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por igual dotes creativas. Pero en el caso de muchos de estos líderes, su inestabilidad y caos interiores terminan por reflejarse en la empresa o grupo que dirigen. No pueden forjar una estructura u organización coherente. Todo debe pasar por ellos. Tienen que controlarlo todo y a todos, sus objetos de sí. Proclaman esto como una virtud —la de ser auténticos y espontáneos—, cuando en realidad carecen de aptitud para concentrarse y producir algo sólido. Desgastan y destruyen todo lo que crean.

      Imaginemos el narcisismo como un modo de calcular el nivel de nuestro ensimismamiento en una escala mensurable de alto a bajo. A cierta hondura, debajo de la marca intermedia de la escala, la gente entra en el ámbito del narcisismo profundo. Una vez que llega a ese nivel, es muy difícil que emerja de ahí, porque carece del recurso de la autoestima. El narcisista profundo se ensimisma por completo, casi siempre por debajo de esa marca. Si por un momento logra involucrarse con otros, algún acto o comentario desencadenará sus inseguridades y se desplomará. Sobre todo, tiende a sumergirse cada vez más en sí mismo con el paso del tiempo. Los demás son instrumentos. La realidad es apenas un reflejo de sus necesidades. La atención constante es su única forma de supervivencia.

      Por encima de esa marca intermedia se encuentra el que llamaremos el narcisista funcional, modelo al que la mayoría de nosotros respondemos. Aunque también nos ensimismamos, lo que impide que nos sumerjamos en nosotros es un coherente concepto de nuestra identidad, al que podemos aferrarnos y amar. (Es irónico que el término narcisismo haya terminado por significar “amor a uno mismo”, cuando lo cierto es que los mayores narcisistas no tienen un yo cohesionado que amar, lo cual es la fuente de su problema.) Esto genera cierta resistencia interna. Quizá tengamos momentos de pronunciado narcisismo que nos sumerjan debajo de la marca, en particular cuando nos deprimimos o encaramos un reto en la vida, pero nos elevamos sin falta alguna. Como no se sienten inseguros ni lastimados todo el tiempo ni andan siempre a la caza de la atención, los narcisistas funcionales pueden volcarse al exterior, a su trabajo y a relacionarse con los demás.

      Nuestra tarea como estudiosos de la naturaleza humana es triple. Primero, debemos comprender cabalmente el fenómeno del narcisista profundo. Aunque son una minoría, algunos de estos sujetos pueden infligir mucho daño en el mundo. Debemos distinguir a los tipos tóxicos que lo dramatizan todo e intentan convertirnos en objetos que puedan usar para sus propósitos. Pueden atraernos con su inusual energía, pero si dejamos que nos atrapen, librarnos de ellos podría ser una pesadilla. Son expertos en invertir la situación y hacer sentir culpables a los otros. Los líderes narcisistas son los más peligrosos de todos; debemos resistir su influencia y ver más allá de su fachada de creatividad. Saber cómo manejar en nuestra vida a los narcisistas profundos es un arte importante para todos.

      Segundo, debemos ser sinceros respecto a nuestra naturaleza y no negarla. Todos somos narcisistas. En una conversación, todos estamos impacientes por hablar, relatar nuestro caso, dar nuestra opinión. Nos agradan las personas que comparten nuestras ideas: son un reflejo de nuestro buen gusto. Si somos firmes, vemos la firmeza como una cualidad positiva porque es nuestra, mientras que otros, más tímidos, la juzgarán ofensiva y valorarán la introspección. Todos gustamos del halago a causa de nuestro amor propio. Los moralistas que pretenden distinguirse y condenar a los narcisistas en el mundo de hoy suelen ser más narcisistas que ninguno: les fascina el sonido de su voz mientras señalan con el dedo y predican. Todos nos ubicamos en un punto u otro del espectro del ensimismamiento. Crear un yo que podamos amar es un acto saludable que no debe estigmatizarse. Sin autoestima, caeríamos en el narcisismo profundo. Pero para trascender el narcisismo funcional, lo cual debería ser nuestra meta, primero debemos ser honestos con nosotros. Pretender negar nuestra condición ensimismada, fingir que somos más altruistas que otros, nos impedirá transformarnos.

      Tercero y más importante, debemos convertirnos en narcisistas sanos. Éstos tienen un concepto de sí fuerte y resistente, rondan cerca de lo más alto de la escala. Se recuperan más rápido de una herida u ofensa. No necesitan tanta validación de los demás. Se dan cuenta en un momento dado de que tienen límites y defectos. Pueden reírse de esos defectos y no tomarse personalmente los desaires. En muchos sentidos, y dado que abrazan la imagen completa de sí mismos, su amor propio es más cabal y verdadero. Desde esta fuerte posición interna, pueden dirigir su atención al exterior con mayor frecuencia y más fácilmente. Su interés sigue una de dos direcciones, y a veces ambas. Primero, son capaces de dirigir su amor y concentración al trabajo, lo que los convierte en grandes artistas, creadores e inventores. Como su enfoque en el trabajo es más intenso, tienden a ser exitosos en sus proyectos, lo que les da la atención y validación que requieren. Tienen momentos de duda e inseguridad, y los artistas son notoriamente susceptibles, pero el trabajo permanece como una liberación continua del ensimismamiento.

      La otra dirección que siguen los narcisistas sanos es hacia las personas, con las que desarrollan sus facultades empáticas. Imagina la empatía como la sección más alta de la escala, la total abstracción en los demás. Por nuestra propia naturaleza, los seres humanos poseemos grandes habilidades para entender a la gente desde dentro. En nuestros primeros años nos sentíamos muy ligados a nuestra madre y podíamos percibir cada uno de sus estados de ánimo y descifrar todas sus emociones de forma preverbal. A diferencia de cualquier otro animal o primate, también teníamos la capacidad para extender eso a otros cuidadores e individuos en torno nuestro.

      Ésta es la modalidad física de la empatía, que aún sentimos con nuestros amigos, cónyuge o pareja. También poseemos una aptitud natural para adoptar la perspectiva de otros, abrirnos paso en su mente. Estas facultades yacen latentes a causa de nuestro ensimismamiento. Pero después de los veinte años de edad, cuando ya nos sentimos más seguros, empezamos a fijarnos en el exterior, en la gente, y a redescubrir esas facultades. Quienes practican esta empatía suelen volverse magníficos observadores sociales en las artes o las ciencias, terapeutas y líderes del más alto orden.

      La necesidad de desarrollar esta empatía es mayor que nunca. Varios estudios han indicado un aumento gradual en el nivel de ensimismamiento y narcisismo en los jóvenes a partir de finales de la década de 1970, con un incremento mucho mayor desde 2000. Esto debe atribuirse en gran parte a la tecnología e internet. La gente dedica ahora menos tiempo a las interacciones sociales y más a socializar en línea, lo que le dificulta cada vez más desarrollar la empatía y afinar sus habilidades sociales. Como cualquier otra habilidad, la empatía depende de la calidad de la atención. Si te distraes una y otra vez porque tienes que consultar tu teléfono inteligente, nunca tendrás un pie dentro de los sentimientos o puntos de vista de los demás. Volverás todo el tiempo a ti mismo y no pasarás de revolotear en la superficie de las interacciones sociales, sin comprometerte jamás. Aun en medio de una multitud, permanecerás esencialmente solo. Los demás acabarán por cumplir para ti una función: no la de establecer vínculos, sino la de aplacar tus inseguridades.

      Nuestro cerebro está hecho para la continua interacción social; la complejidad de esta interacción es uno de los factores principales que elevaron drásticamente nuestra inteligencia como especie. En cierto momento, involucrarnos menos con los demás tiene un efecto negativo neto en el cerebro y atrofia nuestro músculo social. Peor todavía, la cultura moderna hace hincapié en el valor del individuo y los derechos individuales, lo que alienta un mayor involucramiento con uno mismo. Cada vez más individuos son incapaces de imaginar siquiera que otros podrían tener una perspectiva distinta a la suya, que no todos somos idénticos en nuestros deseos o pensamientos.

      Oponte a esas tendencias y crea una energía empática. Cada lado del espectro tiene una dinámica peculiar. El narcisismo profundo te sumerge en ti, ya que te desconectas de la realidad y eres incapaz de desarrollar tu trabajo o relaciones. La empatía hace lo contrario. A medida que vuelcas tu atención al exterior, recibes una retroalimentación positiva. La gente quiere estar contigo. Desarrollas tu músculo empático; tu trabajo mejora; sin siquiera intentarlo, obtienes la atención con que todos los seres humanos prosperamos. La empatía crea su propio impulso ascendente y positivo.

      Los siguientes son los cuatro componentes de la serie de las habilidades empáticas.

      La actitud empática: la empatía es, esencialmente, un estado de ánimo, una manera distinta de relacionarte con los demás. El mayor peligro que enfrentas

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