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se corrige y perfecciona tanto la figura que se puede llegar a crear una persona que no existe en la realidad. No obstante, como exclama Rupnik, «¡el arte no debería hacer desear lo que es imposible vivir, sino lo que podemos vivir todos!» (Govekar, 2013, pp. 136-137 y 145).

      Asimismo, plantea que el embellecimiento ideal de las formas está ligado a una elaboración del pensamiento, de modo que la imagen cada vez más se convierte en una narración en la que se proyectan las ideas (Rupnik, 2001, p. 141). Así, la concepción simbólica del arte es más difícil percibirla en el arte renacentista, al estar ligado a una estética autorreferencial y correr el riesgo de imposibilitar ir más allá de sí mismo, de referirse a otro. El director del Centro Aletti explica que un «lenguaje con una forma perfecta gusta a los ojos, colma de satisfacción los sentidos, pero está demasiado cerrado sobre sí mismo, demasiado elaborado para dejar espacio para que Dios pueda aún decir algo, pueda redimir» (Govekar, 2013, p. 100).

      Asimismo, Rupnik plantea que la perfección de las formas promueve la auto-afirmación del artista que, en muchas ocasiones, puede centrarse únicamente en buscar su propia satisfacción. Es decir, la obra de arte «se convierte en un alarde de la inteligencia que la ha pensado, de la habilidad manual que la ha llevado a cabo» (Govekar, 2013, p. 99). Así, deduce que está ligada, en términos generales, a un fuerte antropocentrismo, ya que el hombre es el centro de la elaboración. En este sentido, comenta que la crisis del arte es consecuencia de la crisis antropológica, que ha comenzado con el renacimiento, en el que se impone la visión del individuo (Rupnik, 2014, p. 22).

      Además, este desmesurado protagonismo del artista conlleva, como subraya Natasa Govekar, que, para disfrutar de una obra de arte, nos interesemos principalmente por el artista. «Este enfoque llega a ser tan corriente que parece más importante la técnica, el estilo... todo lo que se refiere al artista, antes que el contenido de la obra» (2013, p. 153).

      Es importante puntualizar que, a pesar de estas ideas relativas al arte renacentista en general y a las consecuencias del perfeccionamiento de sus formas, Rupnik reconoce al mismo tiempo los aspectos enriquecedores de los maestros del renacimiento, hasta el punto de que en su taller tiene una imagen del rostro de la Sibila Délfica de Miguel Ángel, el gran maestro renacentista (Govekar, 2013, p. 105). Sus reflexiones podrían recordar las palabras que pronunció san Juan Pablo II en su Carta a los artistas, al señalar que el arte a partir del renacimiento destaca por un creciente interés por el hombre, que por sí mismo no supone un peligro, aunque, como continúa afirmando, «este clima ha llevado a veces a una cierta separación entre el mundo del arte y el de la fe» (1999, n. 10).

      El director del Centro Aletti ha llegado a esta concepción del arte renacentista a través de la lectura de diversos autores, especialmente de los siglos XIX y XX, como él mismo reconoce. Entre otros, se refiere explícitamente a Berdiaeff, quien afirma que «la máquina elaborada por el renacimiento ha destruido la belleza de la vida» (1951, p. 41). Asimismo, hay que destacar a Florenski, que en una de sus investigaciones titulada Il pensiero medievale e il pensiero rinascimentale contrapone ambas concepciones del mundo y concluye insistiendo en que la separación de la vida es la principal característica del pensamiento renacentista. Por ello, insiste en que el arte que se desarrolla en esta época «ha decidido reemplazar la creación simbólica por la construcción de simulacros» (2005, p. 39). Finalmente, en esta línea, podríamos citar a Ratzinger —a quien también se refiere el director del Centro Aletti—, al subrayar que es durante el renacimiento cuando destaca ese carácter autorreferencial del arte que previamente hemos comentado, pues promueve «una visión de la belleza que no quiere señalar en otra dirección que no sea ella misma» (2007, p. 169).

      Rupnik indica que este arte renacentista tiene su precedente en el arte griego y también se vincula con las manifestaciones artísticas desarrolladas en la época del neoclasicismo, donde el buen gusto se convierte en la norma y expresión de la estética como ciencia de la obra de arte (2001, p. 141).

      Como consecuencia de esta idealización y perfeccionamiento de las formas, propios del arte renacentista, se abrirán dos caminos, como también plantea el director del Centro Aletti. Uno, cuyo iniciador es Cézanne, caracterizado por una búsqueda de lo racional; y otro, inaugurado por Van Gogh, que se dirige, como hemos señalado, al interior, a lo personal, al sentimiento (2005, p. 490). En este sentido, Rupnik especifica que Van Gogh es un contestador: contesta a una cultura formalista donde la imagen está sujeta a normas (2001, p. 138).

      En definitiva, al hilo de estas reflexiones, podríamos deducir que los movimientos de vanguardia, como el postimpresionismo, surgen como reacción a ese perfeccionamiento propio del arte desde el renacimiento. También el movimiento fauvista y expresionista serían, en cierto modo, consecuencia de ello (Rupnik, 2001, p. 139). Y esta situación llega a muchas manifestaciones del arte actual, pues el siglo XX es un siglo de protesta contra un formalismo ideológico que ha sofocado aquello verdaderamente humano: las relaciones, la convivencia, el encuentro (Govekar, 2013, p. 52). Precisamente, Plazaola también ha indicado que el subjetivismo que, en términos generales, caracteriza al arte contemporáneo, hunde sus raíces en el renacimiento (1991, p. 29).

      Consecuencias del subjetivismo en el arte

      En primer lugar, la primacía que alcanza el subjetivismo ha ocasionado, según Rupnik, una confusión en el concepto del arte y la consecuente desaparición de los criterios que lo definen. Concretamente, el director del Centro Aletti afirma que «en este momento el límite entre el arte y el no arte no existe, porque hoy se considera obra de arte todo lo que es expresión» (Velasco Quintana y Rodríguez Velasco, 2009, p. 121).

      En términos generales, en el arte contemporáneo se produce un alejamiento de la concepción de belleza propuesta, entre otros, por Soloviev y que es la que defiende Rupnik en la actualidad. Esta belleza está unida al conocimiento integral y promueve un arte que busca un mundo de unidad, una comunicación más universal. El individualismo, en cambio, tiende a ocasionar la invalidación de los criterios de verdad, bien y belleza, y promover el desarrollo de cada realidad de forma absoluta, sin un nexo orgánico con el resto de la realidad. Al aceptar la regla «divide y vencerás», el hombre se encamina hacia una conciencia desmembrada, centrífuga, dispersa, explica Rupnik. Se podría entonces decir que una obra así suscita contrastes y rivalidad, a la vez que cercena una verdadera creatividad, porque no puede penetrar en la realidad (Rupnik, 1994, pp. 59, 106 y 114).

      Por otro lado, del mismo modo que el deseo de plasmar en la obra de arte la expresión propia de cada artista condujo en el expresionismo a la dificultad de conformar un movimiento propio, este fenómeno se puede extrapolar al conjunto del panorama artístico actual. De hecho, al considerarse arte todo lo que es expresión, los manifiestos teóricos y las proclamas de individuos y grupos se han multiplicado y han sido cada vez más exclusivistas. Cada artista reclama para sí la representación de lo pura y eternamente artístico (Hoffmann, 1962, p. 31).

      La gran diversidad de tendencias en el arte actual es en gran medida consecuencia del individualismo de los artistas que reclaman su propio espacio independiente. Como señala Morales Vallejo, cada artista contemporáneo pretende romper con los modelos de su entorno o con los que le han precedido, para proyectar una tendencia que se agota en sí misma o en un reducido grupo (2006, p. 85). Rupnik ratifica esta idea al plantear que «desde finales del siglo XIX en adelante, sobre todo en el siglo XX, ha habido una explosión de contestaciones al formalismo y cada artista ha propuesto una forma inmediatamente atribuible a su estado interior» (Govekar, 2013, p. 120). La autonomía y autoexpresión conducen además a una democratización del quehacer artístico, de modo que se llega a una situación en la que todos podríamos, potencialmente, ser artistas.

      En esta multiplicidad de propuestas, cada artista busca su distinción. Como señalan Lipovetsky y Serroy, se fomenta así «el deseo narcisista de visibilidad, de reconocimiento, de fama, ampliamente potenciado por los medios y la fuerza de la individualización» (2015, p. 93). Por ello, el subjetivismo tiene como consecuencia inmediata una forzosa originalidad, promovida tanto por parte del artista como, en muchas ocasiones, por parte de los jueces del panorama artístico (Camón Aznar, 1959, p. 142). En este sentido, Rupnik afirma que, dado que el artista se mueve en el ámbito de la expresión, ser original significa inventar continuamente formas nuevas, diversas

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