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o el anuncio apostólico en el Nuevo. Y precisamente por tratarse de un acto público, no se puede evitar la confrontación con la realidad.” (Samuel Escobar, La predicación evangélica y la realidad peruana. Boletín Teológico 18, 1985).

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      Capítulo 1

      El mensaje social y político de los profetas

      — Emil Brunner

      — José Sicre

      ¿Cuál fue el mensaje de los profetas hebreos? ¿Fue su mensaje una verdad pública o un discurso limitado al ámbito religioso de la vida, sin ninguna referencia a los problemas sociales y políticos de su entorno? Los profetas hebreos, como voceros del Dios de la Vida, desnudaron públicamente la religiosidad hipócrita, inhumana e insensible que caracterizaba a los que estaban en la cima del poder. Denunciaron que la injusticia, la explotación y opresión de los indefensos, la quiebra del derecho, la cosificación de los seres humanos eran pecados individuales y sociales que contradecían el propósito de Dios de una vida plena y justa para todas las personas.

      Fue a través de los profetas que Dios anunció juicio y castigo ejemplar para quienes habían infringido su ley, violentando el derecho de los pobres y de los indefensos, tratándolos como desperdicio social:

      ¡Ay de los que dictan leyes injustas, y prescriben tiranía, para apartar del juicio a los pobres, y para quitar el derecho a los afligidos de mi pueblo; para despojar a las viudas, y robar a los huérfanos! ¿Y qué haréis en el día del castigo? ¿A quién os acogeréis para que os ayude, cuando venga de lejos el asolamiento?… (Is 10.1–3).

      Los profetas denunciaron públicamente la situación de injusticia en la que se encontraban los sectores sociales vulnerables e indefensos (huérfanos, viudas, extranjeros), precisando que los ricos y los poderosos eran los autores materiales de esa violencia en contra de la vida y la dignidad humana. En esa realidad de violencia, generada desde la cima del poder e impuesta verticalmente, profetas como Amós denunciaron las prácticas corrientes de injusticia y proclamaron la justicia divina:

      Oíd esto los que explotáis a los menesterosos y arruináis a los pobres de la tierra, diciendo: ¿Cuándo pasará el mes, y venderemos el trigo; y la semana, y abriremos los graneros del pan, y achicaremos la medida, y subiremos el precio, y falsearemos con engaño la balanza, para comprar los pobres por dinero, y los necesitados por un par de zapatos, y venderemos los desechos del trigo? Jehová juró por la gloria de Jacob: No me olvidaré jamás de todas sus obras (Am 8.4–7).

      La denuncia pública de Miqueas de Moreset no fue menos enérgica que la denuncia pública de Amós el profeta de Tecoa. Miqueas constató, describió y denunció la realidad de injusticia que campeaba en sus días con estas palabras:

      Dije: Oíd ahora, príncipes de Jacob, y jefes de la casa de Israel: ¿No concierne a vosotros saber lo que es justo? Vosotros que aborrecéis lo bueno y amáis lo malo, que les quitáis su piel y su carne de sobre los huesos; que coméis asimismo la carne de mi pueblo, y les desolláis su piel de sobre ellos, y les quebrantáis los huesos y los rompéis como para el caldero, y como carnes en olla. Entonces clamaréis a Jehová, y no os responderá, antes esconderá de vosotros su rostro en aquel tiempo, por cuanto hicisteis malvadas obras […] Oíd ahora esto, jefes de la casa de Jacob, y capitanes de la casa de Israel, que abomináis el juicio, y pervertís todo el derecho; que edificáis a Sion con sangre, y a Jerusalén con injusticia. Sus jefes juzgan por cohecho, y sus sacerdotes enseñan por precio, y sus profetas adivinan por dinero; y se apoyan en Jehová, diciendo: ¿No está Jehová entre nosotros? No vendrá mal sobre nosotros. Por tanto, a causa de vosotros Sion será arada como campo, y Jerusalén vendrá a ser montones de ruinas, y el monte de la casa como cumbres de bosque (Mi 3.1–4, 9–12).

      La enérgica denuncia de los profetas indica que realidades innegables, como el paulatino abandono de la ley de Dios, tuvieron como correlato una cruda situación de inmoralidad e injusticia que afectó especialmente a los pobres y a los indefensos. La clase dirigente los condenó al ostracismo social, tratándoles como cosas descartables. En esa situación de desprecio por la vida humana, presentando a Dios como el protector de los pobres y de los indefensos, los profetas denunciaron la conducta social voraz y la religión hipócrita de la clase dirigente con estas palabras:

      ¡Ay de la ciudad rebelde y contaminada y opresora! No escuchó la voz, ni recibió la corrección, no confió en Jehová, no se acercó a su Dios. Sus príncipes en medio de ella son leones rugientes; sus jueces lobos nocturnos que no dejan hueso para la mañana. Sus profetas son livianos, hombres prevaricadores; sus sacerdotes contaminaron el santuario; falsearon la ley. Jehová en medio de ella es justo, no hará iniquidad; de mañana sacará a la luz su juicio, nunca faltará; (Sof 3.1–5).

      La denuncia pública de Habacuc tuvo la misma textura profética:

      ¡Ay del que codicia injusta ganancia para su casa, para poner en alto su nido, para escaparse del poder del mal! Tomaste consejo vergonzoso para tu casa, asolaste muchos pueblos, y has pecado contra tu vida. Porque la piedra clamará desde el muro, y la tabla del enmaderado le responderá. ¡Ay del que edifica la ciudad con sangre, y del que funda una ciudad con iniquidad! (Hab 2.9–12).

      Los profetas hebreos en su denuncia pública dibujaron y denunciaron el cuadro desgarrador de corrupción y violencia, explotación y degradación moral, acaparamiento de tierras y de alimentos, injusticia y cohecho, ruptura del derecho, economía abusiva, usura y cosificación del ser humano (Is 1.21–23; 3.14–15; 5.22–23; 10.1–2; Am 2.6–8; 4.1; 5.11–13, 12; Mi 3.1–12; 6.6–12; Hab 1.1–3; 2.6–12).

      Ese fue el contexto concreto de violencia y muerte en el que se encontraban los pobres y los indefensos de la sociedad, los vulnerables como las viudas, los huérfanos y los extranjeros. Dios no se quedó en silencio, no fue indiferente o insensible, no permaneció impasible ante la realidad de injusticia urdida desde los centros de poder político, religioso y económico. Dios habló y actuó. Habló y actuó porque la injusticia y la impunidad no forman parte de su propuesta de justicia y vida plena para todos. Hablar y actuar, antes que ser impasibles, complacientes, indiferentes o cómplices, ¿no debería ser también, actualmente, nuestra práctica personal y colectiva? ¿No tendría que expresarse así nuestra ciudadanía plena como creyentes en el Dios de la Vida que es justo y ama la justicia? ¿Deberíamos callar ante las injusticias, la explotación, la corrupción y el abuso de poder tan frecuentes en nuestros países?

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