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tienen que ver los programas cuando la televisión los emite. Pueden, cada vez más, verlos despegados de la instancia de la emisión. Y explica también por qué la televisión tiene cada vez más problemas para programar la vida social.

      No es difícil comparar la periodización que acabamos de reseñar con los temas centrales del debate anglosajón (hecho que confirmaría que la historia de los medios de comunicación masiva en Occidente presenta, en cierto nivel, un desarrollo global, porque si no, ¿cómo se explican lecturas tan semejantes?). Tanto Eco como Ellis y Katz sitúan el cambio aproximadamente hacia la década de los ochenta. Vista desde el presente, la historia de la televisión hasta esa década a nivel mundial se caracterizó por la “escasez” de la oferta (este hecho es característico de la era de los medios masivos). Si a lo señalado sumamos pocos aparatos receptores en el hogar, que obligaban al “visionado conjunto”, comprendemos el poder de la institución emisora. En la segunda etapa, principalmente gracias a la televisión por cable, aumenta la oferta (podemos recordar el amargo comentario de Eco sobre este hecho6), y en países como Estados Unidos aumenta la cantidad de aparatos en el hogar (en otros países este proceso es más lento). En la tercera etapa, tal como la postula Verón, el espectador tiene ya un gran poder: podemos ver lo que deseamos, cuando lo deseamos, etc. (hecho que observan también Katz y Ellis, aunque Ellis no haga referencia a esta etapa como la final).

      En síntesis: la crisis de la televisión se debe a cambios en los dispositivos mediáticos, discursivos, y en las prácticas sociales de producción y recepción discursiva. Y a que se está volviendo cada día más evidente algo que se sospechaba: que en nuestra sociedad, los individuos poseen gustos diferentes y realizan (debido a su pertenencia identitaria a distintos grupos sociales), cada vez que pueden, elecciones diferenciadas (este fenómeno está estallando en los hogares en la medida en que las pantallas se multiplican y que cada uno puede elegir qué ver).7

      Ahora bien, tal como lo acabamos de comprobar, es posible leer la última etapa como una nueva fase, como lo hacen Ellis y Miller, o como el fin de una era, como lo hacemos otros (Katz, Verón, Carlón). Este hecho nos revela lo difícil que es este debate y, a su vez, la pertinencia de la pregunta que nos hemos formulado: las diferentes lecturas, ¿son consecuencia de que conceptuamos de modo diferente a la televisión y a la historia de la mediatización o de que hay interpretaciones distintas a partir de procesos históricos en los que estamos de acuerdo? Hacia el final de este artículo brindaremos nuestro argumento acerca de por qué insistimos en que nos encontramos, más que en una nueva fase, en el final de un periodo.

      Pero antes de sumergirnos en esa apasionante reflexión, queda un importante tema a tratar: ¿cuál es la situación de la televisión actual? Porque más allá de que consideremos que nos encontramos en el final de una era o en el inicio de un nuevo periodo hay algo que debemos reconocer: la televisión sigue. Continúa ofreciendo programas, renovando su programación, etc. (es decir, haciendo todos los gestos que históricamente la caracterizaron). ¿Pero como sigue? O mejor aún (desde nuestra perspectiva), ¿cómo sigue la televisión después del fin de la televisión?

      Post-TV: estructura planeta-satélites y televisión “expandida”. Dos tipos de narrativas transmediáticas

      Consideramos que vivimos una situación post-TV (Carlón, 2012a). Esta situación no se presenta de modo homogéneo en todos los países. En el próximo ítem nos ocuparemos de cómo procesar las variaciones que se presentan en distintos países de América Latina. Mientras tanto, veamos por qué hablamos de una situación post-TV.

      Los síntomas de la situación post-TV son varios. Algunos de ellos son generales, como el fenómeno que denominamos “televisión expandida”, que afecta a la presencia de la institución emisora en el nivel de la media-tización. Otros, como los que se evidencian en el nivel de programación, se manifiestan de modo particular en distintos países. Comenzamos por la “televisión expandida”.

      Llamamos “televisión expandida”, ante todo, a un fenómeno derivado de la especificidad televisiva (y de su reconocimiento social): el hecho de que posee un dispositivo y lenguaje propio, la toma directa.8 Podemos aquí empezar a percibir que más allá de las escuelas o perspectivas teóricas en las que se nos pueda encuadrar, hay diferencias entre distintos autores.

      Nuestra perspectiva en este punto se diferencia de la desarrollada por otros, como Katz, que tiende a considerar a los lenguajes y dispositivos tecnologías; o Verón, que niega a los dispositivos y lenguajes incidencia en los procesos de producción y circulación de sentido.9 Para nosotros, en cambio, la toma directa, por ejemplo, es el verdadero dispositivo y lenguaje de la televisión (el que trajo como novedad), y además de una discursividad singular contribuye a crear no sólo un tipo de sujeto espectador específico,10 sino, también, una experiencia espectatorial única (la del testigo mediático: aquella por la cual el sujeto deviene testigo de su propia historia en su devenir [Carlón, 2004: 173-199]). Este aspecto es tan importante que habilita, a nivel de la mediatización, la situación post-TV, que se caracteriza porque la institución emisora mantiene su vigencia como programadora de la vida social.

      ¿Por qué hablamos de “televisión expandida”? Porque si, como sostuvimos en “¿Autopsia a la televisión? Dispositivo y lenguaje en el fin de una era” (Carlón, 2009: 159-187), hay una parte de la televisión que sobrevive después del fin de la televisión, que es capaz de generar transmisiones como a las que Katz hace referencia sin que la institución emisora pierda definitivamente su lugar, es la de la toma directa cuando se articula con determinados acontecimientos sociales relevantes (transmisiones de eventos deportivos, de ceremonias políticas o del mundo del espectáculo, etc.). Estas transmisiones que, en verdad, son los principales discursos masivos que en la historia se han generado, no sólo siguen siendo masivas después del fin de la televisión, sino que, además, son captadas por los sujetos que las reciben a través de otros aparatos mediáticos (teléfonos celulares, notebooks, etc.) y medios (como YouTube, Terra, etc.) en el mismo momento en que la televisión las emite, generándose así un escenario de “televisión expandida” en el que, al revés del proceso más característico de la situación “fin de la televisión”, en el que el consumo programa la recepción, la emisión sigue programando la recepción. Son transmisiones que nos obligan a reconocer la vigencia del lenguaje de la televisión y de la institución emisora en el escenario post-TV y que habilitan, por consiguiente, un tipo específico de “narrativa transmediática”.11

      Veamos ahora la situación del grabado. Observamos en el trabajo ya citado (Carlón, 2009: 159-187), que es el grabado el que, principalmente, provoca la situación “fin de la televisión”, ya que los programas generados en este lenguaje, subidos a la red o grabados en DVD de venta o alquiler legal o ilegal, están a libre disposición de los sujetos para que programen desde la recepción su consumo.12 ¿Impide este diagnóstico hablar de post-TV en grabado? En cierto nivel no, porque con sus rasgos característicos —como la serialidad, que obliga a desarrollar estrategias específicas a un nivel como la narratividad—, exitosos programas televisivos se han diferenciado de los cinematográficos y tienen vida en otros medios y dispositivos. Pero aunque realicemos este reconocimiento persiste una importante diferencia que nos revela hasta qué punto la situación post-TV que se da con las transmisiones en directo y la que presentan las emisiones de productos grabados son disímiles. O, dicho en otros términos, por qué directo y grabado habilitan dos tipos diferentes de narraciones transmediáticas. Para que no queden dudas veámoslo a través de un ejemplo clave de nuestra época: las series de ficción estadounidenses.

      Como todos sabemos, uno de los principales productos televisivos globales actuales son estas series (Lost, The Sopranos, Mad Men, etc.), que en los últimos años alcanzaron notable reconocimiento académico. Son series tan exitosas que discuten hoy el histórico lugar del cine hollywoodense como proveedor de ficciones globales,13 y su aceptación nos habla de la vigencia de la televisión. Pero debería aceptarse que ni siquiera el éxito de estos productos alcanza actualmente para salvar de su decadencia a la institución emisora o a la crisis de la programación: consumidas fuertemente bajo otras formas (streaming, DVD de venta ilegal o semilegal; a través de sitios que los proveen subtitulados,

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