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Colección de Alejandro Dumas. Alejandro Dumas
Читать онлайн.Название Colección de Alejandro Dumas
Год выпуска 0
isbn 9788026835875
Автор произведения Alejandro Dumas
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
-¿Os la han raptado? - prosiguió el comisario-. ¿Y sabéis quién es el hombre que ha cometido ese rapto?
-Creo conocerlo.
-¿Quién es?
-Pensad que yo no afirmo nada, señor comisario, y que yo sólo sospecho.
-¿De quién sospecháis? Veamos, responded con franqueza.
El señor Bonacieux se hallaba en la mayor perplejidad: ¿debía negar todo o decir todo? Negando todo, podría creerse que sabía demasiado para confesar; diciendo todo, daba prueba de buena voluntad. Se decidió por tanto a decirlo todo.
-Sospecho - dijo - de un hombre alto, moreno, de buen aspecto, que tiene todo el aire de un gran señor; nos ha seguido varias veces, según me ha parecido, cuando iba a esperar a mi mujer al postigo del Louvre para llevarla a casa.
El comisario pareció experimentar cierta inquietud.
-¿Y su nombre? - dijo.
-¡Oh! En cuanto a su nombre, no sé nada, pero si alguna vez lo vuelvo a encontrar lo reconoceré al instante, os respondo de ello, aunque fuera entre mil personas.
La frente del comisario se ensombreció.
-¿Lo reconoceríais entre mil, decís? - continuo.
-Es decir - prosiguió Bonacieux, que vio que había ido descaminado-, es decir…
-Habéis respondido que lo reconoceríais - dijo el comsario ; está bien, basta por hoy; antes de que sigamos adelante es preciso que alguien sea prevenido de que conocéis al raptor de vuestra mujer.
-Pero yo no os he dicho que le conociese - exclamó Bonacieux desesperado-. Os he dicho, por el contrario…
-Llevaos al prisionero - dijo el comisario a los dos guardias.
-¿Y dónde hay que conducirlo? - preguntó el escribano.
-A un calabozo.
-¿A cuál?
-¡Oh, Dios mío! Al primero que sea, con tal que cierre bien - respondió el comisario con una indiferencia que llenó de horror al pobre Bonacieux.
-¡Ay! ¡Ay! - se dijo-. La desgracia ha caído sobre mi cabeza; mi mujer habrá cometido algún crimen espantoso; me creen su cómplice, y me castigarán con ella; ella habrá hablado, habrá confesado que me había dicho todo; una mujer, ¡es tan débil! ¡Un calabozo, el primero que sea! ¡Eso es! Una noche pasa pronto; y mañana a la rueda, a la horca. ¡Oh, Dios mío! ¡Tened piedad de mí!
Sin escuchar para nada las lamentaciones de maese Bonacieux, lamentaciones a las que por otra parte debían estar acostumbrados, los dos guardias cogieron al prisionero por un brazo y se lo llevaron, mientras el comisario escribía deprisa una carta que su escribano esperaba.
Bonacieux no pegó ojo, y no porque su calabozo fuera demasiado desagradable, sino porque sus inquietudes eran demasiado grandes. Permaneció toda la noche sobre su taburete, temblando al menor ruido; y cuando los primeros rayos del día se deslizaron en la habitacion, la aurora le pareció haber tornado tintes fúnebres.
De golpe oyó correr los cerrojos, y tuvo un sobresalto terrible. Creía que venían a buscarlo para conducirlo al cadalso; así, cuando vio pura y simplemente aparecer, en lugar del verdugo que esperaba, a su comisario y su escribano de la víspera, estuvo a punto de saltarles al cuello.
-Vuestro asunto se ha complicado desde ayer por la noche, buen hombre - le dijo el comisario-, y os aconsejo decir toda la verdad; porque solo vuestro arrepentimiento puede aplacar la cólera del cardenal.
-Pero si yo estoy dispuesto a decir todo - exclamó Bonacieux-, al menos todo lo que sé. Interrogad, os lo suplico. -Primero, ¿dónde está vuestra mujer?
-Pero si ya os he dicho que me la habían raptado.
-Sí, pero desde ayer a las cinco de la tarde, gracias a vos, se ha escapado.
-¡Mi mujer se ha escapado! - exclamó Bonacieux-. ¡Oh, la desgraciada! Señor si se ha escapado, no es culpa mía os lo juro.
-¿Qué fuisteis, pues, a hacer a casa del señor D’Artagnan, vuestro vecino, con el que tuvisteis una larga conferencia durante el día?
-¡Ah! Sí, señor comisario, sí, eso es cierto, y confieso que me equivoqué. Estuve en casa del señor D’Artagnan.
-¿Cuál era el objeto de esa visita?
-Pedirle que me ayudara a encontrar a mi mujer. Creía que tenía derecho a reclamarla; me equivocaba, según parece, y por eso os pido perdón.
-¿Y qué respondió el señor D’Artagnan?
-El señor D’Artagnan me prometió su ayuda; pero pronto me di cuenta de que me traicionaba.
-¡Os burláis de la justicia! El señor D’Artagnan ha hecho un pacto con vos y, en virtud de ese pacto, él ha puesto en fuga a los hombres de policía que habían detenido a vuestra mujer, y la ha sustraído a todas las investigaciones.
-¡El señor D’Artagnan ha raptado a mi mujer! ¡Vaya! Pero ¿qué me decís?
-Por suerte, D’Artagnan está en nuestras manos, y vais a ser careado con él.
-¡Ah? A fe que no pido otra cosa - exclamó Bonacieux-, no me molestará ver un rostro conocido.
-Haced entrar al señor D’Artagnan - dijo el comisario a los dos guardias.
Los dos guardias hicieron entrar a Athos.
-Señor D’Artagnan - dijo el comisario dirigiéndose a Athos-, declarad lo que ha pasado entre vos y el señor.
-¡Pero - exclamó Bonacieux - si no es el señor D’Artagnan ése que me mostráis!
-¡Cómo! ¿No es el señor D’Artagnan? - exclamó el comisario.
-En modo alguno - respondió Bonacieux.
-¿Cómo se llama el señor? - preguntó el comisario.
-No puedo decíroslo, no lo conozco.
-¡Cómo! ¿No lo conocéis?
-No.
-¿No lo habéis visto jamás?
-Sí, lo he visto, pero no sé cómo se llama.
-¿Vuestro nombre? - preguntó el comisario.
-Athos - respondió el mosquetero.
-Pero eso no es un nombre de hombre, ¡eso es un nombre de montaña! - exclamó el pobre interrogador, que comenzaba a perder la cabeza.
-Es mi nombre - dijo tranquilamente Athos.
-Pero vos habéis dicho que os llamabais D’Artagnan.
-¿Yo?
-Sí, vos.
-Veamos, cuando me han dicho: «Vos sois el señor D’Artagnan», yo he respondido: «¿Lo creéis así?» Mis guardias han exclamado que estaban seguros. Yo no he querido contrariarlos. Además, yo podía equivocarme.
-Señor, insultáis a la majestad de la justicia.
-De ningún modo - dijo tranquilamente Athos.
-Vos sois el señor D’Artagnan.
-Como veis, sois vos el que aún me lo decís.
-Pero - exclamó a su vez el señor Bonacieux - os digo, señor comisario, que no tengo la más minima duda. El señor D’Artagnan es mi huésped, y en consecuencia, aunque no me pague mis alquileres, y precisamente por eso, debo conocerlo. El señor D’Artagnan es un joven de diecinueve a veinte años apenas, y este señor tiene treinta por lo menos. El señor D’Artagnan está en los guardias del señor Des Essarts, y este señor está en la compañía de los mosqueteros del señor de Tréville: mirad el uniforme, señor comisario, mirad el uniforme.
-Es