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se acercaron, el mago acababa de terminar su truco y recibía expresiones de asombro y aplausos. Luego, cuando la muchedumbre se dispersó, se volvió hacia ellos.

      –Bienvenidos, gente de bien. Gracias por estar aquí en esta hermosa tarde. Qué lindo día. Pero dime, pequeña dama, ¿no tienes frío?

      Le hizo señas a Madison para que se acercara.

      –¿Frío? ¿Yo? No.

      Dio un paso adelante con una media sonrisa, entre divertida y precavida.

      Él tendió las manos vacías, luego se adelantó y aplaudió cerca de la cabeza de Madison.

      Ella dio un grito ahogado. Él bajó las manos ahuecadas, en las que escondía un muñeco de nieve de juguete.

      –¿Cómo lo hiciste? —le preguntó ella.

      Él le extendió el juguete.

      –Estuvo sobre tu hombro todo este tiempo, viajando contigo —le explicó, y Madison rió incrédula y fascinada.

      –Ahora veamos qué tan veloces son sus ojos. Así es como funciona. Ustedes me apuestan a mí la cantidad de dinero que quieran, mientras mezclo cuatro cartas. Si adivinan en dónde está la reina, duplican su dinero. De lo contrario, se marcharán con las manos vacías. Entonces, ¿les gustaría apostar?

      –¡Yo apostaré! ¿Me puedes dar dinero? —preguntó Dylan.

      –Claro que sí. ¿Cuánto quieres perder?

      Cassie hurgó en el bolsillo de su chaqueta.

      –Quiero perder cinco libras, por favor. O ganar diez, por supuesto.

      Consciente de que se estaba juntando una muchedumbre detrás de ella, Cassie le entregó el dinero a Dylan y él se lo entregó al mago.

      –Esto debería ser fácil para ti, joven caballero, veo que tienes un ojo rápido, pero recuerda, la reina es una dama astuta y ha ganado muchas batallas. Observa atentamente mientras reparto cuatro cartas. Ves, las estoy colocando boca arriba para total transparencia. Esto es demasiado fácil. Es como regalar el dinero. La reina de corazones, el as de picas, el nueve de bastos y la jota de diamantes. Después de todo, es como lo que dicen del matrimonio, empieza con corazones y diamantes pero al final todo lo que necesitas es una pica y un basto.

      El público estalló en carcajadas.

      La alusión del mago a un matrimonio que no funcionaba hizo que Cassie mirara nerviosamente a los niños, pero Madison parecía no haber entendido el chiste, y Dylan tenía toda su atención en las cartas.

      –Ahora las doy vuelta.

      Colocó las cartas boca abajo una por una.

      –Y ahora las mezclo.

      Rápidamente, pero no demasiado, mezcló las cuatro cartas. Era difícil de seguir, pero cuando se detuvo, Cassie estaba bastante segura de que la reina estaba en el extremo derecho.

      –¿En dónde está nuestra señora reina? —preguntó el mago.

      Dylan hizo una pausa y luego señaló a la carta que estaba a la derecha.

      –¿Estás seguro, joven?

      –Estoy seguro —asintió Dylan.

      –Tienes una oportunidad para cambiar de opinión.

      –No, me quedo con esa. Tiene que estar ahí.

      –Tiene que estar ahí. Bueno, veamos si la reina está de acuerdo o si uno de sus consortes la ha secuestrado para ocultarla.

      Dio vuelta la carta y Dylan se quejó ruidosamente.

      Era la jota de diamantes.

      –Diablos —dijo él.

      –La jota. Siempre dispuesta a cubrir a la reina. Leal hasta el final. Pero nuestra reina de corazones, el emblema del amor, aún nos elude.

      –Entonces, ¿en dónde está la reina?

      –Ciertamente, ¿en dónde?

      Cassie había notado, mientras mezclaba las cartas, que había una que no había tocado, la que estaba en el extremo izquierdo. Ese era el as de picas.

      –Creo que está ahí —adivinó, señalando esa carta.

      –Ah, así que aquí tenemos a una dama inteligente que señala a la única carta que sabe que no es posible que sea. ¿Pero saben qué? Los milagros ocurren.

      Con un ademán dio vuelta la carta, y allí estaba la reina.

      Risas y aplausos resonaron por toda la plaza y Cassie se llenó de emoción al chocar los cinco con Dylan y Madison.

      –Qué lástima que no apostó, mi señora. Sería más rica ahora, pero así son las cosas. ¿Quién necesita dinero cuando el amor te ha escogido?

      Cassie sintió que se le enrojecían las mejillas. Ojalá, pensó.

      –Como recuerdo, te puedes quedar con la carta.

      La colocó en una bolsa de papel y la cerró con un adhesivo antes de entregársela a Cassie, quien la colocó en el bolsillo lateral de su bolso.

      –Me pregunto qué habría pasado si hubiese elegido esa carta —comentó Dylan mientras se alejaban.

      –Estoy segura de que hubiese sido la jota de diamantes —dijo Cassie—. Así es como hace dinero, cambiando las cartas cuando la gente apuesta.

      –Sus manos eran tan ágiles —dijo Dylan, sacudiendo la cabeza.

      –Deben ser buenos por naturaleza y además entrenar durante muchos años —supuso Cassie.

      –Supongo que tienen que hacerlo —coincidió Dylan, al tiempo que llegaban a la parada de autobús.

      –También está la distracción, pero no estoy segura de cómo se aplica cuando hay cuarto cartas tan juntas entre sí. Pero de alguna manera debe funcionar.

      –Bueno, practiquemos. Intenta distraerme, Cassie —le pidió Madison.

      –Lo haré, pero viene el autobús. Subámonos primero.

      Madison se volteó a mirar, y mientras estaba distraída Cassie le robó la manzana acaramelada del bolsillo de su chaqueta.

      –¡Oye! ¿Qué hiciste? Sentí algo. Y no viene el autobús.

      Madison se volvió, vio que Dylan estallaba de risa, hizo una pausa mientras recordaba lo que había ocurrido y comenzó a reírse.

      –¡Me engañaste!

      –No siempre es fácil. Simplemente tuve suerte.

      –Viene el autobús, Madison —dijo Dylan.

      –No voy a mirar. No puedes engañarme dos veces.

      Aún resoplando de risa, se cruzó de brazos.

      –Entonces te quedarás atrás —le dijo Dylan, mientras el pulcro autobús rural de un piso se detenía en la parada.

      Durante el breve viaje a casa, todos hicieron lo imposible para distraer al otro. Cuando llegaron a su parada, a Cassie le dolía el estómago de tanto reírse y estaba feliz de que el día hubiese sido un éxito.

      Mientras abrían la cerradura de la puerta de entrada, le vibró el celular. Era un mensaje de Ryan, diciéndole que llevaría pizza para la cena, y si había algún condimento que no le gustara.

      Ella respondió: “Soy fácil, gracias”, y entonces se dio cuenta de las connotaciones cuando estaba a punto de presionar “Enviar”.

      Tenía el rostro acalorado mientras borraba el mensaje y lo remplazaba con: “Cualquier condimento está bien. Gracias”.

      Un minuto después su teléfono volvió a vibrar y ella lo tomó, ansiosa por leer el próximo mensaje de Ryan.

      Este mensaje no era de él. Era de Renee, una de sus viejas amigas de la escuela de Estados Unidos.

      “Oye, Cassie, alguien estuvo preguntando por ti esta mañana. Una mujer que llamó desde Francia. Estaba intentando

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