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podemos discutir su caso.

      —¿Tú cuál eres?

      —Julian.

      El que no era ni moreno ni rubio dijo:

      —Y yo soy Isaac.

      —Yo soy Reacher. Encantado de conocerlos. ¿Los Shevick son sus clientes?

      —Sí —dijo Gino—. Por lo que no podemos hablar de ellos.

      —Hagan como si fuera un ejemplo hipotético. En un caso como el de ellos, ¿podría llegar a suceder que uno de los dos fondos de responsabilidad objetiva pague dentro de los próximos siete días?

      —De verdad no deberíamos hablar del tema —dijo Isaac.

      —Solo de manera teórica —dijo Reacher—. Como una representación abstracta.

      —Es complicado —dijo Julian.

      —¿Qué es lo que lo complica?

      —Me refiero a que teóricamente un caso como ese comenzaría de manera simple, pero después se complicaría mucho si miembros de la familia intervinieran para actuar como garantes. Un movimiento en esa dirección bajaría de categoría la urgencia. Literalmente. La urgencia pasaría a tener una categoría menor. Los fondos de responsabilidad objetiva se ocupan de decenas de miles de casos. Quizás cientos de miles. Si están seguros de que un paciente está recibiendo los cuidados igual, le asignan un código distinto. Como una categoría más baja. No exactamente en el último lugar, más como en segundo plano. Mientras que los asuntos más urgentes se tratan primero.

      —Por lo que los Shevick cometieron un error al firmar el papel.

      —No podemos hablar de los Shevick —dijo Gino—. Hay cuestiones de confidencialidad.

      —Teóricamente —dijo Reacher—. Hipotéticamente. ¿Sería un error para padres hipotéticos firmar el papel?

      —Por supuesto que sí —dijo Isaac—. Piénsalo desde el punto de vista de un burócrata. El paciente está recibiendo su tratamiento. Al burócrata no le interesa cómo. Lo único que sabe es que para él no hay una responsabilidad civil negativa. Por lo que se puede tomar su tiempo. Los padres hipotéticos se tendrían que haber mantenido firmes y haber dicho que no. Se deberían haber negado a firmar.

      —Estimo que no se pudieron obligar a hacer eso.

      —Estoy de acuerdo, habría sido duro, dadas las circunstancias. Pero habría funcionado. El burócrata se habría visto obligado a sacar la chequera. Ahí mismo. No habría tenido otra opción.

      —Es una cuestión de educación —dijo Gino—. La gente tiene que conocer sus derechos antes de tiempo. No es algo que se pueda hacer en ese mismo momento. Es tu hijo, acostado en una camilla. Demasiadas emociones.

      —¿Va a pasar algo en los próximos siete días? —preguntó Reacher.

      Ninguno respondió.

      Lo cual a Reacher le pareció de por sí una respuesta.

      Finalmente Julian dijo:

      —El problema es que ahora tienen tiempo para discutirlo. El fondo del gobierno es dinero de los contribuyentes. La legislación no es muy popular. Por lo tanto el gobierno querrá que pague el fondo de seguro. El fondo de seguro es dinero de accionistas. Los bonus dependen de su rendimiento. Por lo tanto el fondo de seguro lo va a hacer volver al gobierno, una y otra vez, todo el tiempo que necesite.

      —¿Para que pase qué?

      —Para que el paciente muera —dijo Isaac—. Ese es el gran premio para el fondo de seguro. Porque a partir de ahí estamos en una discusión totalmente distinta. La relación contractual sustituta era entre el fondo de responsabilidad objetiva y la persona fallecida. ¿Qué hay ahí para reintegrar? La persona fallecida no gastó ningún dinero. Su cuidado se financió gracias a la generosidad de sus parientes. Algo que sucede todo el tiempo. Donaciones médicas entre miembros de la familia son tan comunes que el fisco las clasifica bajo una categoría aparte. Pero no es como comprar acciones de una empresa. Uno no se beneficia con una eventual subida. Hay una pista en el nombre. Es una donación. Es un regalo, libremente otorgado. No se reintegra. Es una cuestión de principio legal. Los precedentes no son claros. Podría llegar hasta la Corte Suprema.

      —¿Por lo que nada en los próximos siete días?

      —Nos alegraríamos si pasara algo en los próximos siete años.

      —Están muy comprometidos con usureros.

      —Al burócrata no le importa cómo.

      —¿A ustedes les importa?

      —Nuestros clientes no nos van a dejar acercarnos para nada a sus asuntos financieros —dijo Julian.

      Reacher asintió.

      Dijo:

      —No quieren que ustedes les quemen las naves.

      —Exactamente esas fueron sus palabras —dijo Gino—. Dicen que atacar a los usureros los dejaría sin ningún tipo de acceso a dinero en el futuro, en caso de que lo necesiten, lo que la experiencia les dice que probablemente así sea.

      —¿Tienen algún otro tipo de solución legal en algún lugar? —preguntó Reacher.

      —Hipotéticamente —dijo Julian—. La estrategia obvia sería hacer una demanda civil contra el empleador deudor. No habría manera de que falle. Pero obviamente nunca se adopta en un caso como este, porque la misma causa ya va a haber expuesto al demandado como estafador, dejándolo así en bancarrota, dejando así al demandante exitoso sin bienes de ningún tipo de los cuales poder cobrarse.

      —¿Ninguna otra cosa que puedan hacer?

      —Le presentamos a la corte una demanda a su favor —dijo Gino—. Pero dejaron de leer donde dice que ella igual está recibiendo tratamiento.

      —OK —dijo Reacher—. Esperemos lo mejor. Alguien me acaba de decir que una semana es mucho tiempo. Gracias por su ayuda. Se agradece enormemente.

      Se retiró y empujó la puerta y salió a la calle. Se detuvo en la esquina para ajustar su dirección. Una a la derecha y una a la izquierda, pensó. Con eso debería estar bien.

      Escuchó que la puerta se volvía a abrir detrás de él. Escuchó pasos en la vereda. Se dio vuelta y vio que Isaac caminaba hacia donde él estaba. El que no era ni moreno ni rubio. Medía un metro setenta y cinco, quizás, y era macizo como un elefante marino. Llevaba los pantalones con botamanga.

      —Soy Isaac, ¿te acuerdas? —dijo.

      —Isaac Mehay-Byford —dijo Reacher—. J. D. por la Facultad de Derecho de Stanford. Una universidad difícil. Felicitaciones. Pero deduzco que originalmente eres de la otra costa.

      —Boston —dijo—. Mi papá era policía allá. Me recuerdas a él, un poco. Él también notaba cosas.

      —Ahora me estás haciendo sentir viejo.

      —¿Eres policía?

      —Fui policía —dijo Reacher—. Érase una vez. En el Ejército. ¿Eso cuenta?

      —Podría ser —dijo Isaac—. Me podrías dar algún consejo.

      —¿Acerca de qué?

      —¿Cómo conociste a los Shevick?

      —Lo ayudé a él con una situación esta mañana. Se lastimó la rodilla. Lo acompañé a su casa. Me contaron la historia.

      —Su esposa me llama de vez en cuando. No tienen muchos amigos. Sé lo que están haciendo para conseguir dinero. Antes o después se van a quedar sin margen.

      —Creo que eso ya sucedió —dijo Reacher—. O va a suceder, en siete días.

      —Yo tengo una teoría personal disparatada —dijo Isaac.

      —¿Acerca de qué?

      —O

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