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entonces que entre infinitas escenas análogas o distintas de su vida, la ha elegido usted por prestarse su contenido -indiferente en sí- a la representación de las dos fantasías importantes. A tales recuerdos, que adquieren un valor por representar en la memoria impresiones y pensamientos de épocas posteriores, cuyo contenido se halla enlazado al suyo por relaciones simbólicas, les damos el nombre de recuerdos encubridores. Su extrañeza ante el frecuente retorno de esta escena a su memoria se desvanecerá ya al comprobar que está destinada a ilustrar los azares más importantes de su vida y a la influencia de los dos impulsos instintivos más poderosos: el hambre y el amor.

      «El hambre queda, en efecto, bien representada; pero ¿y el amor?»

      A mi juicio, por el color amarillo de las flores. De todos modos, he de confesarle que la simbolización del amor en esta escena infantil resulta mucho más vaga que en los demás casos por mí observados.

      «Nada de eso. Caigo ahora en que precisamente la parte principal de la escena no es sino tal simbolización. Piense usted que el acto de quitar las flores a una muchacha es, en definitiva, desflorarla. iQué contraste entre el atrevimiento de esta fantasía y mi timidez en la primera ocasión amorosa, y mi indiferencia en la segunda !»

      Puedo asegurarle que tales osadas fantasías constituyen un complemento regular de la timidez juvenil.

      «Pero entonces lo que ha venido a transformarse en un recuerdo infantil no ha sido una fantasía consciente, sino una fantasía inconsciente.»

      Pensamientos inconscientes que continúan los conscientes. Piensa usted: Si me hubiera casado con ésta o con aquélla, y de estos pensamientos surge el impulso a representarse este casamiento.

      «Ahora ya puedo continuar por mí mismo. Para el joven irreflexivo, lo más atractivo de todo el tema es la noche de bodas. iQué sabe él de lo que viene detrás! Pero esta representación no se arriesga a emerger a plena luz. La modestia dominante en el ánimo del sujeto y el respeto hacia la muchacha la mantienen reprimida. De este modo permanece inconsciente...»

      Y encuentra una derivación, tomando el aspecto de un recuerdo infantil. Tiene usted razón al afirmar que precisamente el carácter groseramente sensual de la fantasía es lo que impide llegar a constituirse en una fantasía consciente, obligándola a satisfacerse con ser acogida bajo la forma de una florida alusión en una escena infantil.

      « Pero ¿por qué precisamente en una escena infantil?»

      Quizá para parecer más inocente. ¿Puede usted acaso imaginar algo más contrario que los juegos infantiles a tales y tan maliciosos propósitos de agresión sexual? Además, el refugio de pensamientos y deseos reprimidos en recuerdos infantiles se apoya también en razones más generales, pudiendo observarse regularmente en las personas histéricas. Parece ser asimismo que el recuerdo de cosas muy pretéritas es propulsado por un motivo de placer. Forsan et haec olim meminisse juvabit.

      «Siendo así, pierdo toda confianza en la autenticidad de la escena, y me explico ahora su génesis en la siguiente forma: En las dos ocasiones citadas, y apoyada por motivos muy comprensibles, surgió en mí la idea de que si me hubiera casado con una u otra muchacha sería mi vida mucho más agradable. La tendencia sensual en mí existente habría repetido la prótasis en imágenes apropiadas para ofrecerle satisfacción. Esta segunda conformación de la misma idea habría permanecido inconsciente, dada su incompatibilidad con la disposición sexual dominante, pero su mismo carácter inconsciente la capacitó para seguir perdurando en la vida psíquica en tiempos en que su forma consciente había quedado ya desvanecida por las modificaciones de la realidad. Esta cláusula inconsciente tendería, obedeciendo, como usted afirma, a una ley regular, a transformarse en una escena infantil, a la que su inocencia permitía devenir consciente. A este fin habría tenido que sufrir una transformación o, mejor dicho, dos transformaciones: una, que despoja a la prótasis de todo su carácter arriesgado, expresándola metafóricamente, y otra, que obliga a la apódosis a una forma susceptible de exposición visual, utilizando para ello como representación intermedia la del «pan». Veo ahora que al forjar tal fantasía realicé algo semejante a una satisfacción de los dos deseos reprimidos: la desfloración y el bienestar material. Pero después de darme así cuenta completa de los motivos que me indujeron a imaginar esta fantasía, he de suponer que se trata de algo que jamás sucedió, habiéndose introducido subrepticiamente entre mis recuerdos infantiles.»

      Ahora soy yo quien tiene que constituirse en defensor de la autenticidad de la escena. Va usted demasiado lejos. Me ha oído decir que todas estas fantasías tienen una tendencia a constituirse en recuerdos infantiles. Pero he de añadir que no lo consiguen sino cuando ya existe una huella mnémica, cuyo contenido presenta con el de la fantasía puntos diversos de contacto. Ahora bien: una vez hallado uno de estos puntos -en nuestro caso, el de la desfloración y el acto de arrancar las flores a la muchacha-, el contenido restante de la fantasía es modificado por todo género de representaciones intermedias (piense usted en el pan), hasta que surgen nuevos puntos de contacto con el contenido de la escena infantil. Es, desde luego, posible que en este proceso sufra también algunas transformaciones la misma escena infantil, quedando así falseados los recuerdos. En su caso, la escena infantil parece haber sido tan sólo cincelada; piense usted en el excesivo resalte del amarillo y en el exagerado buen sabor del pan. Pero la materia prima era perfectamente utilizable. De no ser así no hubiera podido este recuerdo hacerse consciente con preferencia a tantos otros. No hubiera usted recordado tal escena como un suceso infantil o hubiera recordado quizá otra, pues ya sabe usted que para nuestro ingenio es muy fácil establecer relaciones entre las cosas más dispares. Pero, además de la sensación de autenticidad -muy de tener en cuenta- que le produce a usted su recuerdo, hay aún otra cosa que testimonia a favor de la realidad de la escena. Contiene ésta, en efecto, rasgos que no encuentran explicación en los hechos con el sentido de las fantasías. Así, cuando su primo le ayuda a arrebatar las flores a la niña. ¿Podría usted hallar un sentido a un tal auxilio en la desfloración? ¿O al grupo formado por la campesina y la niñera ante la casa?

      « No Io creo.»

      Vemos, pues, que la fantasía no cubre por completo la escena infantil, limitándose a apoyarse en algunos de sus puntos. Esta circunstancia habla en favor de la autenticidad del recuerdo infantil.

      «¿Cree usted muy frecuente la posibilidad de interpretar así, con exactitud, recuerdos infantiles aparentemente inocentes?»

      Según mi experiencia, frecuentísima. ¿Quiere usted que intentemos en chanza ver si los dos ejemplos comunicados por los Henri permiten ser interpretados como recuerdos encubridores de sucesos e impresiones posteriores? Me refiero al recuerdo de un plato con hielo, colocado encima de la mesa dispuesta para comer, y al de haber tronchado durante un paseo, con ayuda de otra persona, una rama de un árbol.

      Mi interlocutor reflexionó un momento: «Con respecto al primero, no se me ocurre nada. Probablemente ha tenido efecto en él un desplazamiento, pero me es imposible adivinar los elementos intermedios. En cuanto al segundo, arriesgaría una interpretación si el sujeto fuera un alemán y no un francés.»

      Ahora soy yo quien no entiende. ¿Qué puede cambiar?

      «Mucho, puesto que la expresión verbal facilita probablemente el enlace entre el recuerdo encubridor y el encubierto. En alemán, la expresión “arrancarse una” (sich einen ausreissen) constituye una alusión vulgar, muy conocida, al onanismo. La escena retrotraería a la primera infancia el recuerdo de una ulterior iniciación en el onanismo, toda vez que en el acto de arrancar la rama es ayudado el sujeto por alguien. Pero lo que no armoniza con esta interpretación es la presencia, en la escena recordada, de otras varias personas.»

      Mientras que la iniciación en el onanismo tenía que haberse desarrollado en secreto, ¿no es eso? Precisamente, esta antítesis favorece su interpretación. Es utilizado de nuevo para dar a la escena un aspecto inocente. ¿Sabe usted lo que significa en nuestros sueños ver en derredor nuestro «mucha gente desconocida», como sucede con gran frecuencia en aquellos en los que nos vemos desnudos, sintiéndonos terriblemente embarazados bajo las miradas de los circunstantes? Pues la idea que encierra esta visión es la de «secreto», plásticamente expresada por su antítesis. De todos modos, nuestra interpretación

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