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está tu padre?

      –Mucho mejor. Ahora está estable, pero tienen que hacerle más pruebas.

      La mujer les tomó nota y se marchó.

      Ana sacudió la cabeza.

      –No me puedo creer lo mucho que se preocupa la gente. Es curioso, ¿no? Parece que se llevaba bien con todo el mundo excepto con sus hijas.

      Vance se encogió de hombros.

      –¿Y por qué te sorprende? La familia Slater fue una de las fundadoras de Royerton. Todo el mundo respeta a Colt por aquí. No ha sido un padre perfecto –Vance se echó hacia atrás en la silla–. ¿Pero por qué te quedaste? ¿Por qué no te fuiste, como tus hermanas?

      Ana le miró con unos ojos que eran iguales a los de Colt.

      –Me quedé por mis hermanas, y entonces conseguí el trabajo en el instituto –se encogió de hombros–. Ya no sé si importa siquiera.

      Vance se inclinó hacia delante.

      –Mira, Ana, no sé por qué Colt hacía muchas cosas de las que hacía. No hay duda de que es un hombre infeliz. He oído historias sobre cómo era de joven, antes de que se fuera tu madre… ¿La recuerdas?

      –Era muy pequeña, pero, sí. La recuerdo. Recuerdo lo hermosa que era. Su voz, su tacto… –se volvió hacia él.

      Vance vio las lágrimas en sus ojos.

      –Quería odiarla, pero pasé años rezando para que volviera y fuera nuestra madre de nuevo.

      –Eso es comprensible –dijo él, tocándole la mano.

      Ella bajó la mirada y retiró la mano lentamente.

      –¿Lo es? ¿Desearías que volviera tu madre?

      –Sí. Todos los niños quieren eso, sobre todo cuando tu padre no está ahí para darte de comer y tienes hambre.

      Vance soltó el aliento.

      –Y no puedes ir al colegio porque no tienes zapatos. Los chicos se burlan de ti por cosas como esa. Pero a veces tienes tanta hambre que te da igual, porque sabes que te darán de comer gratis a la hora de la comida.

      Vance vio esa extraña mirada en sus ojos y se dio cuenta de que le había revelado demasiadas cosas.

      Esa vez fue ella quien le agarró la mano.

      –Oh, Vance. No tenía… no tenía ni idea.

      Él se apartó.

      –Nadie tenía ni idea. Cuando tenía catorce años, me harté y traté de escapar. Era grande para mi edad y esperaba encontrar un trabajo en algún sitio. Me escondí en la parte de atrás de una camioneta en un aparcamiento para poder escapar del pueblo. No sabía que era de Colt hasta que me vi en el Lazy S. Decidí dormir en el granero antes de seguir con mi viaje por la mañana. Él me encontró. Claro.

      Ana no quería sentir empatía por ese chico indigente.

      –Y te convertiste en el hijo que mi padre siempre quiso.

      –Como te dije antes, solo quería sobrevivir. Colt me salvó de una infancia cruel. Siento que pensaras que tenías que competir conmigo para conseguir la atención de tu padre.

      Ella se encogió de hombros. Todo parecía tan infantil en ese momento.

      –Ya no tiene importancia. Colt hizo su elección hace mucho tiempo y es por eso que no puedo hacer que mis hermanas vuelvan.

      –Si te presentas en su puerta, tendrán que escucharte. Deberían ayudarte con las decisiones médicas que haya que tomar respecto a tu padre.

      –No conoces a mis hermanas… así que creo que deberías venir conmigo.

      La enfermera levantó a Colt de la cama para que pudiera incorporarse por fin, pero lo que realmente quería el dueño de Lazy S era salir de allí cuanto antes. La cosa no era fácil, no obstante. Todavía estaba débil como un ternero recién nacido, y apenas podía mover el brazo derecho.

      –¿Mejor, señor Slater? –le preguntó la enfermera, llamada Erin.

      Colt gruñó. Ella sonrió y le colocó el botón de llamada junto a la mano.

      –Apriételo si necesita algo. Su hija llegará en breve. Además, vendrán a hablarle de la terapia pronto.

      Colt volvió a gruñir. ¿Qué bien iba a hacerle todo aquello?

      –Necesitará un poco de rehabilitación para ponerse en forma de nuevo, señor Slater, pero tiene posibilidades de recuperarse del todo. Solo tiene que trabajar duro.

      Como si no hubiera trabajado duro toda su vida… La enferma encendió la televisión y salió de la habitación, dejándole solo.

      Una ola de tristeza se apoderó del viejo Colt Slater. Su vida pasaba ante sus ojos como una película. Luisa… Aquel día en el rodeo, al verla por primera vez, había creído que era un ángel.

      Unas semanas más tarde, se había casado con ella.

      La presión que sentía en el pecho se hizo más fuerte al recordar aquella noche, cuando regresó a casa, loco por ver a las niñas. Luisa llevaba un tiempo comportándose de una forma distante. Se había ofrecido a buscar a alguien para que la ayudara con las niñas, pero ella le había dicho que quería ser su madre a tiempo completo. Más tarde, esa misma noche, se la había encontrado llorando y le había preguntado qué le pasaba.

      –Hazme al amor hasta que desaparezcan todas las cosas malas.

      Colt soltó el aliento. Aquella noche habían hecho el amor con toda el alma, con el corazón, con la cabeza… A la tarde siguiente, al llegar a casa, se había encontrado con una niñera. Su esposa se había marchado para siempre. Solo había dejado una nota en la que decía que ya no quería vivir con él y con las niñas.

      La buscó por todas partes, pero no logró encontrarla. Y entonces recibió los papeles del divorcio.

      Dos días más tarde, Vance y Ana se subieron a un avión que los llevó a California. Al aterrizar en el aeropuerto de Los Ángeles, Vance se preguntó cómo le había convencido. Por una parte, no soportaba las ciudades grandes. Además, si se llevaba mal con Ana, la cosa era mucho peor con sus hermanas.

      El avión se detuvo junto a la terminal.

      –No sé si esto va a suponer alguna diferencia –dijo Ana. Estaba un poco nerviosa–. ¿Y si Tori y Josie se niegan a ayudarme?

      –Entonces volvemos a Montana y vemos qué hacemos. Ya se nos ocurrirá algo. Te lo prometo.

      Ella le miró a la cara y vio esa sonrisa sexy. El corazón le dio un vuelco y no tuvo más remedio que apartar la mirada. No quería pensar en él de esa manera. No tenía excusa posible.

      Cuando el avión se detuvo junto a la puerta de embarque, se desabrochó el cinturón. Vance se puso en pie y abrió el maletero superior. Sacó el bolso de Ana, su petate y su sombrero vaquero. Se echó a un lado y la dejó salir al pasillo. Era imposible no rozarse contra ella. El espacio era muy reducido. Ana aspiró su aroma. Podía sentir su cuerpo duro contra la piel.

      Como no llevaban equipaje, se dirigieron hacia el puesto de alquiler de coches. Vance alquiló un sedán de tamaño medio.

      –¿Puedes conducir por las carreteras de Los Ángeles?

      Él se quitó el sombrero y lo tiró sobre el asiento de atrás.

      –Pronto lo sabremos.

      –Aquí está la dirección del negocio de Josie.

      Vance tomó el papel y metió la dirección en el GPS. Terminaron en la parte más antigua de Los Ángeles, no lejos de Griffith Park. Era un edificio de dos plantas de estuco, de estilo español.

      Bajaron del coche y leyeron el directorio que estaba en la pared. No fue difícil encontrar

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