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a alguna colgando del brazo y en cuanto a la ropa… bueno, apostaría a que el armario de Kenneth tiene más conjuntos y complementos que el del archiconocido muñeco. Si hay algo por lo que mi nuevo gerente llama la atención es por lo bien vestido que va siempre, como sacado de un catálogo o de un desfile.

      En cualquier caso, yo no pienso salir con ellos después de la oficina, me repito a mí misma, pero antes de que pueda declinar la oferta, Kenneth toma la palabra.

      —En ese caso, nos vemos luego —responde animado—. Oh, y cuando digo «nos» —añade fijando sus ojos en mí— también me refiero a ti, Candy —exclama, divertido, mientras se aleja de nosotros sin darme tiempo a objetar nada.

      Detesto esa maldita costumbre que tiene de largarse, dejándome con la palabra en la boca.

      Unas horas más tarde yo sigo concentrada, terminando de redactar unos correos electrónicos que ya debería haber enviado. En el mundo de la auditoría nunca se puede dejar nada para mañana, todo es para ayer. Resoplo, agobiada, y miro el reloj, ¿cómo ha podido pasar tan rápida la tarde? Ya casi es hora de…

      —¡Hora de cerrar!

      Dos cabezas asoman por detrás de la pantalla de mi portátil y amagan con cerrarlo.

      —¡Quietos! —les amenazo—, todavía no he terminado.

      —Venga, Candy —insiste Merry—, no paras de trabajar…

      —Exacto —respondo—, por eso en cuanto termine lo que tengo entre manos me iré a casa. Estoy agotada y no tengo tiempo para salir por las noches.

      —Es jueves…

      —Precisamente por eso —puntualizo—, tengo muchos frentes abiertos y fuegos que apagar mañana, quiero madrugar y…

      —Como yo siempre digo, déjate para mañana lo que puedas hacer hoy —persiste Pippin.

      —Y como decía Escarlata O’Hara: «Después de todo mañana será otro día». —finaliza Merry.

      —¡He dicho que no! No insistáis —musito entre dientes mientras escribo las últimas líneas de un correo y le doy a enviar. Salgo de Outlook y decido que será mejor que yo misma apague el ordenador antes de que me lo cierren ellos a lo bruto y me hagan perder algún tipo de información. Tal vez si me marcho a casa podré terminar sin que me molesten y descansar. Esta semana está siendo muy estresante y el día de hoy solo ha hecho que agobiarme más.

      Estoy guardando el portátil en mi mochila y soportando los mohines y las malas caras de Merry y Pippin cuando nuestro nuevo gerente aparece.

      —¡Fantástico! —exclama Kenneth al ver que ya he cerrado—. Ya estás lista. Y yo que pensaba que tendríamos que despegarte de la silla.

      Quiero decirle que solo estoy recogiendo para irme a casa, pero no soy capaz de plantarme con mi nuevo gerente como he hecho con mis asistentes. Lo cierto es que, aunque no me apasione la idea, él es mi superior ahora y, aunque yo no tengo por costumbre salir después del trabajo, la mayoría de mis compañeros lo hacen. Estamos sometidos a mucha presión y, para casi todos, salir a tomar una o dos copas, supone un gran alivio.

      «Solo por esta vez», me digo a mí misma.

      The Alchemist es uno de mis restaurantes favoritos de la City, con su decoración en tonos negros y dorados, con ese estilo moderno e industrial y con sus burbujeantes, humeantes y mágicos cócteles. Yo no bebo y apenas salgo de noche, pero es un sitio especial. Aunque no exige código de vestimenta, me alegro de haberme arreglado esta mañana un poco más de lo normal. No es que suela ir mal vestida a la oficina, pero lo cierto es que la moda no es lo mío. Por fortuna, hoy me he decidido por una falda de tweed y tablas por debajo de la rodilla, una blusa romántica blanca con lazada al cuello y unas botas marrones de tacón y caña alta. Un look un poco años 70 que me encanta.

      El camino hasta el local se me hace más llevadero gracias a mis asistentes. Noto como Kenneth me mira de reojo e, intuyo, que le gustaría acercarse más a mí, pero mis chicos están tan sumamente emocionados de que él sea nuestro nuevo gerente que lo han rodeado y no cesan de parlotear. Lo cierto es que Kenneth es conocido en la oficina por ser el rey del afterwork, con lo cual no es de extrañar que anden como niños con zapatos nuevos, si hay algo que les gusta a Merry y Pippin, es una buena juerga. A veces me sorprende lo bien que trabajan con resaca. Yo sería incapaz. Aunque me pregunto si Kenneth será de esos.

      Cuando llegamos, el lugar está abarrotado, así que nos dirigimos a la barra, pero antes de que nos dé tiempo a pedir, un camarero se acerca a Kenneth y le indica que queda un sitio libre en un rincón. La verdad es que no me extraña mucho, debe ser un habitual del local.

      «Lo es», me digo a mí misma mientras cruzamos los escasos metros que nos separan de la mesa que nos han asignado.

      Cuando me siento, ya he perdido la cuenta de las personas a las que ha saludado desde que hemos entrado. Cojo la carta de las bebidas y la ojeo. Los cócteles son espectaculares y sus nombres muy ingeniosos. Llaman la atención no solo por su sabor, sino por todos los efectos que traen. Uno casi puede sentir que esté haciendo alquimia de verdad. Pero, aunque los cócteles de The Alchemist son mágicos, decido que no voy a beber alcohol. Mañana tengo que trabajar.

      Kenneth se despide de dos tipos trajeados y se sienta con nosotros. Justo a mi lado.

      —¿Ya sabéis lo que queréis? —pregunta mientras le hace un gesto a un camarero, que se acerca a nuestra mesa para tomarnos nota.

      —La Bomba de Baño —profiere Merry, decidido.

      —Yo probaré el Apocalipsis Zombi.

      Kenneth se gira hacia mí.

      —Un agua con gas, gracias.

      —¿¿Agua con gas?? ¿¿Estás de broma?? —inquieren escandalizados Merry y Pippin.

      —Ya sabéis que no bebo, chicos.

      —¿Estás segura, Candeeelaaa? ¿Ni siquiera un chupito de Jäger?

      Lo fulmino con la mirada, pero él permanece impasible.

      —Anda, Candy, no seas así… Pídete, aunque sea, un cóctel sin alcohol.

      Niego con la cabeza. Pienso beberme mi agua lo más rápido que pueda y largarme a mi casa. No lo hago ahora porque Kenneth tendría que levantarse para que yo pudiera salir de mi sitio y estoy convencida de que no lo permitiría. Así que trato de mantenerme firme.

      Toda esta situación es una mierda. No quiero que Kenneth sea mi gerente. No es que tenga nada en contra de él, sé que es bueno en lo suyo, pero no se parece en nada a mí y la verdad es que me sorprende que haya llegado a ser gerente en tan pocos años. A veces me pregunto si no será más que un enchufado. Por la pinta que tiene se ve que es de buena familia. No sería tan descabellado. Yo no puedo permitirme salir de fiesta como él hace. Mis padres antepusieron mi educación a cualquiera de sus necesidades o caprichos, tengo que esforzarme por corresponder a sus desvelos. Ser buena no es suficiente, tengo que ser la mejor.

      He de admitir que Merry y Pippin no son mucho mejores que Kenneth en cuanto a lo de salir de afterwork, pero se lo perdono.

      Se lo perdono porque son jóvenes.

      Se lo perdono porque siempre saben sacarme una sonrisa.

      Y se lo perdono porque… bueno, porque ellos no me han besado.

      Capítulo 2

      UNA COPA EN THE ALCHEMIST

      KENNETH

      Sé que Candela está incomoda y me siento un poco mal por haberla arrastrado hasta aquí, pero, joder, ahora forma parte de mi equipo y a mí me encanta salir con los colegas después del trabajo. Merry y Pippin, en cambio, están en su salsa. Son dos tíos cojonudos. Me recuerdan un poco a mí a su edad. En cambio, ella, es todo lo contrario.

      —El Ahumado Antiguo

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