras.

      El hedor a alcohol la golpeó como una bofetada y Neen tuvo que hacer un esfuerzo para no retroceder.

      –Gracias –acertó a decir, y antes de que pudiera preguntarle qué deseaba Travis salió del mostrador y tiró del brazo de la mujer.

      –Mamá, te dije que no vinieras por aquí.

      ¡Era su madre!

      La mujer le empujó.

      –Dame dinero, desagradecido hijo de…

      Un ataque de tos interrumpió su soflama. Neen cerró los ojos y tragó saliva.

      –¡Dame tu sueldo, niño! Vives de mí como un parásito, me lo debes.

      Joey se escondió detrás de la mesa. Neen lo vio allí agachado, con los ojos muy abiertos y la cara pálida, y le dio un vuelco el corazón. Sabía perfectamente cómo se sentía, aterrorizado, y sintió deseos de llorar.

      –Hola, señora Cooper. Encantada de conocerla –dijo con voz serena. No quería que Joey se asustara más–. Soy Neen, la jefa de Travis.

      La puerta de la cafetería se abrió y entró un cliente. Neen no apartó la mirada de la mujer por si acaso necesitaba realizar una llave de defensa personal.

      –Sé quién eres y no he venido a verte a ti, sino a hablar con mi hijo.

      El rostro de Travis se ensombreció y sus manos se convirtieron en puños. Neen se tragó un torrente de palabras airadas; gritar a una borracha no arreglaría las cosas. Sacó un billete de veinte dólares de la caja.

      –Si le doy esto, ¿se marchará de aquí?

      La señora Cooper miró el dinero y se pasó la lengua por los labios. El cliente que acababa de entrar soltó la puerta y avanzó hacia ellos a la velocidad del rayo. Cuando levantó la mirada vio que era Rico y pensó que nunca había estado tan contenta de ver a nadie.

      Él se acercó y le quitó el dinero de las manos.

      –¡No lo hagas!

      –¡Oye! –gritó la señora Cooper.

      Rico se volvió hacia ella y le clavó una fría mirada.

      –¿Cuánto ha bebido?

      –Eso no es asunto suyo –dijo arrastrando las

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