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y susceptibles de entrenamiento en cualquier edad. No es la edad sino la magnitud de la actividad física y deportiva la que decide sobre la calidad y la cantidad de nuestros huesos.

      En general, se pueden constatar los siguientes fenómenos de adaptación del hueso y de las estructuras que están en contacto con él:

      ■Aumento del grosor de la cortical compacta de los huesos largos.

      ■Fortalecimiento de la estructura de trabéculas óseas de la sustancia esponjosa que se orienta en función de las líneas de las fuerzas de compresión de las solicitaciones físicas a las que está sometida (ver fig. 19).

      ■Aumento del tamaño de las prominencias óseas en las zonas de inserción de músculos, tendones y cápsula articular (ver fig. 24).

      Las tuberosidades, las crestas y los tubérculos en los que se insertan músculos y ligamentos se hacen más prominentes, e incluso el conjunto del hueso sufre una deformación debido a la acción de las fuerzas musculares transmitidas a través de las inserciones. Como ejemplo de este fenómeno podemos considerar la tibia, que presenta una forma primaria tubular al nacer y que va deformándose hasta acabar adoptando una forma triangular debido al aumento de las cargas mecánicas (que se produce con el inicio de la bipedestación), fenómeno que no se presenta en niños paralíticos de nacimiento.

       Lesiones

      Fractura ósea

      La aparición de fracturas óseas en la práctica deportiva depende del grupo de edad, del tipo de deporte practicado, del nivel de rendimiento, etc. En este sentido, el factor de riesgo edad desempeña un rol esencial; en los niños de menos de 10 años el porcentaje de fracturas causadas por lesiones deportivas es 4 ó 5 veces mayor que en el grupo de edad de 20 a 50 años. En los grupos de mayor edad, el porcentaje sube de nuevo y vuelve a ser tres veces más alto que en el grupo de edad mediana (Menke, 1997, 44/45).

      Las causas de este fenómeno son, por un lado, la menor solidez del esqueleto infantil y de las personas de edad avanzada, y, por otro lado, hay que considerar los distintos deportes practicados en las diversas edades y la intensidad con que se practican, las diferencias en los comportamientos de riesgo y las distintas características motoras. Los niños practican especialmente “deportes de riesgo” tales como el patinaje en línea, el patinete, el snake o kickboard, etc. En cambio, las personas mayores prefieren disciplinas deportivas más tranquilas y más controlables.

       Consolidación del hueso tras una fractura ósea

      Tal como explica la figura 22, no todos los huesos tardan el mismo tiempo en curarse tras una fractura.

      La duración de la inmovilización depende básicamente de la edad del lesionado (menor en niños y mayor en personas de más edad) y de la localización de la fractura (más larga en los fragmentos de las extremidades más sometidas a carga y en lugares poco vascularizados, como, por ejemplo, en las fracturas del cuello del fémur o del escafoides de la mano) (Adler/Krause/Gebert, 1992, 283).

      Atención. Tras el período de inmovilización necesario para la curación de la fractura ósea, es necesario aplicar una terapia de movimiento activo para combatir la atrofia muscular –que se habrá instaurado y que puede ir asociada a una pérdida de fuerza del 75% (Scharf et al., 1992, 67)–, la atrofia por inactividad, la rigidez articular y los trastornos circulatorios.

      Particularidades de las fracturas infantiles (Debrunner, 1983, 320; Peterson/Renström, 1987, 409):

      ■En los niños, las fracturas solidifican más rápidamente y con menos complicaciones. Cuanto más joven sea el niño, más corto será el tiempo de consolidación.

      ■Las desviaciones de los ejes o los acortamientos en las fracturas diafisarias se verán parcial o completamente compensadas a lo largo del proceso de crecimiento. En este caso sirve el mismo criterio: cuanto más joven, mejor.

      ■La rigidez articular solamente aparecerá en raros casos en los niños, incluso en caso de larga inmovilización.

      ■La osteoporosis, la atrofia, el edema, etc. serán poco marcados y rápidamente reversibles.

      ■En niños no debe temerse la aparición de complicaciones generales como consecuencia de un largo período de inmovilización, tales como la trombosis, la embolia, la neumonía o las llagas por decúbito.

      ■Las fracturas del cartílago de crecimiento solamente se dan en los niños. Estas lesiones, relativamente raras, pero peligrosas, son una particularidad de la edad de crecimiento (ver el apartado siguiente).

      ■Debido al hecho de que los huesos infantiles todavía son bastante blandos y elásticos y el periostio es grueso y resistente, en los niños se producen las denominadas “fracturas en tallo verde”, que son más un doblamiento que una fractura limpia. En la cara cóncava, el periostio y parte del hueso permanecen intactos, y la consolidación es rápida y sin problemas.

      Epifisiólisis y fracturas epifisarias

       Epifisiólisis

      En las fracturas metafisarias y en las epifisiólisis traumáticas, la zona del cartílago de crecimiento permanece intacta y colgando de la epífisis, puesto que la línea de fractura discurre por la zona de osificación metafisaria (zona de mineralización), que es el punto más débil, y nunca a través del cartílago de crecimiento (zona generativa) (ver fig. 21 y fig. 23 a y b).

       Fracturas epifisarias

      Estas fracturas intraarticulares presentan siempre una disposición transversal a través del cartílago de crecimiento (ver fig. 23 c, d y e).

      Las apófisis, que forman excreciones óseas que sirven de inserción tendinosa, también ven aumentada su prominencia por el aumento de las fuerzas de tracción a las que están sometidas.

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