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se centra en las películas que hacen una reflexión propiamente del cine, donde el elemento social y la referencia al lugar al que pertenecen, parecen estar ausentes; pero no es así, pues están incrustados en la historia desde que fue escrita y producida en América Latina; mostrando problemáticas propias de este lugar, y teniendo en cuenta que muchos se expresan narrativamente por medio del metacine para encontrar y plasmar una identidad latinoamericana en torno al séptimo arte. Por lo tanto, no abordaremos aún las películas en las que es más evidente el elemento social, donde el pueblo está más presente en las historias, junto al cine o sin el cine, llegando al caso de recurrir al metacine para narrar temas netamente sociales.

      Así, entre las reflexiones acerca de realizar cine en América Latina se encuentra: lo difícil de realizar películas, lo complicado del oficio de ser actor, lo duro de ser guionista y la dificultad de vender un proyecto de cine no comercial.

      Crear y representar

      Sobre la realización de cine se pueden encontrar varias reflexiones en distintas películas, de las cinco seleccionadas encontramos esta referencia de manera evidente en La tarea (Hermosillo, 1991) de México y en Petecuy, la película (Hincapié, 2014) de Colombia.

      La primera, cuenta la historia de Virginia, una estudiante de un curso de televisión que engaña a Marcelo para que le ayude a grabar una película, tarea puesta en el curso, en la que el objetivo es tener relaciones sexuales para reflejar la vida misma. Ella lo invita a su casa a una especie de cita, pero él no sabe que hay una cámara filmando todo el encuentro. Al final, la película cambia su título por el de La tarea o de cómo la pornografía salvó del tedio y mejoró la economía de la familia Partida, y le es revelado al espectador que los dos personajes en realidad son una pareja de esposos que hacían una película, situación que juega con la realidad y la ficción, reconociéndose como una historia filmada y creada por ellos mismos. En la obra no solo se menciona y se reflexiona sobre el cine, sino que principalmente hay un cuestionamiento en torno a la sexualidad, elemento que sirve para que esta obra sea mencionada también en el siguiente capítulo.

      Para centrarnos en el tema del cine, es necesario mencionar el final de la historia, situación común en la mayoría de películas que utilizan el metacine, debido a que muchas veces se revela el elemento ficticio-real justo al final. En este caso, nos damos cuenta que toda la película que parecía ser una grabación de la vida misma en la que Marcelo supuestamente no sabía nada, resulta estar planeada de principio a fin, pero con unas cuantas imperfecciones que al final se echan en cara los dos esposos, defectos que solo una realizadora de cine, en este caso Virginia, será capaz de descubrir y de angustiarse por ellos.

      La Virginia “ficticia” menciona en su monólogo, “el cinito no es la vida, es tan solo vanidad”, lo que permite empezar a ver la película desde esa perspectiva. La vanidad del cine queda demostrada –aquí también entra una reflexión acerca del oficio de ser actor– cuando en la película planeada por ellos, Marcelo se da cuenta de que lo están filmando, pero al final termina ayudando con la tarea de Virginia, aceptando el hecho de ser filmado. Desde ahí, su comportamiento cambia, observa la cámara constantemente, camina diferente y hasta pide prender el televisor que está conectado a la cámara para poder verse. Virginia por su parte, al reflejarse desnuda en el televisor, empieza a criticar su cuerpo diciendo que se ve horrible y que ya no quiere grabar la escena de sexo, una posible alusión a cómo la televisión y el cine exigen figuras perfectas. Otro hecho que deja clara la vanidad que presenta el séptimo arte es el final, cuando los personajes ya han sido revelados como personajes, pues comienzan a echarse en cara todos los errores que cometieron, especialmente Virginia a Marcelo, pues ella era la directora y la creadora.

      En este diálogo, Marcelo le propone a su esposa lucrarse por medio de este tipo de películas en las que se ve a una pareja teniendo sexo en una escena de seis minutos aproximadamente, sugiriendo que consiguiera otra actriz para que ella se dedicara a dirigir exclusivamente, mientras él seguía siendo actor, como siempre lo soñó. La idea al principio no le suena a Virginia, pues no le agradaría ver a su esposo representando ese tipo de escenas con otra mujer, hasta que de repente sonríe cuando Marcelo le cambia el chip y le dice que ahí estaría ella observando todo como si fuera dios.

      La vanidad, evidentemente, se ve en el oficio de aquel director que le agrada su trabajo para sentirse poderoso, para sentirse dios, sumándole el hecho de ver el cine como un modo de lucro y no como un arte. Al revelarse que esa cinta grabada por dos personajes es algo más real de lo que se creía, se aceptan esas reflexiones y críticas como si fueran parte de la vida misma, y se ve la idea de lucrarse como un pensamiento completamente normal en la realización de cine, tanto que se convierte en una simple idea pornográfica.

      Por otra parte, en Petecuy (Hincapié, 2014), cuyo elemento social se mencionará más adelante, también se ven las dificultades de su producción. Esta historia narra los acontecimientos sucedidos en el barrio Petecuy en Cali, cuando un sacerdote comienza a trabajar con la comunidad para reducir los homicidios y la venta de drogas. Esto funciona a tal punto que llama la atención de un director de cine para crear una película. Lo complicado de grabarla tuvo que ver con el lugar y los medios, pues manejar actores naturales envueltos en un mundo que les hacía ver esperanza y salida por medio del cine, suscitó complicaciones. El ideal de grabar significó tanto para ellos que, ante dificultades económicas, deciden robar un banco para poder producir la cinta, acto que trajo consigo más violencia.

      El metacine se utiliza aquí para narrar elementos sociales vistos a través del cine, incluso, hay escenas que parecen ser ficticias, pero que terminan siendo reales, circunstancia que da pie para entender lo difícil de crear una película junto a colaboradores tan cotizados por la muerte y la violencia. Los actores que se nos presentan en estas dos películas son diferentes; unos están marcados por el conflicto y la esperanza de tener otra vida por medio del arte, y los otros representan la vanidad y la exageración, asumiendo el cine como un modo de lucro. Aun así, ambos cumplen con una característica: representan actores naturales, actores inexpertos.

      Este hecho agrega dificultad a la hora de realizar las películas (situación que también se ve reflejada al evaluar su trabajo en el final de La tarea) y al mostrar que la violencia, en aquel barrio de Cali, es tanta que traspasa la misma ficción, atravesando a Petecuy, la película y viéndose reflejada en su realización.

      Escribir

      Pompeya (Garateguy, 2010), de Argentina, habla precisamente de lo difícil que es ser un guionista, tener que depender de otros realizadores de cine, enfrentarse con la competencia del medio y escribir historias que pueden terminar matándolo; y agregándole lo difícil que es trabajar en equipo al momento de escribir, donde el guionista debe aceptar las ideas de sus superiores.

      Con la frase “el cine es fantasía, es ilusión” aceptan la idea de Samuel Goldszer, el director, de crear una historia de gángsters en Argentina, algo que al principio le suena raro a Daniel y Juan Garófalo, el encargado del guion. A medida que la historia es conversada y escrita por los tres en un principio y luego solo por el director y el guionista, pues sacan a Daniel del proyecto por los conflictos entre ellos, esta es representada en la pantalla mostrando dos historias paralelas, la primera es la del equipo que crea y escribe, y la segunda es la representación del relato como tal.

      Dylan, el personaje principal de la historia creada, termina envuelto en problemas con las mafias rusa y coreana. Un día escapando de ellos junto a su novia, se montan en el carro de Garófalo y lo obligan a llevarlos a su apartamento para estar a salvo, y en una de las paredes se encuentran fotos con los nombres de los que están envueltos en la historia y flechas coincidentes con lo que les está sucediendo. Dylan se va de la casa de Juan, pero al final vuelve para asesinarlo, pues considera a Juan no como un guionista, sino como alguien que sabe todo lo que le pasaba en su vida y es sospechoso de ser culpable de la situación que estaba viviendo. Justo cuando Juan tiene un guion propio, pues Samuel se fue y Daniel termina aceptándolo como creador de la historia, lo mata su propio personaje para expresar que lo complicado de crear una historia, de trabajar en equipo y todo el esfuerzo que se hace por llevarse algo de mérito, puede salirse de las manos

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