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29.1–32

      Introducción

      Cumplió su ministerio profético inmerso en los eventos públicos de su tiempo. Cuando fue llamado para ser profeta habían ocurrido, en el antiguo Cercano Oriente, eventos sociales y políticos que rediseñaron el escenario político regional. El imperio asirio se había desintegrado, y Egipto y Babilonia, las dos potencias que emergieron en esa coyuntura histórica, luchaban entre sí por el predominio político regional. Jeremías fue testigo presencial de situaciones políticas críticas que culminaron con la derrota militar de Judá durante el reinado de Sedequías, la destrucción de Jerusalén y el desplazamiento forzado de cientos de judíos que fueron llevados cautivos a Babilonia (Jer 39.1–10, cf. Jer 52.1–30; 2Cr 36.11–21). Jeremías no fue llevado cautivo a Babilonia, y después de la destrucción de Jerusalén, continuó su ministerio profético entre sus compatriotas que no fueron condenados al exilio y que permanecieron en Jerusalén.

      Misión en un contexto de violencia

      En su carta a los exiliados en Babilonia, Jeremías se sitúa en el contexto histórico concreto (594 a.C.) y aborda directamente la situación de desplazamiento forzado y desarraigo violento en el que se encontraban sus compatriotas en Babilonia, el centro del imperio dominante de ese tiempo: “Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel a todos los de la cautividad que hice transportar de Jerusalén a Babilonia…” (Jer 29.4). Esta carta a los cautivos fue enviada desde Jerusalén (Jer 29.1) y en la misma, entre otros temas, se subraya la soberanía de Dios (“…que hice transportar de Jerusalén a Babilonia”), bajo cuya autoridad están las personas y los pueblos, incluso los pueblos paganos y los opresores.

      La carta a los cautivos confrontaba y desnudaba públicamente a los falsos profetas; así había hecho Jeremías con Hananías cuando le dijo “…Ahora oye, Hananías: Jehová no te envió, y tú has hecho confiar en mentira a este pueblo” (Jer 28.15). Estos falsos profetas, a diferencia de Jeremías, aseguraban que el cautiverio duraría dos años y que los judíos regresarían pronto a la tierra de la que fueron arrancados con violencia (Jer 28.1–2). En la carta a los cautivos, Jeremías precisó además lo siguiente sobre los falsos profetas:

      …así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: No os engañen vuestros profetas que están entre vosotros, ni vuestros adivinos; ni atendáis a los sueños que tengáis. Porque falsamente os profetizan ellos en mi nombre; no los envié, ha dicho Jehová (Jer 29.8–9).

      Las palabras de Jeremías iban a contracorriente de lo que afirmaban los falsos profetas que prometían que la liberación de la cautividad estaba cerca. Puede afirmarse entonces que Jeremías fue un profeta anti-sistema; es decir, un profeta que no acomodó su mensaje a las aspiraciones del pueblo cautivo, un profeta que no habló para congraciarse con las “masas” que anhelaban que termine el cautiverio para regresar a su terruño. Jeremías no fue como los falsos profetas que buscaban el aplauso de los cautivos, que afirmaban ser voceros autorizados de Dios y que le mentían a los cautivos en Babilonia, sembrando en ellos falsas esperanzas (Jer 29.8–9, 21, 31).

      ¿Cuál fue el mensaje de Jeremías a los cautivos en Babilonia? ¿Qué les planteó a los cautivos, como agenda de misión inmediata, en una realidad de desplazamiento forzado, desarraigo y violencia social y política? Además de distanciarse del mensaje de los falsos profetas y de confrontar su falso optimismo, Jeremías en su carta a los cautivos afirmó que Dios les encomendaba la siguiente agenda de misión:

      Edificad casas, y habitadlas; y plantad huertos, y comed del fruto de ellos. Casaos, y engendrad hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, y dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y multiplicaos ahí, y no os disminuyáis. Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz (Jer 29.5–7).

      Parece un contrasentido al amor y a la justicia de Dios lo que se les planteaba a los cautivos como agenda de misión para una realidad de crisis, desplazamiento forzado, desarraigo y violencia. Pero no era así. La cautividad duraría 70 años y, por esa razón, los cautivos tenían que responder a esa realidad asentándose en Babilonia y procurando la paz del pueblo que había arrasado con Jerusalén y asesinado y arrancado de su patria a cientos de personas y familias. Tenía que ser así, aunque se tratara de una realidad violenta y traumática, tal como describe el Salmo 137:

      Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos, y aún llorábamos, acordándonos de Sion. Sobre los sauces en medio de ella colgamos nuestras arpas. Y los que nos habían llevado cautivos nos pedían que cantásemos, y los que nos habían desolado nos pedían alegría, diciendo: Cantadnos algunos de los cantos de Sion. ¿Cómo cantaremos cántico de Jehová en tierra de extraños?… Hija de Babilonia la desolada, bienaventurado el que te diere el pago de lo que tú nos hiciste. Dichoso el que tomare y estrellare tus niños contra la peña (Sal 137.1–4, 8–9).

      Jeremías en su carta, como un mandato de parte de Dios, les pidió lo siguiente a los cautivos en Babilonia:

      En primer lugar, les pidió a los desplazados y desarraigados, que sean residentes. Las víctimas de la violencia de un desplazamiento forzada y de un desarraigo violento, aunque les resultase difícil en las condiciones sociales y políticas en las que se encontraban como cautivos en tierra extraña, tenían que aprender a orar por la paz y la estabilidad de la ciudad de sus victimarios. Esta demanda, por supuesto, no era ni es un mensaje popular: no produce aplausos, no genera ganancias personales, ni tiene la aprobación de quienes anhelan ser libres de toda opresión. Para nuestro caso, esta demanda misionera implica que tenemos que aprender a ejercer la ciudadanía plena en todos los campos de la vida humana, sabiendo que no siempre harán caso a nuestras demandas y que la injusticia institucionalizada frenará todos intento de cambiar la corrupción y la quiebra del derecho instalada en todos los frentes de la vida social y política. Aun así, conociendo esa realidad de injusticia, se tiene que ejercer responsablemente la ciudadanía plena. Como en el caso de los cautivos en Babilonia, hacerse residentes en tierra extraña no tenía como correlato la aceptación pasiva de la violencia de los opresores ni un llamado a la inacción o a la parálisis social. La esperanza en la liberación que Dios operaría en la historia tenía que jalonar toda la vida personal y pública. Hacerse residente constituía una forma de resistencia activa al poder de los opresores.

      En segundo lugar, les pidió a quienes fueron desplazados forzadamente que se conviertan en misioneros en una tierra extraña. Les pidió que se establezcan formando familias y que se preocupen por la paz de la ciudad en la cual se encontraban cautivos. La misión en esa realidad de desplazamiento forzado y desarraigo tenía una demanda o exigencia bastante clara y directa: “Y procurad la paz de la ciudad… rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz” (Jer 29.7). La construcción de la paz, como en

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