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      Pero aún más importante que su capacidad de apropiarse de las cosas de manera única, era su firme enfoque en Dios y su invariable pasión por ver todo lo que fuese posible de Dios en esta vida. “vivir con todas mis fuerzas mientras viva”5 fue su resolución, lo cual aplicó principalmente a la búsqueda de Dios. Por esto resolvió también, “cuando piense en cualquier tema sobre la divinidad que deba ser resuelto, haré inmediatamente lo que pueda para resolverlo si las circunstancias no me lo impiden.” El canal por donde esta pasión por Dios fluía era el canal de la incesante meditación en oración de la Escritura. Por esto mismo él resolvió además “estudiar las Escrituras tan consistente, constante y frecuentemente hasta encontrar y percibir plenamente que estoy creciendo en ella.”

      Lo cual significaba en última instancia, que Edwards también era un maestro secundario—como lo son todos los pastores y teólogos cristianos honestos. “Él era un hombre que ponía la fidelidad a la Escritura sobre cualquier otra consideración.”6 Su pasión era ver la expansión ilimitada de la realidad Divina que se halla en la Escritura sin imaginar cosas novedosas. Edwards elevaba la siguiente bandera sobre cada una de las vastas áreas del conocimiento divino: “creo que la Palabra de Dios nos enseña más cosas respecto a esto…de lo que generalmente se ha creído, y que exhibe más cosas extremadamente gloriosas y maravillosas respecto a esto de lo que se tomado nota.”7 En palabras simples: “apenas hemos comenzado a ver algo de todo lo que la Escritura nos ofrece de Dios, y lo que no hemos visto es sobremanera glorioso.

      Por lo tanto, en el sentido más profundo todos somos maestros y seres secundarios. Hay Solamente uno que es Primario. Y las cosas más importantes en el mundo son saber por qué nos creó y cómo podemos unirnos a Él para lograr ese propósito. Solo Él puede revelar la respuesta. Es por eso que Jonathan Edwards se entregó a la Palabra de Dios y escribió El Fin Por el Cual Dios Creó el Mundo (incluido como la parte dos de este libro), y es por eso que yo me pongo sobre sus hombros y escribo acerca de La Pasión de Dios por Su Gloria.

      Por más de treinta años he estado tratando de ver y saborear esta visión de la realidad centrada en Dios que satisface el alma y destruye el pecado. La primera parte de este libro es un vistazo enfocado en las raíces de esta visión como he podido verla en la vida y el pensamiento de Jonathan Edwards. Siguiendo la misma línea de otros evangélicos contemporáneos que se ocupan de esto8 el capítulo uno argumenta que el movimiento evangélico moderno está siendo doctrinalmente despojado por su coqueteo con el pragmatismo y el éxito numérico. La centralidad en Dios y la devoción a los límites doctrinales bíblicos son una necesidad profunda en nuestros días. En la segunda parte de ese capítulo ofrezco quince declaraciones sumarias de las implicaciones de la visión de Edwards para el pensamiento y la vida cristiana.

      En el capítulo dos el lector encontrará una mini biografía de Edwards. Es una historia que capacitará al lector a disfrutar al hombre y a ver su teología en el fluir de su vida y ministerio. Le pone carne a los huesos de la teología. Aquí podrá conocer a “uno de los hombres más santos, humildes y de mente enfocada en el cielo que el mundo haya visto desde los días apostólicos.” (Ashbel Green, Presidente de la Universidad de New Jersey, 1829), pero también conocerá al “más profundo razonador y el más grande de los teólogos que América haya producido” (Samuel Davies, 1759—un hombre que era “grande en su atributo de dominante, penetrante e irradiante espiritualidad” (John de Witt, 1912).9

      En el capítulo tres conduzco al lector por un recorrido personal a través de mis treinta años de descubrimiento de los más importantes escritos de Jonathan Edwards. De esta manera trato de combinar mi historia personal con la vida y los escritos de Edwards para mostrar su significado y relevancia para por lo menos un evangélico moderno. Mi esperanza es que ustedes vean en acción en este capítulo, no solo una sino dos ilustraciones—una en vida y la otra fallecida—de “una mente que ama a Dios.”

      Finalmente, en el capítulo cuatro tomo la visión radicalmente centrada en Dios de Edwards sobre la virtud—la cual es, de hecho, el fin para el cual Dios creó el mundo—y aplico su mordaz relevancia a la transformación cultural y la evangelización mundial. redescubrimiento de la visión moral centrada en Dios en El Fin Por el Cual Dios Creó el Mundo es mi meta. Y oro que esta tarea sirva para al propósito de Dios en nuestros días de llenar los sonidos huecos de nuestra negligencia hacia Dios y sus fatales éxitos. Que el Señor restaure la pasión por Su verdad y Su gloria que en gran parte ha desaparecido del mundo evangélico moderno.”10

      Los dones de Dios en este proyecto han sido muchos. Eric Johnson, profesor de estudios interdisciplinarios en la Universidad de Northwestern (Saint Paul, Minnesota), creyó que El Fin Por el Cual Dios Creó el Mundo de Jonathan Edwards es una obra digna de publicarse por su visión de la realidad centrada en Dios. Él me animó todo el tiempo diciéndome que esperaba usar el libro como parte de su currículo para ayudar a sus estudiantes a comprender la supremacía de Dios en todos sus estudios. No solo esto, sino también revisó dos veces el complejo pensamiento de Edwards buscando la mejor manera de ajustar las características propias del siglo dieciocho reflejadas en su libro para el beneficio de sus lectores modernos. Si no se le hizo más cambios al texto original (vea la sección “Respecto al Texto,”) atribúyanselo a mi intransigente compromiso de preservar lo más cerca posible al lenguaje de Edwards. Gracias Eric, por tu amable e invariable fidelidad a la supremacía de Dios en todas las ramas de la educación y la vida.

      El difícil trabajo de trasponer las palabras de Edwards de la edición de Edward Hickman de 1834 a una forma electrónica para su edición fue hecho por Debra Lacher, cuyo trabajo fue tan impecable como le es posible a un ser humano de este lado del cielo. Me quedé asombrado a medida que trabajaba al compararlo con otras ediciones. Gracias Deb, por tu amor a la verdad y a la gloria de Dios, y por canalizar ese amor a través de los notables dones que Dios te ha dado por amor a Su pueblo.

      La edición de El Fin Por el Cual Dios Creó el Mundo de Edwards en la cual nos apoyamos fue la re-publicación de The Banner of Truth (El Estandarte de la Verdad) de la edición de Hickman (Edinburgh, 1974). Gracias a Mervyn T. Barter, gerente general de The Banner of Truth Trust, y a sus otros miembros por darnos el permiso de apoyarnos en los hombros de su publicadora. Sus dos volúmenes de Las Obras de Jonathan Edwards continúan sirviendo a la causa de Cristo de maneras extraordinarias. Agradezco a Dios que hayan seguido imprimiéndolas.

      Gracias a Pedro Govantes, el presidente de El Instituto de Jonathan Edwards por invitarme a hablar en la conferencia anual del instituto en el verano de 1997. Los capítulos Tres y Cuatro de este libro fueron adaptados de estas conferencias. Fue un honor asociarme con un instituto dedicado a exaltar al Dios de Jonathan Edwards.También gracias a los antiguos editores de The Reformed Journal (La Revista Reformada, Noviembre, 1978, Vol. 28, numero 11, pp. 13-17), donde fue publicado previamente algo del material que se halla en los capítulos Dos y Tres.

      La preparación final de este trabajo fue hecha durante un permiso de cuatro semanas que me fue generosamente otorgado por los ancianos de la Iglesia Bautista Belén de Minneapolis, Minnesota, para dedicarme a escribir. Yo no doy esto por sentado porque el personal y los ancianos reciben una mayor carga cuando uno de nosotros no está allí. Gracias a todos por amar el tema de este libro lo suficiente como para alegrarse de que por eso me haya alejado—y también por desear mi regreso.

      Tengo en mi biblioteca una fotocopia de una antigua edición de El Fin Por el Cual Dios Creó el Mundo que compré durante mis días en el seminario. Hoy se encuentra triplemente señalada con diferentes colores, con barras oblicuas en señal de adoración y con marcas y asteriscos por todas partes. Le debo la compra de esta copia, y mi introducción a la teología de Jonathan Edwards a Daniel Fuller, quien me guió a la verdad, no a través de la puerta del siglo dieciocho, sino del primer siglo en las cartas de Romanos, Gálatas y el Sermón del Monte amarrados todos en una clase final llamada “La Unidad de la Biblia.”11 La severa disciplina de la exegesis, proposición tras proposición, oración diagramada tras oración diagramada y división textual tras división textual abrió una ventana, que

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