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hayas salido con muchos, pero mujer, que te deben estar saliendo telarañas…

      —Eres una exagerada.

      Se termina su kombucha y se pone en pie.

      —No irás a decirme que te gusta, ¿verdad? —Me mira inquisidora, con sus bonitos ojos verdes.

      ¿Cómo? ¿Gustarme? ¿Se ha vuelto majara? Yo no tengo tiempo para relaciones. Nunca lo he tenido. Igual que no tengo tiempo para salir de fiesta.

      —Lo que no me gusta es tenerlo de superior. —Es una verdad a medias.

      Ella me mira suspicaz y la entiendo. Cuando Fiona y yo éramos universitarias no es que yo ligara demasiado, pero tenía alguna que otra aventura y, desde que entré a trabajar en Clifford&Brown mi vida sexual es la de una ameba.

      —No me gusta —insisto.

      Sé que no termina de creerme, por suerte para mí, tiene turno de mañanas en la herboristería en la que trabaja. Sale de la cocina, se pone un chal de ganchillo verde oscuro que ella misma cosió el invierno pasado y sale de casa.

      Exhalo un suspiro de alivio al quedarme sola con mis pensamientos.

      Kenneth Anderson NO me gusta. NO me gusta su forma de trabajar. NO me gusta que sea mi gerente. Y, lo que menos me gusta de todo, es que sea una especie de David Gandy sexi que hace que el simple hecho de oír su nombre me ponga nerviosa. Siempre impoluto y luciendo cada día un modelo más impresionante que el anterior. Como el Ken de la Barbie. Solo que él es el Ken Auditor.

      ¡Maldito Ken Auditor!

      Capítulo 4

      LA REUNIÓN

      KENNETH

      El lunes por la mañana entro directo en el despacho de mi amigo Michael, ignorando a su secretaria que me dice que está ocupado. ¿Michael? ¿Ocupado un lunes a primera hora? Más bien estará de resaca y no querrá que nadie lo moleste. Al contrario que yo, que he pasado un tranquilo fin de semana en Cornualles y aprovechando para adelantar trabajo atrasado, lo más probable es que él se lo haya pasado de fiesta.

      Cierro la puerta tras de mí al entrar y su cara de agotamiento, escondida tras la pantalla del ordenador, confirma mis sospechas de un par de días de excesos.

      —Joder, Michael, ¿también saliste ayer domingo?

      Sonríe al escucharme y baja la tapa del portátil.

      —Tío, tú tampoco le hubieras dicho que no a esa pelirroja, créeme… lo que te pasa es que te estás haciendo mayor. ¿Qué es eso de pasar el fin de semana con dos vejestorios en vez de con los amigos?

      —Mis tías no son vejestorios —replico con voz cortante. No me gusta que nadie hable mal de ellas, ni siquiera mi mejor amigo—, y ya sabes que, para mí, la familia es lo primero. Además, vamos a tope y la tranquilidad que tengo allí siempre me ayuda a concentrarme.

      —Venga, Ken, ahora eres gerente. ¡No seas idiota! Deja que te hagan el trabajo duro… te implicas demasiado.

      —O tú muy poco —puntualizo.

      Adoro a Michael, somos amigos desde el colegio. Estudiamos juntos en la universidad, hicimos el máster de auditoría juntos y entramos como becarios en la empresa a la vez. Nuestras trayectorias son casi idénticas, sin embargo, él ha pasado por todas estas etapas esforzándose lo justo: experto en chuletas y en dejar que otros, entre los que yo mismo me encuentro, le hicieran el trabajo y, al mismo tiempo, un maestro para que pareciera que todo era de su cosecha. A mí me seleccionaron como becario por mis buenas notas, a él, por sus «referencias». Otro lo llamaría enchufe, pero Michael es mi amigo. No comulgo con sus métodos de ascender laboralmente, igual que no lo hacía en la escuela ni en la facultad, pero eso nunca ha afectado a nuestra amistad, al fin y al cabo, yo siempre me he mantenido firme en mis convicciones y él nunca me ha querido arrastrar a utilizar sus métodos.

      Donde sí me ha arrastrado ha sido de fiesta. Y a eso, la verdad, es que no sé decir que no.

      —Bueno, ¿qué se siente siendo gerente?

      —¿Agobio?

      —No puedes estar hablando en serio, Ken —me mira como si fuera una especie de extraterrestre—. Tienes un despacho, una secretaria y ¡todo un equipo de gente para hacer el trabajo sucio! Dedícate a supervisar que todo se haga correctamente y deja de intentar hacerlo todo tú solo.

      Es fácil para él decirlo. Michael lleva ya un año siendo gerente, audita bancos, lleva uno o dos proyectos al año y detrás de él tiene un equipo con seis seniors y ocho asistentes. Así ya puede despreocuparse. En cambio, a mí acaban de ascenderme, llevo proyectos, muchos, y mi «equipo» se reduce a una senior y dos asistentes. Tengo que estar pendiente de las cosas.

      —Yo no hago eso… pero no me gusta ser de los que le pasan los informes para firmar al señor Coppack sin pegar un palo al agua.

      —¡No cambiarás nunca, Ken! Siempre tan formal.

      Suspiro. Sé que hay cosas que Michael nunca entenderá, pero tal vez su vida ha sido siempre demasiado fácil para que lo haga.

      —Y qué hay de esa española que tienes en tu equipo, ¿Candela se llama? Se la ve un poco estirada, pero está buena.

      —¡Michael!

      Detesto que hable de ese modo de una compañera. Sé que suele hacerlo y llevo años escuchándole hablar así, pero nunca me había molestado tanto como ahora. Lo miro irritado y se calla, consciente de que si sigue por ahí terminaremos discutiendo.

      —Está bien, está bien… —responde, levantando los brazos en modo de disculpa—, ya dejo el tema. Me parece que hoy te has levantado con el pie izquierdo, amigo.

      —No es eso… es que vamos de culo, son muchos proyectos, se acercan varias fechas de entrega y por si no fuera suficiente, me acaban de asignar una empresa nueva.

      —¿Por qué no salimos a tomar un café y me cuentas? Tengo demasiado alcohol en mis venas —musita mientras abre el cajón, saca un antiinflamatorio, se sirve un vaso de agua y se traga la pastilla—. Respecto a esa empresa nueva, ¿no será…?

      —Lo siento —lo interrumpo, mirando el reloj y poniéndome en pie a toda prisa al percatarme de la hora—, solo pasaba a saludar, tengo una reunión con el equipo. Y llego tarde —añado.

      —Está bien —accede—, ¿comemos juntos luego?

      Asiento con la cabeza, me despido y me voy pitando. Ya es casi la hora. ¿Qué clase de gerente llegaría tarde a una reunión con su nuevo equipo?

      Uno como yo.

      Cuando llego a una de las salas acristaladas que solemos usar para las reuniones o las citas con clientes y que he reservado para hoy, me doy cuenta de que no solo Candela está ya sentada, si no también Merry y Pippin. Me sorprenden. En algunos aspectos me recuerdan a nosotros cuando éramos más jóvenes, pero veo que se parecen más a mí que a él. Sí, les gustan las juergas, pero, por lo que me han contado de ellos, también son dos cerebritos.

      Los tres están de espaldas a mí, así que me quedo un par de segundos observándolos. O, mejor dicho, observándola. Hoy va vestida con un discreto traje de chaqueta en tono crema que le queda genial y que resalta su larga melena castaña.

      Recuerdo a la perfección la fiesta de Navidad en la que la conocí cuando ella acababa de incorporarse a la empresa y, también, como me ha evitado desde entonces. En los últimos tres años ha hecho como si no me conociera cuando nos cruzábamos en la oficina, aunque he seguido de cerca su trayectoria: es una de las seniors mejor valoradas: es eficiente, minuciosa y responsable, aunque también es bastante seria e introvertida, apenas sale con los compañeros fuera del trabajo y sé que dedica más horas de las que cabría esperar a cada proyecto que se le asigna.

      No quiero que se sienta incómoda trabajando conmigo, tengo un buen equipo y acaban

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