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tu buen juicio. Me excito subiendo en el ascensor porque sé que voy a pasar el día contigo… el único día del año. Y no tengo intención de estropear eso.

      Audrey dejó escapar el aliento que estaba conteniendo. Pero… ¿era de alivio o de decepción?

      –Siento mucho haber dicho eso.

      –Es halagador. Me alegra que una mujer a la que valoro encuentre algo bueno en mí. Gracias.

      –No me des las gracias.

      –Muy bien, entonces intentaré disimular mi satisfacción.

      –Ah, eso te pega más –dijo Audrey. Que pudieran reírse de ello a pesar de todo era increíble–. Bueno, ¿y ahora qué?

      Oliver lo pensó un momento y luego intentó sonreír.

      –Ahora vamos a tomar el tercer plato.

      Rodajas de piña y tomate verde en crujiente de nueces de Brasil

      ¿EL MUNDO había girado al revés para el resto de la clientela de Qingting? Ninguno de ellos parecía perturbado. Tal vez el edificio estaba construido para soportar temblores.

      Porque la existencia de Oliver se había puesto patas arriba.

      Los dos se quedaron en silencio, mirando los curiosos platos. Las porciones eran diminutas, pero Audrey y él se tomaron su tiempo para degustarlos. Necesitaban tiempo porque lo último que les apetecía en ese momento era comer.

      Había estado a punto de abrazarla y respirar el aroma de su pelo. Nada más importaba.

      A partir de aquel día empezaban de cero, pero en sus ojos no había solo timidez, sino miedo. No quería sentir esa atracción por él y debería estar enfadado consigo mismo. Él era quien no podía dejar de pensar en la mujer de otro hombre. Era él quien ya no podía estar con otra mujer, por hermosa que fuera, porque todas palidecían en comparación con Audrey.

      Ella era la mejor persona que había conocido y conocía a gente estupenda. Pero Audrey era la estrella sobre el árbol de Navidad, tan brillante y tan inalcanzable.

      Hasta unos minutos antes creía que era territorio seguro porque hasta unos minutos antes no sabía lo que sentía ella. Se había acostumbrado a disimular sus inapropiados sentimientos.

      ¿Qué iba a hacer en un mundo donde Audrey Devaney estaba libre y se sentía atraída por él?

      –¿Qué pasó entre Blake y tú? –le preguntó ella de repente.

      No era una conversación que Oliver quisiera mantener. ¿Qué iba a conseguir si Blake estaba muerto?

      –Sencillamente, nos distanciamos.

      Audrey frunció el ceño.

      –No entiendo por qué no me dijo nada. O por qué no sugirió que dejase de venir a Hong Kong. Me parece raro.

      –¿Esperabas que te obligase a elegir entre los dos?

      –No, no… pero Blake sabía por qué venía y no entiendo que no me dijese nada.

      La burbuja de esperanza perdió fuerza. Que hubiese ido a Hong Kong cada año para complacer a su marido era horrible.

      –Tuvo que pasar algo. Un incidente, una discusión.

      –Audrey, déjalo. ¿Qué más da?

      –La verdad es que nunca entendí que fuerais amigos. Erais tan diferentes…

      –Ya sabes eso de que los opuestos se atraen –dijo Oliver. Y también servía para Audrey–. No éramos tan diferentes.

      Al menos, al principio.

      –Estoy intentando imaginar qué pudo hacer Blake para que os distanciaseis.

      Su inconsciente solidaridad lo conmovió.

      –¿Por qué crees que no fue algo que hice yo?

      –Yo conocía a mi marido, con defectos y todo.

      Y ese era el mejor pie que iba a tener nunca.

      –¿Por qué te casaste con él?

      –¿Por qué se casa la gente?

      –Por amor –respondió Oliver. Aunque él no sabía nada sobre eso–. ¿Lo amabas?

      –El matrimonio significa cosas diferentes para cada persona.

      –¿Qué significaba para ti?

      Audrey vaciló.

      –Yo no creo en eso de perder la cabeza por alguien de repente.

      Era cierto. No le había ocurrido con Blake, pero cuando vio a Oliver tuvo que hacer un esfuerzo para no echarse en sus brazos.

      –¿No aspiras a eso?

      –¿A una gran pasión romántica? No –respondió ella, sus mejillas se tiñeron de color–. Esa no ha sido mi experiencia. Yo valoro los intereses comunes, el respeto mutuo, la confianza. Esas son las cosas que hacen un matrimonio.

      Un matrimonio sin amor, pensó Oliver. Pero ¿qué sabía él? Su experiencia personal era el terrible matrimonio de sus padres, que apenas merecía ese nombre; una mujer viviendo en un purgatorio al saber que su marido no la amaba.

      –¿Y Blake estaba de acuerdo con eso?

      –Teníamos muchas cosas en común.

      Había algo en particular que no tenían en común, pero de lo que Audrey no sabía nada: la fidelidad.

      –¿Nunca has mirado a ningún otro hombre preguntándote cómo podría haber sido?

      Tenía que saberlo.

      –¿Cómo podría haber sido qué?

      –Estar con él. ¿Nunca te has sentido atraída por otro hombre que no fuera Blake, un hombre al que desearas con todas tus fuerzas?

      Audrey tragó saliva.

      –Yo no le habría hecho eso a mi marido. Pensé que tú lo entenderías mejor que nadie.

      «Él mejor que nadie».

      –¿Estás hablando de mi padre?

      Nunca habían hablado de su padre, de modo que debía de habérselo contado Blake. Qué ironía.

      –¿Tan malo era, de verdad?

      Él respiró profundamente. Si contarle algo tan personal era la única intimidad que podía compartir con Audrey Devaney, lo haría.

      –Mucho.

      –¿Cómo supiste lo que estaba haciendo?

      –Todo el mundo lo sabía.

      –¿Incluida tu madre?

      –Ella fingía no saber nada –respondió Oliver. Por él. Y tal vez por ella misma.

      –¿No le importaba?

      Se le encogía el estómago al recordar los sollozos de su madre cuando creía que estaba dormido.

      –Sí le importaba.

      –Entonces, ¿por qué se quedó con él?

      –Mi padre era incapaz de ser fiel, pero no bebía ni era violento. Recordaba todos los cumpleaños y los aniversarios y tenía un buen trabajo. En todos los demás aspectos era un marido y un padre razonablemente bueno.

      Si uno no contaba con algo llamado «integridad».

      Parte de la atracción que sentía por Audrey tenía que ver con sus valores. No era una mujer que engañase a nadie y, lamentablemente, Blake no le había devuelto el favor.

      –De modo que decidió quedarse –dijo ella.

      Oliver asintió con la cabeza.

      Esa

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