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horas a verlo. Confiemos en que poco a poco vaya recordando cosas.

      –El problema es que le repugna mi presencia –respondió Cal.

      –Me ha dicho que tiene miedo de usted. Por eso no lo invité a quedarse mientras estaba examinándola. Es una reacción natural. Para ella usted es un desconocido. La voy a dejar aquí esta noche bajo observación. Por la mañana, si después de hacerle las radiografías vemos que está bien, la enviaremos a casa. Por el momento, mi consejo es que la trate más como si fuera una hermana que como una esposa. Poco a poco vaya presentándole a su familia y a los amigos, pero sin asustarla por la pérdida de la memoria. No la fuerce. Se está protegiendo a sí misma. – Cal movió la cabeza–. No intente ningún contacto físico.

      –Ya lo intenté. La besé y ella no me respondió.

      –Un gesto natural por su parte, pero que explica su ansiedad. Hasta que recupere su memoria tiene que volver a tener confianza en usted. Ya sé que es una situación difícil, pero estoy casi seguro de que es algo temporal. Dentro de poco volverá a recuperar la memoria.

      Después se dirigió a Roman.

      –Tendremos que informar de lo del niño a la policía, pero si usted averigua algo, háganoslo saber.

      –Por supuesto. Espero tener algunas respuestas en pocas horas.

      –Muy bien. Los veré entonces más tarde. Los médicos me mantendrán informado del estado de su esposa. Si tienen algo que preguntarme no duden en llamarme.

      –Gracias, doctor Harkness.

      El doctor sonrió.

      –Es una mujer encantadora. Puedo entender sus temores. En estos momentos es cuando los votos del matrimonio tienen más significado.

      Cal se quedó ponderando las palabras del médico. Sabía que estaba compadeciéndose, pero nadie se podía poner en una situación como aquella a menos que le hubiera ocurrido.

      –¿Estás bien, Cal?

      La preocupación en la voz de Roman lo sacó de sus pensamientos.

      –No, pero lo tendré que estar en unos minutos, ¿no?

      La retórica de su pregunta no requería respuesta.

      –Después de oír al doctor Harkness, creo que será mejor que no vea a Diana hasta mañana o pasado. Creo que será mejor irse presentando a ella poco a poco.

      Roman cambió el peso de su cuerpo de pie y añadió:

      –Lo que me gustaría hacer ahora es decirle a alguna enfermera que saque sus cosas aquí, que le den cualquier excusa para que no se preocupe. Puede que así encuentre alguna pista. Por ahí es por donde tengo que empezar. Después me iré a mi despacho. A lo mejor allí, en su mesa, encuentro algo que nos dé otra pista. Sabemos que salió de casa para irse a trabajar esta mañana y que no mencionó que fuera a cuidar del niño de nadie. Yo creo que ese bebé lo puso alguien en su coche o…

      –¡O lo dejaron en la puerta del trabajo! –exclamó Cal–. Si hubiera estado en nuestra casa, o en el coche cuando estaba en el garaje, habría entrado a decírmelo.

      –También es posible que no mirase a la parte de atrás del coche hasta que llegó al trabajo.

      –Esa es otra posibilidad. Pero ella siempre cierra las puertas del coche con llave. Si lo hubieran dejado en el garaje tendrían que haber forzado incluso la cerradura de la puerta de entrada.

      –Sea como sea, lo que está claro es que al ver que el niño estaba amarillo se asustó y no pensó más que en llevarlo al hospital. Con las prisas seguro que se resbaló y se cayó.

      –¡Eso es, Roman! Esa tiene que ser la explicación.

      –En cuanto puedas saca todas sus cosas de la habitación. Todas. A ver si podemos averiguar algo.

      –Te debo una, Roman.

      –No te preocupes. Tú también me has ayudado en muchas ocasiones, sobre todo cuando estaba trabajando en el caso Brittany. Diana y tú me ayudasteis a mantener la cordura antes de convertirla en mi esposa. Nunca ha sido un secreto el aprecio que siento por Diana. Cuando los chicos de la agencia se enteren de lo que le ha ocurrido se van a poner muy tristes. Y sobre todo Britanny y Annabelle.

      –Lo sé. Las tres son como hermanas.

      –Se lo diré a todo el mundo. Vete con Diana y déjanos a nosotros que investiguemos.

      Cal le puso una mano a Roman en el hombro.

      –Espera aquí un momento. Le diré a alguien que saque sus cosas –encontró una auxiliar y le dijo lo que querían que sacara de la habitación donde estaba Diana.

      –En un momento se las traigo. El médico la va a trasladar a una habitación individual en el cuarto piso. Le diré que vamos a subir sus cosas a la habitación.

      –Perfecto.

      Al cabo de unos pocos minutos la auxiliar llegó con una bolsa de plástico donde estaban todas las pertenencias de Diana. Cal se las dio a Roman.

      –Espero que encuentres algo. Por el bien de Diana, cuanto antes se resuelva este misterio, mejor.

      –No te preocupes. Voy al coche por la caja. Uno de los chicos llevará después el coche a tu casa. En cuanto descubra algo te llamó al móvil.

      Cal asintió. No podía pedirle más. Miró cómo se iba su amigo Roman.

      Capítulo 2

      ENFERMERA?

      –¿Sí, señora Rawlins?

      –¿Podría llamarme Diana, por favor?

      –Claro, si tú me llamas Jane.

      –Muy bien, Jane. He oído al doctor Farr decir que mi hijo tiene cuatro días. No entiendo por qué no siento nada después de un parto. ¿Cómo es que no me ha subido la leche todavía?

      –Eso es algo que tendrás que preguntar al médico cuando venga a visitarte. No te preocupes. El niño está bien atendido.

      –¿Cuándo lo podré ver?

      –Tiene que estar bajo las luces hasta mañana, como mínimo.

      –¿Podrías llevarme hasta donde está para poderlo ver?

      –El médico ha dejado dicho que ahora lo que tienes que hacer es descansar y estar tranquila. Porque querrás ponerte bien, ¿no? Tu marido se ha ido a casa a traerte algo de ropa. Cuando vuelva si quieres hablas con él de esto. Pero si quieres puedes esperar hasta esta tarde, que venga el doctor Harkness. Quizá os deje a tu marido y a ti que vayáis a ver al niño. Todo depende de cómo esté.

      –Es que no entiendes, Jane. No recuerdo que ese hombre sea mi marido. Lo único que quiero es ver a mi hijo.

      –Lo sé. Pero querrás que se ponga bien, ¿no?

      –Claro.

      –Entonces intenta ser paciente. Ya sé que es difícil. Pero tienes que intentarlo. Además, tienes un poco de fiebre. Dentro de un ratito vengo a ponerte el termómetro otra vez.

      –¡No te vayas!

      La enfermera se acercó a la cama.

      –¿Qué es lo que te asusta?

      Diana se tapó la cara con las manos.

      –No lo sé. Todo.

      –Ya lo sé. Si yo no me pudiera acordar de mi pasado, estaría asustada también. Pero esto es algo temporal. Te acuerdas de que tenías el niño en brazos cuando te caíste. Eso significa que tienes algunos recuerdos. Sé un poco paciente.

      Levantó la cara llena de lágrimas.

      –Tienes razón. Incluso me acuerdo de que se llama Tyler.

      –Así

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