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los estudios.

      Neen frunció el ceño y trató de desviar el tema de conversación.

      –¿Así que no crio a la familia en esta casa tan bonita?

      –Cielos, no –Bonita mencionó un barrio conocido por su alto índice de criminalidad–. Vivíamos ahí. Y cuando mi querido Nico murió le prometí que pagaría los estudios de medicina de Rico.

      El aludido se mantenía derecho y en silencio y Neen intentó cambiar de tema por segunda vez.

      –¿Qué edad tenían los chicos cuando murió su padre?

      –Rico solo tenía quince años.

      –Debe de haber sido terriblemente difícil para usted criar a tres adolescentes sola.

      El rostro de Bonita se hundió de repente.

      –Los fallé.

      –No lo hiciste –dijo Rico en voz baja pero con firmeza.

      –¿Ah sí, acaso fuiste a la Facultad de Medicina? –saltó ella con tanta amargura que hizo a Neen estremecer.

      –Creo que para ser médico hace falta una vocación muy fuerte. Seguro que usted prefiere verle feliz haciendo un trabajo que le encanta que desgraciado como médico. Y lo que hace es tan importante… Ayuda a mucha gente y…

      –¿Crees que es feliz? –preguntó Bonita cruzándose de brazos y fulminándola con la mirada.

      A Neen le dio un vuelco al corazón porque la respuesta a su pregunta era un rotundo no. Rico no era feliz. Lo miró. ¿Por qué no decía nada? ¿Por qué no se defendía?

      –Creo que Rico es un hombre adulto y libre de tomar sus propias decisiones, algo que deberíamos respetar.

      –Eres una buena chica, Neen, pero no eres madre.

      Después de ese comentario, no quedaba mucho que decir.

      –Ha sido divertido –dijo Neen cuando Rico salió con el coche del caminito de entrada de la casa de su madre y se dirigió a Bellerive, al otro lado del puerto.

      Rico sabía que estaba intentando hacerle sonreír, pero era incapaz de hacerlo. Pensó que la presencia de Neen aquella noche reprimiría las ganas de sermonear de su madre, pero en lugar de eso, las había empeorado. Y, como de costumbre, él había tenido que apretar los dientes y aguantar el chaparrón, porque había mucho de verdad en todo lo que decía. La había fallado, y era justo que pagara por ello.

      Neen consultó su reloj. Eran las diez en punto. Suspiró casi imperceptiblemente.

      –¿Qué pasa?

      –Nada.

      –Neen.

      –Es solo que, para mí, los lunes y los martes son el fin de semana.

      –Y te he fastidiado la noche del sábado.

      –Sé que esta velada ha sido una pesadilla para ti, pero para mí no ha estado tan mal. La familia de uno es siempre más difícil que la de los demás, ¿no crees? Suspiraba porque hoy es mi sábado por la noche y voy a estar metida en la cama a las once. Solo tengo veinticinco años, ¿no te parece trágico?

      Él detuvo el coche inmediatamente y se puso a pensar dónde podría llevarla. Se lo merecía después de haber soportado a su familia. Además, lo había defendido, algo que él no podía olvidar.

      –¿Entonces no me equivoco al suponer que te gustaría salir hasta la madrugada?

      Ella sacudió la cabeza bruscamente.

      –No, tienes que trabajar mañana.

      Trabajaba todos los días; el fin de semana no significaba nada para él.

      –Seguro que no has salido desde que rompiste con el imbécil de tu ex.

      Ella se estremeció.

      –¿Te apetece una aventura? –preguntó.

      –Yo…

      –Di la verdad.

      –Me encantaría.

      Rico tuvo que reprimir una carcajada cuando Neen dio un salto junto a la mesa de blackjack con una sonrisa de oreja a oreja.

      –¡He ganado otra vez! –exclamó aplaudiendo–. Ay, Rico, muchas gracias, me lo estoy pasando genial.

      Tenía las mejillas arreboladas y los ojos le brillaban como nunca.

      –Pensar que llevo toda mi vida en Hobart y que esta es la primera vez que voy al casino…

      El casino de Wrest Point, un lujoso edificio con vistas al puerto, era un punto de referencia en la ciudad.

      –Ven, te enseñaré a jugar a los dados.

      Neen disfrutó tanto jugando a los dados y a la ruleta como en la mesa de blackjack. Verla reír de esa manera aflojó el nudo que tenía Rico en el pecho.

      –¿Quieres una copa? –le preguntó mucho después de que el sábado se convirtiera en domingo y ella hubo terminado la limonada que tenía desde hacía más de una hora.

      –Me encantaría.

      La condujo a una mesa libre con unas magníficas vistas al mar y pidió una copa de champán. Él decidió soltarse el pelo y se pidió una cerveza. Una no tendría consecuencias. Ya no tenía diecisiete años.

      –Mira –dijo ella pasándole el bote lleno de fichas–. Tenemos más que cuando empezamos.

      –Te las has ganado.

      –Pero las compraste tú. El dinero me da igual, pero esto… –dijo señalando alrededor–, esto es exactamente lo que necesitaba. Gracias.

      Ella inclinó la copa hacia él antes de llevárselo a los labios. Rico la observó beber con los ojos entrecerrados y sintió una oleada de sensualidad en la entrepierna. Neen alzó la mirada y algo en la expresión de él hizo que sus ojos se oscurecieran. Abrió los labios y…

      Ambos miraron hacia otro lado.

      –Me alegro de que hayas disfrutado. Yo también lo he pasado bien.

      Era verdad. No le hubiera importado vaciarse los bolsillos con tal de verla contenta. Se imaginaba que el júbilo de Neen se debía a la novedad de aprender las reglas del juego y a la emoción de jugar por primera vez. El suyo, sin embargo, estaba totalmente circunscrito a ella.

      –Sé que para mí es fácil decirlo pero… –se inclinó hacia Neen y aspiró el suave aroma almizclado que despedía–. Creo que no debería permitir que Chris te convierta en una ermitaña.

      –Lo sé, pero… –dijo sonriendo con aire de disculpa–. Cuando solicité la orden de alejamiento él dejó de acosarme y yo pensé que todo había acabado. Ver que ha vuelto a las andadas me ha dejado descolocada. No sé por qué, pero ahora parece incluso más siniestro –dijo mirando en derredor, como si esperara que Chris apareciera de pronto.

      Ninguna mujer tenía por qué vivir con tanto miedo. Rico soltó la cerveza en la mesa con un golpe.

      –¡Como alguna vez me tope con ese indeseable, le retorceré el pescuezo!

      Ella rio.

      –Si te soy sincera, Chris no es el único culpable de que me haya vuelto un poco solitaria. La muerte de mi abuelo… –se mordió el labio y miró por la ventana antes de volverse hacia él–. Él sabía que mi sueño era abrir una cafetería, me animó y me dijo que podría conseguir cualquier cosa que me propusiera. Estábamos muy unidos y le echo de menos.

      –Lo siento, Neen.

      –Llevaba un tiempo enfermo. Tuvimos la oportunidad de hablar y despedirnos, por lo cual estoy muy agradecida.

      –Pero eso no significa que no lo eches de menos.

      –No. Se quedaría horrorizado

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