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con otro y me envió el ramo de rosas simplemente porque yo había puesto en acción la ley, y debía recibir un ramo de rosas.

      Nada se interpone entre el ser humano, sus más altos ideales y cada deseo de su corazón, si no son la duda y el temor. Por eso si el ser humano desea algo ardientemente, todos sus deseos se realizarán al instante.

      En el capítulo siguiente, explicaré más detalladamente la razón científica de esto y cómo el miedo puede ser borrado, eliminado, del consciente. Éste es el único enemigo del ser humano: miedo de la pobreza, del fracaso, a las enfermedades, de las pérdidas, todos los sentimientos de inseguridad sobre cualquier plano que sea. Jesucristo ha dicho:

      “¿Por qué tienes miedo, hombre de poca fe?”

      (Mat. 8,26.)

      Creemos que debemos sustituir el miedo por la fe, pues el miedo no es más que la fe invertida: es la fe ligada al mal en lugar del bien.

      Este es el objetivo del juego de la vida, ver claramente el bien y rechazar de la mente todas las imágenes del mal. Eso se obtiene imprimiendo sobre el subconsciente la realización del bien. Un hombre muy brillante que ha alcanzado un gran éxito, me contó que tuvo bruscamente un rechazo de todo temor en su conciencia y un día leyó un escrito en letra mayúscula: “No se inquiete, eso no se producirá probablemente jamás”. Estas palabras impresionaron su subconsciente; él tiene ahora la firme convicción de que sólo el bien quiere entrar en su vida y, en consecuencia, solamente el bien se manifiesta.

      En el capítulo siguiente trataré diferentes métodos de impresionar el subconsciente. Él es un fiel servidor del ser humano, pero debe recibir órdenes convenientes. El ser humano tiene constantemente cerca suyo un testigo atento, su subconsciente.

      Cada palabra, cada cosa que se dice se graba dentro del subconsciente y se realiza, se manifiesta, en detalles sorprendentes. Se parece a una cantante cuya voz quedara registrada en una grabación. Si ésta tose o vacila, esto quedará registrado también. Elimine las grabaciones malas y viejas del subconsciente, aquellas que no queremos conservar, y sustitúyalas por las nuevas y bonitas.

      Pronuncie en voz alta, con fuerza y convicción, estas palabras:

      “Yo quiebro y demuelo (por mis palabras) todo lo que, dentro de mi subconsciente, es falso. Todo eso regresará a la nada, pues todos los pensamientos vanos salieron de mi imaginación. Ahora, grabo los nuevos pensamientos por el poder de Cristo que hay en mí, que es la salud, la riqueza, el amor y la expresión perfecta de mi Ser, Ahí está la cuadratura de mi vida, el juego completo”.

      Un poco más adelante, enseñaré cómo el ser humano puede cambiar las condiciones de su vida mediante el cambio de las palabras que utiliza. Quien no conozca el poder de la palabra se encuentra retrasado con respecto a su tiempo.

      “Lo que uno habla determina la vida y la muerte; que se atengan a las consecuencias los que no miden sus palabras.”

      (Prov. 18,21).

      “Sí, El Todopoderoso será tu defensa y a ti no te faltará el oro”.

      Uno de los mensajes más significativo que las Escrituras han dirigido a la humanidad es que Dios es la fuente y que, por su palabra, la humanidad puede hacer surgir todo lo que le pertenece por derecho divino. Sin embargo, se debe tener una fe integral en la palabra que se pronuncia.

      Isaías dijo:

      “Mi palabra no retorna a mí sin efecto, sin haber ejecutado antes mi voluntad y haber cumplido con mis designios”.

      Nosotros sabemos ahora que las palabras y los pensamientos poseen una fuerza vibratoria tremenda, y que dan forma constantemente al cuerpo y a todos los acontecimientos mundanos.

      Una consultante acudió a verme un día; se sentía extremadamente inquieta y me dijo que, a mediados de ese mismo mes, le iban a reclamar una importante suma de dinero. No veía ninguna manera de obtenerla y estaba desesperada. Yo le expliqué que Dios es su fuente y que esta fuente existe para todas las demandas.

      ¡Y pronuncié la palabra! Di gracias para que ella recibiera ese dinero en el momento oportuno y de una manera conveniente. Luego le dije que era necesario que tuviera una fe perfecta y que actuara de acuerdo con esa misma fe. El día del vencimiento llegó y el dinero no se había materializado. Me llamó por teléfono para preguntarme qué tenía que hacer.

      Yo le contesté: “Hoy es sábado y, por lo tanto, nadie le exigirá que entregue ese dinero. Su papel debe consistir en actuar como si ya fuera rica y, de ese modo, dará la prueba de una fe perfecta, la fe de quien cuenta con ese dinero para el lunes”. Me rogó que almorzara con ella para fortificar su valor. La encontré en el restaurante, y le afirmé: “Este no es el momento para economizar. Pida un almuerzo exquisito, actúe como si ya hubiera recibido el dinero que está esperando. Todo aquello que solicite en oración, puede estar convencida de que ya lo ha recibido”.

      Al día siguiente, me llamó nuevamente para pedirme que pasara el día con ella.

      “No —le dije—, usted está divinamente protegida, y Dios jamás se retrasa”.

      Por la noche, me volvió a llamar, esta vez muy emocionada. “¡Querida, se ha producido un verdadero milagro! Esta mañana me encontraba en el salón cuando llamaron a mi puerta. Yo advertí a la asistenta: ‘No deje entrar a nadie’. La muchacha miró por la ventana y me avisó que se trataba de mi sobrino. Es aquel que tiene una gran barba blanca”, me dijo. “Bien, déjalo pasar. Deseo verlo”, le dije. Mi sobrino, al no obtener respuesta, ya se marchaba y había doblado la esquina cuando escuché la voz de la asistenta que lo llamaba y él regresó sobre sus pasos.

      Estuvimos hablando durante una hora y en el momento de partir, me dijo: “Ah, a propósito, ¿cómo están tus asuntos financieros?”. Le contesté que necesitaba dinero y él me respondió: “Pues bien, cariño, yo te daré tres mil dólares los primeros días de mes”. No me atreví a confesarle que me iban a reclamar mi deuda. ¿Qué debo hacer ahora? Sólo recibiré ese dinero el primero de mes, pero lo necesito para mañana mismo”.

      Le expliqué que continuaría el “tratamiento”. (Nosotros llamamos tratamiento, en metafísica, cuando decimos que sometemos a una persona o situación a la acción de la oración). Y añadí: “El Espíritu jamás llega tarde. Doy gracias porque usted ha recibido el dinero en el plano invisible y por aquello que se manifestará en el momento apropiado”.

      Al día siguiente, por la mañana, su sobrino la llamó y le dijo: “Pasa por mi despacho esta misma mañana, y te daré el dinero”. Ese mismo día, poco después de las doce, el dinero ya estaba disponible en su cuenta del banco y ella firmó los cheques tan rápidamente como le permitió su emoción.

      Si pedimos el éxito preparándonos para el fracaso; sólo obtendremos aquello para lo cual nos preparamos. Un señor acudió a verme para que le pronunciara la palabra para que le fuera anulada cierta deuda. Me di cuenta de que se pasaba la mayor parte del tiempo pensando en qué le diría a la persona a la que debía ese dinero en el momento en que le comunicara su imposibilidad de cumplir con el pago de la deuda. De ese modo, no haría sino neutralizar mi palabra. Le pedí que se viera a sí mismo en el momento de pagar su deuda.

      En la Biblia tenemos una maravillosa ilustración de lo que acabo de decir, con los tres reyes que, dentro del desierto,

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