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expondré en primer lugar dos observaciones sobre la nosografía de las neurosis y sobre la etiología de las neurosis en general.

      Me ha sido necesario comenzar mi trabajo por una innovación nosográfica. He hallado razones suficientes para situar al lado de la histeria la neurosis obsesiva como afección autónoma e independiente, aunque la mayoría de los autores coloquen las obsesiones entre los síndromes de la degeneración mental o las confundan con la neurastenia. Por mi parte, he descubierto, examinando su mecanismo psíquico, que las obsesiones se hallan enlazadas a la histeria más íntimamente de lo que se cree.

      La histeria y la neurosis obsesiva forman el primer grupo de las grandes neurosis por mí estudiadas. El segundo contiene la neurastenia de Beard, que yo he descompuesto en dos estados funcionales diferentes, tanto por su etiología como por su aspecto sintomático: la neurastenia propiamente dicha y la neurosis de angustia, denominación esta última que, dicho sea de paso, no acaba de satisfacerme. En un estudio, publicado en 1895, he expuesto las razones de esta separación, que creo necesaria.

      En cuanto a la etiología de las neurosis, pienso que se debe reconocer en teoría que las influencias etiológicas, diferentes entre sí por su categoría y por el orden de su relación con el efecto que producen, pueden agruparse en tres clases: condiciones, causas concurrentes y causas específicas. Las condiciones son indispensables para la producción de la afección de que se trate, pero su naturaleza es universal, y se encuentran igualmente en la etiología de muchas otras enfermedades. Las causas concurrentes colaboran también en la causación de otras afecciones pero no son, como las condiciones, indispensables para la producción de una determinada.

      Por último, las causas específicas son tan indispensables como las condiciones pero no aparecen más que en la etiología de la afección, de la cual son específicas.

      Pues bien; en la patogenia de las grandes neurosis, la herencia representa el papel de una condición, poderosa en todos los casos, y hasta indispensable en la mayor parte de los mismos. No podría ciertamente prescindir de la colaboración de las causas específicas, pero su importancia queda demostrada por el hecho de que las mismas causas, actuando sobre un individuo sano, no producirían ningún efecto patológico manifiesto, mientras que su acción sobre una persona predispuesta hará surgir la neurosis, cuya intensidad y extensión dependerán del grado de tal condición hereditaria.

      La acción de la herencia es, pues, comparable a la del hilo multiplicador en el círculo eléctrico, que exagera la desviación visible de la aguja, pero no puede jamás determinar su dirección.

      En las relaciones existentes entre la condición hereditaria y las causas específicas de la neurosis hay aún algo que anotar. La experiencia nos muestra algo que de antemano podíamos haber supuesto, o sea, que no deben despreciarse en estas cuestiones de etiología las cantidades relativas, por decirlo así, de las influencias etiológicas. Lo que no se hubiera adivinado en el hecho siguiente, que parece resultar de mis observaciones: la herencia y las causas específicas pueden reemplazarse en lo que respecta a su lado cuantitativo, y así, la concurrencia de una seria etiología específica con una disposición mediocre, y la de una herencia nerviosa muy intensa con una influencia específica ligera, producirán el mismo efecto patológico. De este modo, aquellas neurosis, en las que en vano buscamos un grado apreciable de disposición hereditaria, no serán sino un extremo de la serie así constituida, siempre que dicha falta se halle compensada por una poderosa influencia específica.

      Como causas concurrentes o accesorias de las neurosis podemos enumerar todos los agentes vulgares encontrados en otras ocasiones: las emociones morales, el agotamiento somático, las enfermedades agudas, las intoxicaciones, los accidentes traumáticos, el surmenage intelectual, etc. A mi juicio, ninguno de ellos, ni aun el último, entra regular o necesariamente en la etiología de la neurosis, y sé muy bien que enunciar esta opinión es situarse enfrente de una teoría considerada universal o irreprochable. Desde que Beard declaró que la neurastenia era el fruto de nuestra civilización moderna, sólo creyentes ha encontrado. Mas por mi parte me es imposible agregarme a esta opinión. Un laborioso estudio de las neurosis me ha enseñado que la etiología específica de las mismas se sustrajo al conocimiento de Beard.

      No está en mi ánimo despreciar la importancia etiológica de tales agentes vulgares. Son muy varios y frecuentes, y siendo acusados casi siempre por los enfermos mismos, se hacen más evidentes que las causas específicas de las neurosis: etiología oculta e ignorada. Con gran frecuencia desempeñan la función de agentes provocadores, que hacen manifiesta la neurosis, hasta entonces latente, enlazándose a ellos un interés práctico, puesto que la consideración de estas causas vulgares puede prestar puntos de apoyo a una terapia que no se proponga una curación radical y se contente con retrotraer la afección a su anterior estado de latencia.

      Ahora bien: jamás se consigue comprobar una relación constante y estricta entre una de estas causas vulgares y una determinada afección nerviosa. Así, la emoción moral se encuentra tanto en la etiología de la histeria, las obsesiones y la neurastenia como en la de la epilepsia, la enfermedad de Parkinson, la diabetes y otras muchas.

      Las causas concurrentes vulgares pueden también reemplazar a la etiología específica en cuanto a la cantidad, pero jamás sustituirla completamente. Hay muchos casos en los que todas las influencias etiológicas están representadas por la condición hereditaria y la causa específica, faltando las causas vulgares. En los otros casos, los factores etiológicos indispensables no bastan por su cantidad para provocar la neurosis, resultando así que durante mucho tiempo puede ser mantenido un estado de salud aparente, que no es en realidad sino un estado de predisposición neurótica. Basta entonces que una causa vulgar añada su acción para que la neurosis se haga manifiesta. Pero en tales condiciones es preciso tener en cuenta que la naturaleza del agente vulgar sobrevenido es indiferente. Cualquiera que sea dicho agente -emoción, traumatismo, enfermedad infecciosa, etc.-, el efecto patológico será el mismo, pues la naturaleza de la neurosis dependerá siempre de la causa específica preexistente.

      ¿Cuáles son, pues, estas causas específicas de la neurosis? Es acaso una sola o son varias? ¿Puede quizá comprobarse una relación etiológica constante entre tal causa y tal efecto neurótico, de modo que a cada una de las grandes neurosis podamos adscribir una etiología particular?

      Apoyado en un examen laborioso de los hechos, he de afirmar que esta última suposición corresponde exactamente a la realidad; que cada una de las grandes neurosis enumeradas tiene por causa inmediata una perturbación particular de la economía nerviosa, y que estas modificaciones patológicas funcionales reconocen como origen común la vida sexual del individuo, sea un desorden de la vida sexual actual, sean sucesos importantes de la vida pretérita.

      No es ésta en verdad una afirmación nueva e inaudita. Entre las causas de la nerviosidad se han admitido siempre los desórdenes sexuales, pero subordinándolos a la herencia, coordinándolos con los demás agentes provocadores y restringiendo su influencia etiológica a un número limitado de casos observados. Los médicos han llegado incluso a adquirir la costumbre de no buscarlos si el enfermo no se refiere a ellos espontáneamente. En cambio, fundándome yo en los resultados de mis investigaciones, elevo tales influencias sexuales a la categoría de causas específicas; reconozco su acción en todos los casos de neurosis, y encuentro, en fin un paralelismo regular; prueba de una relación etiológica particular entre la naturaleza de la influencia sexual y la especie morbosa de la neurosis.

      Estoy seguro de que esta teoría provocará una tempestad de contradicciones por parte de los médicos contemporáneos. Pero no es éste el lugar de presentar los documentos y las experiencias que me han impuesto mi convicción ni de explicar el verdadero sentido de la expresión, un tanto vaga, «desórdenes de la economía nerviosa». Todo ello será realizado con la mayor amplitud en una obra que preparo sobre la materia. En el presente estudio me limitaré a enunciar mis resultados.

      La neurastenia propiamente dicha, de un aspecto clínico muy monótono en cuanto se separa de ella la neurosis de angustia (fatiga sensación de asco, dispepsia flatulenta estreñimiento, parestesias espinales, debilidad sexual, etc.), no reconoce como etiología específica más que el onanismo (inmoderado) o las poluciones espontáneas.

      La

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