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/ Our respect runs so dry. / Yet there’s still this appeal / That we’ve kept through our lives»[43]. Detrás, obviamente, la relación con Deborah Curtis, pero, como señalamos antes, un alegorista como Ian Curtis necesitaba partir del dato concreto para ejercer la fascinación del extrañamiento, es decir, convertir una habitación en la imposibilidad de ser habitada. En este sentido no habla Curtis de una habitación en concreto (aunque pueda tener en mente un caso específico) sino de la imposibilidad del habitar lo que comúnmente se llama «lo familiar». La raíz del extrañamiento se halla ahí: la imposibilidad del hogar. En «Something Must Break» (un título que define sus propias pretensiones) se repite: «Room full of people, room for just one, / If I can’t break out now, the time just won’t come»[44]. Y más adelante: «I see your face still in my window, / Torments yet calms, won’t set me free, / Something must break now, / This life isn’t mine, / Something must break now, / Wait for the time, / Something must break»[45]. La habitación como territorio o campo de batalla entre el héroe, asediado, derrotado en su interior, y un afuera terriblemente desolado, aunque repleto de gente. He ahí el vacío imposible de conquistar. Ese territorio imposible –espacio terriblemente político– es el que trató de habitar Joy Division.

      Es el espacio familiar, el lugar de la habitación, el recinto desde donde Joy Division fabrica la extrañeza de ese héroe trágico y esquizofrenizado, el cual se enfrenta a un mundo con el que es imposible la comunicación, una realidad ante la que sólo es posible una salida: la desesperación.

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