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historia como la gran época de los medios masivos, aquella en que reinaron prácticamente sin competencias y lograron una inserción única, influyendo en todos los aspectos que hacen a la vida social” (Carlón y Scolari, 2009: 11). En ese libro, a partir de un análisis que presentaba su actualidad retomábamos, junto con otros autores, un debate que tenía antecedentes, ya que ensayistas como Alvin Toffler (1981: 161-182) habían presagiado la decadencia de los medios masivos a inicios de la década de los ochenta en capítulos como “Desmasificando los medios de comunicación”.1

      Si dejamos por un momento de lado la discusión general sobre el conjunto de los medios masivos (cuestión clave de estos últimos años a la que más tarde volveremos), y nos concentramos en el debate sobre el fin de la televisión, hay un hecho que no nos deja de llamar la atención: el interés que en este último tiempo ha despertado este tema tanto en América Latina (a partir del volumen que coordinamos con Scolari) como en el primer mundo (como se constata con escritos como “The End of Televisión?”, de Elihu Katz, 2009). Son hechos que nos hacen pensar que ese proceso, iniciado hace algunos años, parece más verosímil hoy. La pregunta es por qué.

      En lo que sigue nos proponemos examinar nuevamente la situación de la televisión. Es un examen que nos obligará a actualizar ese debate a la luz de los diálogos producidos hacia la misma época en el ámbito anglosajón y de los cambios que en estos años se han presentado en el escenario mediático y social. Y que nos llevará a interrogarnos, especialmente, por las situaciones particulares que el diagnóstico general sobre el “fin de la televisión” presenta en ciertos países de América Latina, a partir de varias publicaciones que se han realizado en estos últimos años y de conversaciones sostenidas en foros en los que pudimos dialogar con colegas en las ciudades de São Paulo y Guadalajara en 2011.2

      El fin de la televisión: ¿diferentes diagnósticos sobre el desarrollo de mediatización televisiva o distintas interpretaciones a partir de un mismo diagnóstico general?

      Si consideramos dos debates, el desarrollado en el ámbito anglosajón y el que se dio en el capítulo “El fin de la televisión” (Carlón y Scolari, 2009), no parece imposible confeccionar, a partir de las posiciones sostenidas por distintos autores, dos listas. En una de ellas podemos situar a quienes consideran que la televisión no está muerta ni muriendo, como Toby Miller (2009) y John Ellis (2004). En la otra podemos incluirnos a quienes creemos que cierta televisión está muriendo (Verón, Katz, Carlón —todos con textos publicados en 2009—). A esta última lista podemos sumar a Alejandro Piscitelli (1998), quien venía planteando su posición desde antes (el aporte de Carlos A. Scolari, que presenta su singularidad, será comentado hacia el final).

      Pero lo que nos interesa de momento, más que la confección de esas dos listas, es otra cuestión. Que la distinción habilita, en relación con la televisión, la formulación de la siguiente pregunta: las posiciones enfrentadas, ¿son consecuencia de que conceptuamos de modo diferente a la televisión y a la historia de la mediatización (en otros términos, de que hablamos de objetos distintos y de distintas historias), o de que hay interpretaciones distintas a partir de procesos históricos en los que estamos de acuerdo?

      Responder esta pregunta no es tarea sencilla de llevar a cabo, porque los autores nombrados partimos de distintas perspectivas teóricas (por ejemplo, algunos se inscriben claramente en el campo de los estudios culturales, otros en una remozada perspectiva mcluhaniana o en la consolidada “semiótica de medios” de América Latina) e, incluso, de distintas posiciones respecto de la cultura de nuestra época (unos son más abiertamente modernos y otros posmodernos). Pero el grado de dificultad no debería constituir un impedimento; máxime si estamos convencidos de que el esfuerzo a realizar puede brindar resultados esclarecedores sobre el tema que nos ocupa. Es más: aunque la concreción de esa empresa nos entregue, casi inevitablemente, un panorama esquemático, confiamos en que nos brindará, finalmente, un interesante fresco de la situación. Si la realización de esa tarea nos permite, hacia al final de este artículo, arribar a una nueva síntesis que nos lleve a pensar desde otro lugar las posiciones asumidas en su riqueza y complejidad, nos sentiremos satisfechos.

      El debate anglosajón: ¿la televisión está muriendo o entrando en una nueva fase?

      Dos palabras, para comenzar, sobre el debate anglosajón tal como lo sintetiza Elihu Katz (2009), que como ofrece posiciones nítidamente polarizadas presenta la ventaja de que nos permite ordenar mejor el campo y, por ende, la exposición que pretendemos desarrollar. La televisión que conocimos entre las décadas de los sesenta y los setenta está muriendo, dice Katz.3 Esa televisión que interpelaba a la vez a la nación y a la familia ya no es la actual, está dejándole espacio a otra de cientos de canales, que transmite a “nichos”, portable, que es parte de un sistema integrado a Internet y otros nuevos medios. Una televisión en la que, exagerando, no hay dos personas viendo el mismo programa a la vez. Es una televisión que se ve afectada por cambios tecnológicos y en el contacto. Y esos cambios se vieron acompañados por el colapso de la regulación pública en medio de un vertiginoso (y embrollado) cambio tecnológico, que además fue simultáneo de un cambio en la opinión pública, que se manifestó en contra de los profesionales que declaman saber, mejor que nosotros, lo que es bueno para nosotros.

      Del otro lado, autores como John Ellis (2004) y Toby Miller (2009) sostienen que la televisión no está muerta ni muriendo, sino entrando en una nueva fase.4 Según Ellis, en la primera fase (de la década de los cincuenta a los ochenta), los televidentes conocieron una televisión de la “escasez” en la que sus opciones de elección estaban limitadas a pocos canales de aire que transmitían a familias sentadas alrededor de una chimenea como una nación alrededor de una fogata. En la segunda hubo una televisión de la abundancia, en la que reinó la competencia entre el satélite y el cable, la oferta se expandió y cada hogar tuvo su aparato de televisión. Y ahora nos encontramos, finalmente, en una situación de infinitas opciones en la que podemos ver lo que deseamos, cuando lo deseamos (en tiempo real o con delay), donde lo deseamos (en una variedad de pantallas, teléfonos, websites).

      El rico debate que acabamos de presentar sucintamente —sobre el que volveremos— nos produce un extraño efecto: que termina en un “punto muerto”. Decimos esto porque nos brinda la impresión, incluso aunque estamos de acuerdo con el diagnóstico de Katz, que debido a una serie de acuerdos, implícitos y explícitos, existentes entre ambos análisis, finalmente todo parece resolverse en un gesto “interpretativo” (porque pareciera que así como cada uno tomó una determinada posición, no hubiera sido imposible que adoptara la contraria). Con la intención de ver si podemos dar un salto que nos permita salir de algún modo de este atolladero, pasamos a retomar el debate latinoamericano sobre el fin de la televisión.

      El debate en América Latina: cuando el consumo se despega de la oferta. Causas y efectos

      Al margen de los planteamientos presentados por Alejandro Piscitelli (1995; 1998), que tempranamente llamó la atención acerca de una posible crisis del broadcast, el debate en América Latina estuvo impulsado claramente por Eliseo Verón (2009), quien en “El fin de la historia de un mueble” sintetizó sus intervenciones. El diagnóstico de Verón se centra principalmente en tres ejes: el fin de la programación, la crisis de la televisión como medio y el nuevo rol del espectador. Detengámonos un momento en estos temas, que encuentran puntos de contacto con los privilegiados en el debate llevado a cabo en el ámbito anglosajón.

      La tesis de Verón, quien como una significativa cantidad de autores latinomericanos retoma la periodización presentada en “TV: la transparencia perdida” por Umberto Eco (1994) sostiene que, pasada la Paleo TV y la Neo TV, nos encontramos en una tercera etapa. Si durante la Paleo TV la institución emisora se ocupó del “mundo exterior” (la televisión como “ventana abierta al mundo”, como había postulado Eco), y durante la Neo TV la atención recayó en la televisión en sí misma y en el vínculo con el sujeto espectador,5 en la tercera etapa, de crisis de la institución emisora, el poder recae en el espectador. Esto se debe a que “la videocasetera, el control remoto, la preprogramación, fueron creando una distancia creciente

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