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de Juan 3:5 tienen, para el regenerado, un significado espiritual; como lo tiene aquí la palabra tierra. Tanto en hebreo como en griego, el término principal entregado por nuestra palabra en castellano, tierra, debe ser traducido, ya sea de forma literal o espiritual, dependiendo del contexto.

      Sus palabras entendidas literalmente son, “ellos heredarán la tierra,” esto es, Canaán, “la tierra prometida”. Él habla de las bendiciones de la nueva economía en el lenguaje de la profecía del Antiguo Testamento. Israel según la carne (el pueblo externo de Dios bajo la primera economía) eran una figura de Israel según el espíritu (el pueblo espiritual de Dios bajo la nueva economía); y Canaán, la herencia [terrenal] del primero, es el tipo de aquel agregado de las bendiciones celestiales y espirituales que constituyen la herencia de lo nuevo. “Heredar la tierra” es disfrutar las bendiciones peculiares del pueblo de Dios bajo la nueva economía; es transformarse en herederos del mundo, herederos de Dios y co-herederos con Cristo (Romanos 8:17). Es ser “bendecidos… con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Efesios 1:3), es disfrutar aquella paz y descanso verdaderos simbolizados por Israel en Canaán (Dr. John Brown).

      No cabe duda de que también existe referencia al hecho de que el manso, en última instancia, heredará los “cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Pedro 3:13).

      La Cuarta Bienaventuranza

      “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.” (Mateo 5:6)

      En las primeras tres Bienaventuranzas somos llamados a presenciar los ejercicios del corazón de alguien que ha sido despertado por el Espíritu de Dios. En primer lugar, hay un sentido de necesidad, un entendimiento de mi vacío y de que no soy nada. En segundo lugar, hay un juicio de mí mismo, una conciencia de mi culpa y un llanto por mi condición perdida. En tercer lugar, hay un cese de buscar justificarme a mí mismo ante Dios, un abandono de toda pretensión de mérito personal y me posiciono en la tierra ante Dios. Aquí, en la cuarta Bienaventuranza, el ojo del alma es sacado de uno mismo y puesto en Dios por una razón muy especial: existe un anhelo de encontrar una justicia que necesito urgentemente, pero que ahora sé que no poseo.

      Ha habido muchas objeciones innecesarias en relación a la precisa importancia de la palabra justicia en nuestro texto actual. La mejor manera para determinar su significado es volver a las escrituras del Antiguo Testamento en las cuales este término es usado, y luego, iluminar esto con la luz más brillante provista por las epístolas del Nuevo Testamento.

      “Rociad, cielos, de arriba, y las nubes destilen la justicia; ábrase la tierra, y prodúzcanse la salvación y la justicia; háganse brotar juntamente. Yo Jehová lo he creado” (Isaías 45:8). La primera mitad de este versículo se refiere, en un lenguaje figurativo, al advenimiento de Cristo a esta tierra; la segunda mitad se refiere a Su resurrección, cuando Él fue “resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25). “Oídme, duros de corazón, que estáis lejos de la justicia: Haré que se acerque mi justicia; no se alejará, y mi salvación no se detendrá. Y pondré salvación en Sión, y mi gloria en Israel” (Isaías 46:12, 13). “Cercana está mi justicia, ha salido mi salvación, y mis brazos juzgarán a los pueblos; a mí me esperan los de la costa, y en mi brazo ponen su esperanza” (Isaías 51:5). “Así dijo Jehová: Guardad derecho, y haced justicia; porque cercana está mi salvación para venir, y mi justicia para manifestarse” (Isaías 56:1). “En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia” (Isaías 61:10ª). Estos pasajes dejan en claro que la justicia de Dios es sinónimo de la salvación de Dios.

      Las escrituras citadas anteriormente son desarrolladas en la epístola de Pablo para los Romanos, donde el evangelio recibe su mayor exposición. En Romanos 1:16, 17a, Pablo dice, “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe”. En Romanos 3:22-24 leemos lo siguiente, “la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús”. En Romanos 5:19, se hace esta bendita declaración: “Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos [legalmente constituidos] pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos [legalmente constituidos] justos”. En Romanos 10:4 aprendemos que “el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree”.

      El pecador está destituido de la justicia, ya que “No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10). Por lo tanto, Dios ha provisto en Cristo una justificación perfecta para todos y cada uno de los de Su pueblo. Esta justicia que satisface todas las demandas de la santa Ley de Dios contra nosotros, fue conseguida por nuestro Sustituto y Fiador. Esta justicia ahora es aplicada al (esto es, legalmente acreditada a la cuenta del) pecador creyente. Tal como los pecados del pueblo de Dios fueron todos transferidos a Cristo, para que Su justicia fuera puesta sobre ellos (2 Corintios 5:21). Estas pocas palabras no son más que un breve resumen de la enseñanza de las Escrituras sobre este vital y bendito tema de la perfecta justicia que Dios requiere de nosotros y que es nuestra por la fe en el Señor Jesús.

      “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia.” Tener hambre y sed expresa un deseo vehemente, del cual el alma está sumamente consciente. En primer lugar, el Espíritu Santo trae ante el corazón los requerimientos santos de Dios. Él nos revela Su perfecto estándar, el cual Él nunca puede disminuir. Él nos recuerda que “si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 5:20). En segundo lugar, el alma temblorosa, consciente de su propia despreciable miseria y al entender su total inhabilidad para ponerse a la altura de los requerimientos de Dios, ve que no hay ayuda en sí misma. Este doloroso descubrimiento la lleva a llorar y gemir. ¿ has hecho esto? En tercer lugar, el Espíritu Santo provoca entonces, que el pecador condenado busque alivio e intente encontrar un suministro fuera de sí mismo. La mirada que cree es entonces dirigida hacia Cristo, quien es “JEHOVÁ, JUSTICIA NUESTRA” (Jeremías 23:6).

      Tal como las anteriores, esta cuarta Bienaventuranza describe una experiencia que tiene dos sentidos. Obviamente se refiere al hambre y sed inicial que ocurre antes de que un pecador se vuelva por fe a Cristo. Pero también se refiere al continuo deseo que es perpetuado en el corazón de cada pecador que ha sido salvado, hasta el día de su muerte. Repetidos ejercicios de esta gracia son sentidos en diferentes intervalos. Aquel que deseó ser salvado por Cristo anhela ahora ser transformado para ser como Él. Vistas en su aspecto más amplio, esta hambre y sed se refieren a un jadeo del corazón renovado que busca Dios. (Salmo 42:1), un deseo por caminar más cerca de Él y un anhelo por obtener una conformidad más perfecta a la imagen de Su Hijo. Habla de aquellas aspiraciones de la nueva naturaleza por la bendición divina que tan sólo puede fortalecer, sostener y satisfacer.

      Nuestro texto presenta una paradoja tal, que resulta evidente que ninguna mente carnal la inventó. ¿Puede alguien que ha sido traído a la unión vital con Él, que es el Pan de Vida y en quien habita toda la plenitud, ser hallado todavía hambriento y sediento? Sí, tal es la experiencia del corazón renovado. Fíjese cuidadosamente en el tiempo del verbo: no es “Bienaventurados los que han tenido hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”, sino “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. ¿Tiene ud., querido lector, hambre y sed de justicia? ¿O está contento con sus logros y satisfecho con su condición? Tener hambre y sed de justicia siempre ha sido la experiencia de los verdaderos santos de Dios (Filipenses 3:8-14).

      “Ellos serán saciados”. Como la primera parte de nuestro texto, esto también tiene un cumplimiento doble, tanto inicial como continuo. Cuando Dios crea un hambre y una sed en el alma, es para que Él pueda satisfacerlas. Cuando al pobre pecador se le hace sentir su

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