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¿Lo ha reconocido?

      –Todavía no –le respondió, soltando el aire que había retenido hasta aquel momento–. Pero ha llamado al niño Tyler –le explicó al médico el significado de aquel nombre.

      El médico le sonrió.

      –Eso es un buen síntoma. Parece que poco a poco va recuperando la memoria. Estoy seguro de que el doctor Harkness opinará lo mismo. Le diré que lo está esperando en cuanto quede libre.

      –Se lo agradezco. Sin embargo, hay otro problema. Diana está preocupada por el niño y quiere ver si está bien. Ya le he contado lo que le pasó en el último aborto que tuvo, por lo que no creo que sea una buena idea.

      –Entiendo sus preocupaciones, señor Rawlins. No quiere que se encariñe mucho con un niño que no es suyo. Pero, por otra parte, yo creo que es positivo no crearle más ansiedad en estos momentos. Si ver al niño la tranquiliza, puede que esa sea la mejor medicina para iniciar el proceso de curación.

      –¿Qué edad tiene el niño?

      –Yo creo que tres o cuatro días.

      ¡Tan pequeño!

      Cal sintió un escalofrío en todo el cuerpo. ¿De dónde había salido aquel niño? ¿Qué hacía Diana con él? Cada vez estaba más confuso.

      –¿Podría pedirle a alguien que le lleven al niño?

      –Tiene que estar en la incubadora. Pero veré lo que puedo hacer. Mientras tanto, vuelva con su esposa a ver si hablando con ella empieza a recordar algo.

      Cal asintió. Pero antes tenía que llamar a Roman.

      Porque estaba claro que aquel niño tenía que ser de alguien.

      Si Diana no recordaba nada en las siguientes horas, la policía empezaría a buscarlo. Seguro que a Roman se le ocurriría alguna forma de tratar aquel asunto de forma discreta.

      Porque era imposible que su mujer lo hubiera robado. Pero fuera cual fuera la explicación, seguro que no querría desprenderse de él, aunque recuperara la memoria.

      Aquel accidente había ocurrido poco después de su último aborto. Cuanto antes empezaran a buscar un niño para adoptar mejor.

      Buscó una habitación vacía desde donde pudiera hablar con su amigo en privado. Sacó el móvil y lo llamó.

      –¿Hola?

      –Roman, soy Cal.

      –¡Hola! Me alegro de que hayas llamado. Le estaba diciendo a Brittany que teníamos que vernos los cuatro este fin de semana. Por cierto, ¿dónde está la mejor ayudante que he tenido jamás? Me dijo que iba a llegar temprano.

      –Por eso te llamo. Estoy en el hospital. Diana está en urgencias. Se ha dado un golpe en la cabeza.

      –¿Qué?

      Cal cerró los ojos. Estaba demasiado afectado como para hablar.

      –No digas más. Voy para allá ahora mismo.

      –Gracias –le respondió Cal en un susurró y volvió a meterse el teléfono en el bolsillo. Porque lo que más necesitaba en aquel momento era un amigo a su lado. Se fue a la habitación donde estaba Diana.

      Había un médico examinándola. Cal se imaginó que sería el doctor Harkness. Con una mirada el médico le indicó que quería estar a solas con la paciente.

      Resistió como pudo sus deseos de decirle que él era el marido de Diana y que quería estar presente. Pero el doctor Harkness le había indicado con claridad que lo esperara en recepción.

      Incapaz de estar parado en un sitio, Cal decidió salir fuera a esperar a Roman. Tenía que respirar aire fresco, aire que no oliera a antiséptico. Cuando salía le preguntó a alguien que le enseñaran dónde se había caído su esposa.

      –¿La vio alguien caerse?

      –No que yo sepa, señor. Salimos y cuando entraba una ambulancia la vieron en el suelo. Tenía las pupilas dilatadas. No sabía dónde estaba y la metimos en urgencias.

      –Muy bien, gracias.

      Se fue hacia el coche de Diana. Había dejado las puertas sin cerrar con llave, algo que ella nunca hacía. Lo cual indicaba que se había dirigido tan deprisa a urgencias que ni siquiera se había parado a cerrarlas.

      De pronto vio una caja de cartón rectangular en los asientos de atrás. Abrió la puerta y alcanzó la caja. No había nada dentro, pero estaba forrada con tela de algodón.

      ¿Habría encontrado al niño en aquella caja?

      –¿Cal? –oyó que una voz familiar lo llamaba.

      Cal se dio la vuelta y vio a Roman de pie. Había llegado casi volando desde su oficina.

      –¿Qué ocurre?

      Le contó a su amigo todo.

      –Y lo más grave, Roman, es que no me reconoce.

      Le dio un golpe en la espalda.

      –Cuando estaba en la policía vi muchos accidentes como este. Su amnesia es temporal.

      Cal sintió un escalofrío.

      –No te puedes imaginar lo que es besar a tu mujer, mirarla a los ojos y ver que siente miedo y rechazo por ti.

      –No, no me lo imagino. Pero hace solo dos horas que ha tenido el accidente. Dale tiempo para que se recupere. Dentro de poco volverá a recordar. Mientras tanto, vamos a ver lo que hay en el coche que nos dé una pista de lo que ha podido pasar.

      Roman era la voz de la sensatez. Juntos buscaron en el interior del coche, pero no encontraron nada.

      –¿Has mirado en su bolso, o en su ropa?

      –No –le respondió Cal con voz ronca–. La reacción que tuvo me dejó la mente en blanco.

      –Bueno, vamos dentro a ver si podemos averiguar algo que ponga un poco de luz en todo esto.

      Cal asintió y los dos entraron en urgencias. El doctor Harkness los estaba esperando en recepción.

      Después de saludarse les dijo:

      –Según les ha dicho el doctor que la atendió, su esposa sufre de amnesia causada por el golpe que se ha dado en la cabeza. No parece que haya olvidado las cosas que hay a su alrededor. Por ejemplo, sabe que está en un hospital, sabe la hora, sumar y cosas de esa índole. Pero no recuerda nada de su pasado. Pero poco a poco irá recordando.

      –¿Cuánto va a tardar, doctor?

      –Nadie puede responder esa pregunta. Tendrá que ser paciente. Mi consejo es que no la fuerce. Su mente parece que no quiere recordar. ¿Le ha ocurrido algo hace poco que haya supuesto un trauma para ella?

      Cal empezó a asentir.

      –Ha tenido tres abortos seguidos. El más reciente ha sido un golpe muy duro para los dos. Desde entonces, Diana ha estado obsesionada con la idea de volver a quedarse embarazada y tener un niño. Quiso tener un hijo desde que nos casamos.

      –Esa puede ser una razón por la que no quiere recordar, señor Rawlins. El doctor Farr me ha dicho que el niño que llevaba en sus brazos no era suyo y que no sabe de quién puede ser.

      –No. Roman es el jefe de una agencia de detectives y va a investigar el caso.

      –Muy bien –respondió el médico–. Pero creo que se habrá dado cuenta de que ella piensa que el niño es suyo.

      –Sí. Y eso es lo que me preocupa.

      –Le aseguro que a mí también. El doctor Farr me ha dicho que usted no quiere que vuelva a ver al niño. Y yo he de confesar que soy de la misma opinión. Pero también veo el punto de vista de mi colega. El niño puede tranquilizarla y hacerla perder el miedo. Está muy asustada de no poder recordar nada. Parece que ese niño es el único nexo de unión con el presente.

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