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su promesa (como en efecto sucedió en el tiempo señalado). Sin embargo, los cautivos tenían que obedecer su mandato haciéndose residentes en el imperio que los había arrancado violentamente de su tierra, tenían que ser agentes de la paz de Dios en la ciudad en la que estaban cautivos, y tenían que aprender a mirar más allá de las circunstancias adversas actuales. Todo esto no era un encargo fácil de obedecer. La paciencia tenía que ir acompañada de la esperanza en la promesa de liberación. Paciencia y esperanza que parece reflejarse en las palabras del Salmo 126:

      Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion, seremos como los que sueñan. Entonces nuestra boca se llenará de risa, y nuestra lengua de alabanza; entonces dirán las naciones: Grandes cosas ha hecho Jehová con éstos. Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros; estaremos alegres. Haz volver nuestra cautividad, oh Jehová, como los arroyos del Neguev. Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas (Sal 126.1–6).

      ¿Cómo tener esperanza en un clima social y político de violencia militar, desplazamiento forzado, desarraigo brutal y mentira institucionalizada? ¿Cómo confiar en la palabra de Dios, su promesa de liberación, cuando todo parece resquebrajarse y no existen indicios de una acción directa de parte de Dios para cambiar radicalmente el clima de violencia en el cual nos encontramos?

      Siguiendo el surco por el que tuvieron que transitar los cautivos en Babilonia, tenemos que aprender a construir la esperanza desde abajo, desde la periferia del mundo, desde la cautividad física y mental, desde el desarraigo y la indefensión. Jamás tenemos que dejar que la mentira oficial secuestre nuestra capacidad de indignarnos y de soñar con un mundo de justicia, sin violencia, en el que la paz sea la alfombra común para toda la familia humana sin ninguna restricción política, religiosa o cultural. La paciencia tiene que ser jalonada por la esperanza. Una esperanza firme, no en los proyectos de factura humana que son precarios y efímeros, sino en la esperanza del reino que exige amar la vida y la justicia aquí y ahora y, por eso mismo, defenderla de todas las violencias y desenmascarar sin miedo la injusticia institucionalizada. ¡Tenemos esperanza!

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