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preso… Los Drugstores eran lugares donde tener localizados a todos los personajes contestatarios y contraculturales del momento».

      Como after los madrileños de los ochenta contaban también con el Warhol’s, en la calle Luchana. Abría una sesión a las seis de la mañana, e iban, según dice Domi, «todos los desechos, buah, todo lo depravado… era el descaro número uno, la gente se metía las rayas encima de las mesas». Estaba lleno a rebosar, puesto que abría desde los cierres de las demás discotecas hasta las diez de la mañana. Un horario exclusivo. «Luego estaba la discoteca de los yonquis por excelencia, que era el Alex», en Costanilla de los Desamparados [Callao] —a todas luces una calle de nombre muy apropiado: «[Era] un tugurio. Era donde más drogas se movían, donde más heroína se movía… Y el sitio donde, se decía, paraban los ladrones. Iban atracadores de Orcasitas, de Carabanchel, de Lavapiés».

      Sala Rock-Ola.

      El cine era, por otra parte, un transmisor cultural de primer orden. Por poner un ejemplo, las películas de Rocky marcaron una época, algo que tuvo unos efectos reales en la vida cultural y económica del país, pues muchos jóvenes se apuntaron a gimnasios para practicar el boxeo. Los Warriors (1979) también representó un hito que modificó muchas conductas. La película, una adaptación de la Anábasis o «retirada de los diez mil» de Jenofonte —famoso guerrero discípulo de Sócrates—, retrata la vida pandillera de Nueva York en 1979, e indujo a miles de macarras españoles a adoptar como suyos los chalecos de cuero que vestían los protagonistas de la película.

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