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sacados a luz los tesoros de la verdad que por tanto tiempo ocultaron aquellos que querían elevarse a sí mismos sobre Dios.

      Trabajando con paciencia y tenacidad dentro de las profundas y obscuras cavernas de la tierra, alumbrándose con antorchas, escribían las Sagradas Escrituras, versículo por versículo, y capítulo por capítulo. De este modo se proseguía el trabajo y la Palabra revelada de Dios brillaba como oro puro; sólo los que estaban comprometidos en la obra podían darse cuenta de que aquélla brillaba más pura y más radiante y bella por las grandes pruebas que sufrían ellos. Ángeles del cielo rodeaban a tan fieles servidores.

      Satanás había incitado a los sacerdotes del papa a que sepultaran la Palabra de verdad bajo los escombros del error, la herejía y la superstición; pero conservó ésta de un modo maravilloso su pureza a través de todas las edades tenebrosas. Llevaba impresa no la marca del hombre sino el sello de Dios. Incansables han sido los esfuerzos del hombre para obscurecer la sencillez y claridad de las Santas Escrituras y para hacerlas estar en pugna con su propio testimonio, pero a semejanza del arca que flotó sobre las olas agitadas y profundas, la Palabra de YAHWEH sosiega las tempestades que amenazan destruirla. Así como las minas tienen ricas vetas de oro y plata ocultas bajo la superficie de la tierra, de manera que todo el que quiere hallar el precioso depósito debe forzosamente cavar para encontrarlo, así las Sagradas Escrituras tienen tesoros de verdad que no son revelados más que a aquellos que los buscan con sinceridad, humildad y abnegación. Dios se había propuesto hacer de la Biblia fuese un libro de instrucción para toda la humanidad en la niñez, en la juventud y en la edad adulta, y que fuese estudiada en todo tiempo. Él dio su Palabra a los hombres como una revelación de él mismo. Cada verdad que vamos descubriendo es una nueva revelación del carácter de su Autor. El estudio de las Sagradas Escrituras es el medio divinamente instituído para poner a los hombres en comunión más estrecha con su Creador y para darles a conocer más claramente su voluntad. Es el medio de comunicación entre YAHWEH y el hombre.

      A la vez que los valdenses consideraban el temor de YAHWEH como el principio de la sabiduría, no dejaban de ver lo importante que es el contacto con el mundo, el conicimiento de los hombres y de la vida activa para el desarrollo de la inteligencia y para despertar las percepciones. De sus escuelas en las montañas enviaban algunos jóvenes a las instituciones de enseñanza de las ciudades de Francia e Italia, en donde encontraban un campo más vasto para estudiar, pensar y observar, que el que encontraban en los Alpes de su tierra. Los jóvenes que eran enviados estaban expuestos a las tentaciones, presenciaban de cerca los vicios y tropezaban con los astutos agentes de Satanás que les insinuaban las herejías más sutiles y los más peligrosos engaños. Pero en la niñez habían recibido una sólida educación que los preparara convenientemente para hacer frente a todo esto.

      En las escuelas adonde iban no debían intimar con nadie. Su ropa estaba confeccionada de tal modo que podía muy bien ocultar el más grande de los tesoros, - los preciosos manuscritos de las Sagradas Escrituras. Estos, que eran el fruto de meses y años de trabajo, los llevaban consigo, y, siempre que podían hacerlo sin despertar sospecha, ponían cautelosamente alguna porción de la Biblia al alcance de aquellos cuyos corazónes parecían estar listos para recibir la verdad. La juventud valdense había sido educada con tal objeto desde el regazo de la madre; comprendía su obra y la desempeñaba con fidelidad. En estas instituciones de enseñanza se ganaban convertidos a la verdadera fe, y con frecuencia se veía que sus principios habían penetrado toda la escuela; con todo, los jefes papistas no podían encontrar, ni aun apelando a minuciosa investigación, la fuente de lo que ellos llamaban herejía corruptora.

      El espíritu del Mesías es un espíritu propagandista [misionero]. El primer impulso del corazón regenerado es el de traer a otros también al Salvador. Tal era el espíritu de los cristianos valdenses. Comprendieron que Dios no requería de ellos tan sólo que conservaran la verdad en su pureza en sus propias greyes {asambleas}, sino que hicieran honor a la solemne responsabilidad de hacer que su luz iluminara a los que estaban en tinieblas. Procuraron con el gran poder de la Palabra de YAHWEH destrozar el yugo que Roma había sido impuesto. Los ministros valdenses eran educados como misioneros, y a todos los que pensaban dedicarse al ministerio se les exigía primero que adquiriesen experiencia como evangelistas. Todos debían servir tres años en algun campo de misión antes de encargarse de alguna grey {asamblei} en la suya. Este servicio, que desde el principio requería abnegación y sacrificio, era una preparación adecuada para la vida que los pastores llevaban en aquellos tiempos de prueba. Los jóvenes que eran ordenados para el sagrado ministerio no veían en perspectiva ni riquezas ni gloria terrenales, sino una vida de trabajo y peligro y quizás el martirio. Los misioneros salían de dos en dos como Yahshua se lo mandara a sus discípulos. Casi siempre se asociaba a un joven con un hombre de edad madura y de experiencia, que le servía de guía y de compañero y que se hacía responsable de su educación, exigiéndose del joven que fuera sumiso a la enseñanza. Ambos no siempre andaban juntos, pero con frecuencia se reunían para orar y conferenciar, y de este modo se fortalecían uno a otro en la fe.

      Dar a conocer el objeto de su misión hubiera bastado para asegurar su fracaso. Así que ocultaban cuidadosamente su verdadero carácter. Cada ministro sabía algún oficio o profesión, y los misioneros llevaban a cabo su trabajo ocultándose bajo las apariencias de una vocación secular. Generalmente escogían el oficio de comerciantes o buhoneros. "Traficaban en sedas, joyas y en otros artículos que en aquellos tiempos no era fácil conseguir, a no ser en distantes emporios, y se les daba la bienvenida como comerciantes allí donde se les habría despachado a puntapiés como misioneros."( Wylie, libro I, cap. 7.) En semejantes circunstancias elevaban siempre su corazón a Dios pidiéndole sabiduría para poder exhibir a las gentes un tesoro más precioso que el oro y que las joyas que vendían. Llevaban siempre ocultos varios ejemplares de la Biblia entera, o porciones de ella, y siempre que se presentaba la oportunidad llamaban la atención de sus parroquianos sobre dichos manuscritos. Con frecuencia despertaban así el interés por la lectura de la Palabra de YAHWEH y con gusto dejaban algunas porciones de ella a los que deseaban tenerlas.

      La obra de estos misioneros empezó al pie de sus montañas, en las llanuras y valles que los rodeaban, pero se extendió mucho más allá de esos límites. Descalzos y con ropa tosca y desgarrada por las asperezas del camino, como la de su Maestro, pasaban por grandes ciudades y se internaban en lejanas tierras. En todas partes esparcían la preciosa semilla. Se levantaban greyes {asambleas} por donde quiera que ellos iban, y la sangre de los mártires daba testimonio de la verdad. El día de Dios pondrá de manifiesto una rica cosecha de almas segada por aquellos hombres tan fieles. A escondidas y en silencio la Palabra de YAHWEH se abría paso por la cristiandad y encontraba buena acogida en los hogares y en los corazones de los hombres.

      Para los valdenses las Sagradas Escrituras no eran una mera comprobación del trato que Dios tuvo con los hombres en lo pasado y una revelación de las responsabilidades y deberes de lo presente, sino una manifestación de los peligros y glorias de lo porvenir. Creían que no distaba mucho el fin de todas las cosas, y al estudiar la Biblia con oración y lágrimas, quedaban más impresionados con sus preciosas enseñanzas y con la obligación que tenían de dar a conocer a otros sus verdades. Veían claramente revelado en las páginas sagradas el plan de la salvación, y hallaban consuelo, esperanza y paz, creyendo en Yahshua. A medida que la luz iluminaba su entendimiento y alegraba sus corazones, deseaban con ansia ver derramarse sus rayos sobre aquellos que se hallaban en la obscuridad del error papal.

      Veían que la gente guiada por el papa y los sacerdotes, se esforzaban en vano por obtener el perdón mediante las mortificaciones impuestas a sus cuerpos por el pecado de sus almas. Enseñados a confiar en sus buenas obras para su salvación, se fijaban siempre en sí mismos, pensando continuamente en lo pecaminoso de su condición, viéndose expuestos a la ira de Dios, afligiendo su cuerpo y su alma sin encontrar alivio. Así es como las doctrinas de Roma tenían sujetas a las almas concienzudas. Millares abandonaban amigos y parientes y pasaban

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