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aún más horrorizada de que esa tienda pertenecía a una amistad de la familia. ¡La dueña incluso les había ofrecido llevarlos al pueblo! No se debe robar a alguien que ofrece llevarte. Bueno, no se debe robar a nadie, pero menos a una mujer que se había ofrecido a ayudar generosamente esa misma mañana.

      –Vayamos a sentarnos.

      Había un salón de té a su izquierda que parecía lleno, pero vio que una pareja se levantaba de una mesa cerrada y se apresuró con los niños a la puerta.

      Un minuto después, estaban sentados en el cálido interior con un delicioso aroma a café y a pasteles crujientes y mantecosos.

      Cassie miró el menú sintiéndose inútil, porque cada segundo que pasaba les demostraba a los niños que no sabía cómo manejar la situación.

      En el mejor de los casos, supuso que tendría que obligar a Dylan a volver y pagar lo que había tomado, pero ¿qué pasaba si se negaba? Tampoco tenía claro cuáles eran las sanciones por hurto aquí en el Reino Unido. Podía terminar en problemas si las políticas de la tienda establecían que la vendedora tenía que informar a la policía.

      Luego, Cassie pensó en la cronología de los hechos y se dio cuenta de que podía haber otro punto de vista.

      Recordó que Madison había mencionado que habían asado castañas con su madre justo antes de que Dylan robara los dulces. Quizás ese niño callado había escuchado a su hermana y eso le había recordado el trauma por el que la familia había pasado.

      Podría haber expresado sus emociones reprimidas con respecto al divorcio al hacer algo prohibido de forma intencionada. Cuanto más lo pensaba, más sentido tenía.

      En cuyo caso, sería mejor manejarlo de manera más delicada.

      Observó rápidamente a Dylan, que hojeaba el menú y parecía totalmente despreocupado.

      Madison también parecía haber superado su arrebato de furia. Parecía satisfecha con el modo en que el asunto había sido manejado, luego de rechazar el dulce robado y decirle a Dylan lo que pensaba. Ahora estaba concentrada leyendo las descripciones de la amplia variedad de batidos.

      –Bueno —dijo Cassie—, Dylan, entrégame todos los dulces que robaste. Vacía tus bolsillos.

      Dylan hurgó en su chaqueta y sacó cuatro bastones y un paquete de delicias turcas.

      Cassie observó el pequeño montón.

      No se había robado mucho. Este no era un robo a gran escala. El problema era que él los había robado y que no pensaba que fuese algo malo.

      –Voy a confiscar esos dulces porque no está bien tomar algo sin pagar. La vendedora puede estar en problemas si el dinero de la caja no coincide con las existencias. Y tú podrías haber terminado con un problema mayor. Todas esas tiendas tienen cámaras.

      –Está bien —dijo él con aburrimiento.

      –Voy a tener que contárselo a tu padre, y veremos qué decide hacer él. Por favor, no vuelvas a hacer esto, no importa si estás intentando ayudar, o si crees que el mundo es injusto contigo, o si estás triste por problemas familiares. Eso podría tener serias consecuencias. ¿Entiendes?

      Tomó los dulces y los guardó en su bolso.

      Observó a los niños y vio que Madison, que no necesitaba la advertencia, parecía bastante más preocupada que Dylan. Él la miraba de una forma que solo podía interpretar como desconcierto. Apenas asintió, y ella supuso que eso era todo lo que iba a conseguir.

      Había hecho lo que había podido. Todo lo que podía hacer ahora era informarle a Ryan y dejar que él prosiguiera.

      –¿Estás pensando en un batido, Madison? —Le preguntó.

      –El chocolate no falla —le aconsejó Dylan, y así de golpe la tensión se disipó y volvieron a la normalidad.

      Cassie sentía un alivio desmesurado por haber podido manejar la situación. Se dio cuenta de que le temblaban las manos, y las escondió debajo de la mesa para que los niños no lo notaran.

      Siempre había evitado las peleas, porque le traía recuerdos de las veces en las que había sido una participante involuntaria e inútil. Recordaba escenas fragmentadas de rugidos y gritos de rabia pura. Cuando había platos rotos, se escondía debajo de la mesa del comedor y sentía que los fragmentos le lastimaban las manos y el rostro.

      En cualquier pelea, si tenía la oportunidad, terminaba haciendo lo equivalente a esconderse.

      Ahora estaba contenta por haber logrado reafirmar su autoridad con tranquilidad, pero también con firmeza, y por que el día no hubiese resultado un desastre.

      La encargada del salón de té se apresuró a tomar sus pedidos y Cassie cayó en la cuenta de lo pequeño que era el pueblo, porque ella también conocía a la familia.

      –Hola Dylan y Madison. ¿Cómo están sus padres?

      Cassie se avergonzó al darse cuenta de que obviamente la encargada no sabía las últimas novedades, y ella no había hablado con Ryan acerca de lo que debía decir. Mientras ella titubeaba buscando las palabras correctas, Dylan habló.

      –Están bien, gracias Martha.

      Cassie se sintió agradecida por la breve respuesta de Dylan, aunque la sorprendió la normalidad con que lo había dicho. Había pensado que él y Madison estarían tristes por la mención de sus padres. Quizás Ryan les había dicho que no lo dijeran si la gente no lo sabía. Decidió que probablemente esa era la razón, ya que la mujer parecía tener prisa y la pregunta había sido una mera formalidad.

      –Hola, Martha. Soy Cassie Vale —dijo ella.

      –Tienes acento estadounidense. ¿Trabajas para los Ellis?

      Cassie volvió a avergonzarse por la mención en plural.

      –Solo doy una mano —dijo, recordando que a pesar del acuerdo informal con Ryan, tenía que ser precavida.

      –Es tan difícil encontrar la ayuda adecuada. En este momento estamos con escasez de personal. Ayer deportaron a una de nuestras meseras por no tener la documentación necesaria.

      Echó un vistazo a Cassie, quien bajó la mirada rápidamente. ¿Qué había querido decir la mujer? ¿Sospechaba por el acento de Cassie que ella no tenía una visa de trabajo?

      ¿Era una pista de que las autoridades de la zona estaban tomando medidas drásticas?

      Ella y los niños ordenaron rápidamente y, para alivio de Cassie, la encargada se alejó apresuradamente.

      Un momento después, una mesera con apariencia estresada y evidentemente lugareña les trajo pasteles y papas fritas.

      Cassie no quería entretenerse con la comida y arriesgarse a otra charla mientras el restaurante se estaba vaciando. En cuanto terminaron, se dirigió al mostrador y pagó.

      Dejaron el salón de té y caminaron por el mismo camino que habían venido. Se detuvieron en una tienda de mascotas en donde compró comida para los peces de Dylan, quien le dijo que se llamaban Orange y Lemon, y una bolsa con lecho para su conejo, Benjamin Bunny.

      Cuando se dirigían hacia la parada de autobús, Cassie escuchó música y vio que un grupo de gente se había reunido en la plaza empedrada del pueblo.

      –¿Qué crees que van a hacer?

      Madison notó la actividad al mismo tiempo en que Cassie se volteó a mirar.

      –¿Podemos echar un vistazo, Cassie? —le preguntó Dylan.

      Cruzaron la calle para descubrir que había un espectáculo emergente en curso.

      En la esquina norte de la plaza había una banda con tres músicos tocando en vivo. En la esquina opuesta, un artista hacía animales con globos. Ya se había formado una fila de padres con niños pequeños.

      En el centro, un mago vestido formalmente, con un traje elegante y un sombrero de copa, hacía trucos.

      –Oh, vaya. Me encantan los trucos de magia —susurró Madison.

      –A

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