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el sofá, se sintió profundamente aliviada.

      –Hola. Veo que has llegado pronto –dijo ella.

      –¿Pronto? Es la una y media de la madrugada.

      –Dicho así… –Allegra se acercó y se sentó en el borde del sofá, insegura–. ¿Qué tal ha ido la velada?

      –Bien. ¿Y la tuya?

      –Ya sabes… Invitados inteligentes, conversación inteligente y comida espléndida –contestó–. Lo de costumbre.

      –Es decir, la peor de tus pesadillas.

      Allegra soltó una carcajada.

      –¿Has encontrado el amor verdadero? –ironizó él.

      –No estoy muy segura. Mi madre me sentó entre dos hombres atractivos y ambiciosos que le parecen adecuados para mí.

      Max apartó la mirada.

      –¿Y quién es el afortunado?

      Allegra se quitó las horquillas del pelo y se lo dejó suelto, completamente ajena al efecto que causó en Max.

      –Ninguno. He decidido que no estoy preparada para mantener más relaciones amorosas. Creo que me tomaré unas vacaciones de los hombres.

      –Pues será una pena.

      –Estoy harta de que solo se fijen en mí porque soy la hija de Flick Fielding.

      Max arqueó una ceja.

      –Dudo que se fijen en ti por eso.

      –¿Bromeas? ¿Por qué iba a ser? No soy tan inteligente como ellos ni contribuyo demasiado a sus ocurrentes conversaciones. No tengo nada que ofrecer.

      –¿Que no tienes nada que ofrecer? Eres preciosa –dijo Max–. Vamos, Piernas, seguro que lo sabes. Cualquier hombre se alegraría de estar contigo. No sé con quién has estado sentada esta noche, pero, si crees que estaban más interesados en la influencia de Flick que en tu aspecto, es que no sabes nada de nada.

      Allegra se quedó atónita.

      –No sabía que me encontraras guapa.

      –Bueno, pensé que te lo diría tanta gente que no necesitabas que también te lo dijera yo –se defendió Max–. Puedes llegar a ser terriblemente irritante, pero sobre tu belleza no hay ninguna duda. Por supuesto que me pareces guapa.

      –Pues no lo sabía.

      Allegra bajó la cabeza y su perfil quedó oculto bajo su melena. Max la miró y le pareció increíble que no fuera consciente de lo mucho que le gustaba; no podía saber que Allegra compartía sus sentimientos y que se sentía tan insegura como él.

      –¿Cómo te ha ido con Darcy?

      –¿Por qué lo preguntas?

      –Porque pensé que quizás te quedarías con ella –respondió, intentando fingir que no le importaba.

      Max tragó saliva. No le podía confesar que había rechazado a una modelo de lencería por ella. Darcy le había dejado bien claro que estaba interesada en él y que esperaba que se quedara a dormir en su casa; pero Max no aceptó la invitación porque sabía que habría estado pensando en Allegra toda la noche.

      Ni él mismo entendía lo que le había pasado. Estaba con Darcy King, una mujer inteligente, divertida y con un cuerpo endiabladamente sexy que, además, se quería acostar con él. Era la oportunidad de su vida. Un sueño hecho realidad. Pero solo podía pensar en la delgaducha amiga de su hermana.

      ¿Habría perdido el juicio?

      ¿Se estaría volviendo loco?

      Al final, optó por darle una explicación tan cercana a la verdad como fuera posible, pero sin mencionar lo que sentía por ella.

      –No quiero mantener una relación con Darcy. Es una mujer maravillosa, pero no creo que tenga sitio en mi vida. Francamente, no me la imagino en Shofrar ni tengo ganas de mantener una relación. Sé que la mayoría de los hombres darían un ojo de la cara por estar con Darcy, pero no estoy seguro de que a mí me merezca la pena.

      Allegra lo miró de una forma extraña.

      –Dudo que Darcy esté buscando algo serio –dijo–. Solo sería una distracción pasajera, una aventura. Ni siquiera sé por qué te planteas lo de Shofrar.

      Max se puso tenso.

      –Porque es el sitio adonde voy a ir –replicó a la defensiva–. No me puedo plantear una relación con una persona que no podría venir conmigo.

      Allegra lo miró con incredulidad.

      –A ver si lo he entendido bien. ¿Me estás diciendo que no podrías salir con ninguna mujer que no esté dispuesta a abandonar su vida y su carrera para acompañarte a un lugar de mala muerte en mitad del desierto?

      –No, yo no…

      –¿No te parece un poco injusto por tu parte?

      Max se estremeció, nervioso.

      –No se trata de eso. Es que…

      –¿Sí?

      –No soy de la clase de hombres que salen con modelos. Eso es perfecto para las fantasías eróticas, pero yo prefiero estar con una mujer como Emma. De hecho, la experiencia con Darcy me ha hecho comprender que todavía no la he olvidado.

      –Comprendo –dijo Allegra en voz baja.

      –Le envié un mensaje, como me sugeriste.

      –¿Y te ha contestado?

      –Sí, me contestó cuando iba de camino a la casa de Darcy –respondió–. Me temo que estaba pensando en ella cuando llegué.

      Max solo dijo una verdad a medias. Era cierto que Emma le había contestado durante el trayecto al domicilio de la modelo, pero no estaba pensando en ella cuando llegó a su destino. Se había dado cuenta de que Emma ya no le interesaba.

      –En ese caso, no me extraña que te sintieras incómodo con Darcy –comentó Allegra–. ¿Qué te ha dicho Emma?

      –Nada importante. Me ha dicho que está bien y me ha preguntado cómo estoy yo.

      –Eso es muy alentador.

      Max la miró con desconfianza.

      –¿Tú crees?

      –Por supuesto. Si Emma no quisiera mantener el contacto contigo, no habría contestado. Pero ha contestado y, además, se ha interesado por ti.

      –¿Y qué?

      –Te está abriendo una puerta, Max –dijo Allegra con exagerada paciencia–. Te ofrece la posibilidad de que contestes para abrir un diálogo y pasar a otros asuntos. Dentro de poco, mantendréis una conversación en toda regla y, en cuestión de días, si todo va bien, os volveréis a ver.

      –Ah…

      –Es una buena señal. Sospecho que Emma se ha cansado de su nuevo amante y que arde en deseos de volver contigo.

      Max pensó que Emma no era de la clase de mujeres que ardían en deseos de hacer nada. La pasión no tenía mucho espacio en su vida. Emma era el colmo de la moderación, la tranquilidad y el equilibrio.

      Emma era la antítesis de la mujer que estaba sentada a su lado.

      Miró a Allegra y clavó la vista en sus piernas; el vestido se le había subido un poco y le ofrecía una visión maravillosa de sus muslos.

      Cuando pensaba en Allegra, no pensaba precisamente en la moderación. Pensaba en la extravagancia y en los extremos, porque la amiga de Libby era una mujer de extremos. Amaba apasionadamente y, cuando le rompían el corazón, se lo rompían del todo. Comparada con ella, Emma era la mujer más aburrida del mundo.

      Pero ya no estaba seguro de haber juzgado bien a su antigua prometida. A fin de cuentas, lo había

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