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por 1954. Su padre estuvo en una compañía de esquiadores siendo un joven de apenas veinte años, cierto día, y en el marco de esas instrucciones militares que él consideraba inútiles, debían hacer una incursión hacia el volcán Maipo, en la frontera andina argentina–chilena. En el valle que se formaba entre el volcán y una montaña vecina había un glaciar de un color azul imposible de describir. El padre de nuestro amigo, fascinado por lo que veía no perdió detalle de absolutamente nada. A cierta distancia, en una casi planicie desierta, se erguía una roca que dominaba todo desde su altura, y a muy poca distancia un canelo, añejo pero aún muy robusto. El paisaje le resultó extraño, increíble, una fotografía imposible de obtener: una roca erguida, un árbol antiguo, y el macizo de Los Andes detrás. La compañía siguió su camino encontrándose más adelante con una cueva que según como se la mirase podía resultar maravillosa o escalofriante. Unos pocos se adentraron para corroborar lo que allí había, el padre de nuestro amigo fue uno de ellos. Estalactitas formadas por incontables lluvias colgaban del cavernoso techo, las paredes emitían un fulgor imposible de describir, casi como que no fuese real. Ahí había algo, habitaba algo, ese fue el pensamiento del padre de nuestro amigo. Pocos minutos después, alertados por quien capitaneaba la incursión, debieron abandonar el sitio porque un frente de tormenta de nieve se acercaba y lo mejor era estar lejos de ahí. El padre de nuestro amigo se quedó con un sabor muy amargo, él comprendió, en un breve momento, que en ese lugar habían sucedido cosas maravillosas o iban a suceder, eso no le quedaba claro. A partir de ese instante se sintió “conectado” con las montañas, sintiendo algo especial por ellas y se prometió volver. Dieciséis años más tarde, habiéndose convertido en montañista y rescatista, es que decidió regresar a esa maravilla oculta con un grupo de colegas amigos. La empresa no les fue fácil dado que los antiguos caminos ya no existían, tampoco se habían trazado nuevos senderos, pero el objetivo era claro y no había más opción que alcanzarlo. Era primavera, el deshielo no había comenzado, pero ya se percibía un sol más amigable. A la tercera jornada de ascenso se encontraron con aquella roca que dominaba la llanura, el canelo aún en su sitio, y la caverna ahí, esperando por él; en este caso por ellos.

      Este grupo de amigos, montañistas, rescatistas, longevos hoy, siguen contando historias maravillosas de lo allí sucedido, y han sido el punta pie inicial para que estemos aquí, hoy, presentando en sociedad a Alquimia Andina, porque eso somos nosotros, un grupo de personas, comunes, con ganas de transmutar la energía heredada por aquella que realmente nos pertenece, y estas personas mayores nos han indicado el camino, porque ahí en esa caverna encontraron un montón de respuestas que nos han legado y sobre ellas trabajamos para ofrecerlas a ustedes... ¿Qué encontraron ellos allí?, eso da para un libro entero.

      No queremos dar nuestros nombres para no alterar nuestro entorno, nuestra cotidianidad, para preservar a nuestros seres queridos, para seguir siendo aquello que creen que somos hasta que estén preparados para vernos de otra forma. El nombre que no podemos dejar de lado es el de nuestro editor, aquel que supo ver en nuestro trabajo algo que debía comunicarse, algo que debía tomar forma de lectura para otros; gracias a Marcelo Caballero por dar el puntapié inicial para convertir nuestro trabajo en una serie de libros.

      El Círculo se amplía y ustedes están invitados.

      ❦

      Alquimia Andina, con este libro, presenta su primer trabajo. Consideramos que la obra de Florence Scovel Shinn ofrece conceptos básicos sobre la aplicación de la Metafísica en la vida diaria que debemos repasar y amigarnos con ellos. Una obra de ágil lectura.

      Florence Scovel Shinn era una mujer adelantada a su tiempo. Para muchos, se la considera entre James Allen, el autor de “Cómo piensa un hombre”, Wallace D. Wattles, el autor de “La ciencia de hacerse rico” y Napoleón Hill, quien escribió el clásico “Piense y hágase rico”. Florence tenía la capacidad de explicar sus principios de éxito, y cómo funcionan, en un estilo entretenido y fácil de leer. Ella puede ser considerada una de las hacedoras de varios éxitos muy populares del siglo pasado. Nació el 24 de septiembre de 1871 en Camden, Nueva Jersey, hijo de Alden Cortlandt Scovel y Emily Hopkinson. Tenía una hermana mayor y un hermano menor.

      Florence fue educada en Friends Central School en Filadelfia. Más tarde estudió arte en la Academia de Bellas Artes de Pensilvania (1889-1897). Mientras estuvo allí, conoció a Everett Shinn, un pintor de lienzos impresionistas y murales realistas. Se casaron poco después de que Florence se graduara en la academia de arte.

      Los Shinns se mudaron a Nueva York, donde ambos siguieron sus carreras por separado, Everett en el teatro, mientras que Florence hizo ilustraciones para la literatura infantil en revistas y libros.

      En 1925, Florence decidió publicar su primer libro “El juego de la vida y cómo jugarlo”. Después de encontrar sin éxito un editor para su trabajo, lo publicó ella misma. Su segundo libro, 1928, fue “La palabra es tu varita mágica”, y su último libro “La puerta secreta al éxito” se publicó en 1940 poco antes de su muerte el 17 de octubre de ese mismo año. Un cuarto libro, “El poder de la palabra hablada” es un compendio de sus notas, reunidas por uno de sus alumnos y publicadas póstumamente en 1945. Todas sus obras son de una contemporaneidad impresionante.

      La mayoría de la gente considera la vida como una batalla, pero esta no es una batalla sino un juego.

      Un juego en el cual, sin embargo, no es posible ganar si no se posee el conocimiento de la ley espiritual. El Antiguo y el Nuevo Testamento nos brindan, con una maravillosa claridad, las reglas para jugarlo, con tal precisión que difícil es no poder interpretarlas. Jesucristo enseñó que este juego se llama dar y recibir.

“Todo lo que se siembra, eso se cosechará”.

      Esto significa que aquello que se da por la palabra o por la acción, eso se recibirá. Si se siembra el odio, se recibirá odio; si amas, recibirás amor; si criticas, no evitarás recibir críticas; si mientes, alguien te mentirá; si haces trampas, te estafarán. Nosotros aprendemos que la imaginación juega un papel primordial en el juego de la vida.

      “Guarda tu corazón (o tu imaginación) más que cualquier otra cosa, pues de él manarán las fuentes de la vida”.

      (Prov. 4,23)

      Esto significa que aquello que imaginas se exterioriza, tarde o temprano, en tu vida. Yo conozco a un señor que temía una determinada enfermedad. Se trataba de una dolencia muy poco frecuente y difícilmente contagiosa, pero él se la representaba sin parar, y leía artículos sobre ella, se obsesionaba con ella, hasta que un día la enfermedad se manifestó en su cuerpo, y el hombre murió víctima de su propia imaginación deteriorada.

      Nosotros observamos que, para participar con éxito en el juego de la vida, es necesario dirigir bien nuestra imaginación. Es entonces cuando nuestra creatividad se anima a no representar nada más que el bien.

      Atrae a tu vida “todos los deseos justos de tu corazón”, la santidad, la riqueza, el amor, las amistades, tu perfecta expresión y la realización de los más altos ideales.

      La imaginación es llamada “las tijeras del espíritu” y, de hecho, recorta, da forma, moldea, sin parar, día tras día, las imágenes que el ser humano forma y tarde o temprano encuentra en el plano exterior sus propias creaciones.

      Para formar convenientemente su imaginación, se debe conocer la naturaleza de nuestro espíritu, su forma de funcionar; los griegos decían: “Conócete a ti mismo”.

      La mente está comprendida por tres planos: el Subconsciente, el Consciente y el Superconsciente.

      El

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