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âge" (París, 1845), pág. 717.

      Respecto a la fecha de las Decretales Pseudo-Isidoranas, véase Mosheim, "Historiae Ecclesiasticas," Léipsig, 1755 ("Histoire Ecclésiastique," Maestricht, 1776), lib. 3, sig. 9, parte 2, cap. 2, sec. 8. El sabio historiador católico, el abate Fleury en su "Histoire Ecclésiastique" (dis. 4, sec. 1), dice de dichas decretales, que "salieron a luz cerca de a fines del siglo octavo." Fleury, que escribió cerca de a fines del siglo diez y siete, dice además que esas "falsas decretales pasaron por verdaderas durante ochocientos años; y apenas fueron abandonadas el siglo pasado. Verdad es que actualmente no hay nadie, un tanto al corriente de estas materias, que no reconozea la falsedad de dichas decretales." - Fleury, "Histoire Ecclésiastique," tom. 9, pág. 446 (París, 1742).Véase además Gibbon, "Histoire de la Décadence et de la Chute de l'Empire Romain," cap. 49, pár. 16 (París, 1828, tom. IX, págs. 319-323).

      Los pocos fieles que construyeron sobre el cimiento verdadero (1Corintios 3:10, 11) estaban perplejos y sin poder hacer nada, toda vez que los escombros de las falsas doctrinas entorpecían el trabajo. Como los constructores de los muros de Jerusalén en tiempo de Nehemías, algunos estaban por exclamar: "¡Las fuerzas de los acarreadores se han enflaquecido, y el escombro es mucho, y no podemos edificar el muro!" (Nehemías 4:10.) Debilitados por el constante esfuerzo que hacían contra la persecución, el engaño, la iniquidad y todos los demás obstáculos que Satanás inventara para detener su avance, algunos de los que habían sido fieles edificadores llegaron a desanimarse; y por amor a la paz y a la seguridad de sus propiedades y de sus vidas se apartaron del fundamento verdadero. Otros, sin dejarse desalentar por la oposición de sus enemigos, declararon sin temor: "¡No temáis delante de ellos! ¡Acordaos de YAHWEH grande y terrible!" (Nehemías 4:14), y cada uno de los que trabajaban tenía la espada ceñida allomo. (Efesios 6:17.)

      En todo tiempo el mismo espíritu de odio y de oposición a la verdad es el que ha inspirado a los enemigos de Dios, y la misma vigilancia y fidelidad ha sido necesaria a sus siervos. Las palabras del Mesías a sus primeros discípulos se aplicarán a todos sus discípulos hasta el fin de los tiempos: "Y las cosas que a vosotros digo, a todos las digo: ¡Velad!" (S. Marcos 13:37.)

      Las tinieblas parecían hacerse más densas. La adoración de las imágenes vino a hacerse más general. Se les encendían velas y se les ofrecían oraciones. Llegaron a prevalecer las costumbres más absurdas y supersticiosas. Los espíritus estaban tan completamente dominados por la superstición, que la razón misma parecía haber perdido su poder. Mientras los sacerdotes y los obispos sensuales y corrompidos se entregaban a los placeres, sólo podía esperarse del pueblo que acudía a ellos en busca de dirección, que siguiera sumido en la ignorancia y en los vicios.

      Las pretensiones papales dieron otro paso más cuando en el siglo XI el papa Gregorio VII proclamó la perfección de la iglesia romana. Entre las proposiciones que él expuso había una que declaraba que la iglesia no había errado nunca ni podía errar, según las Santas Escrituras. Pero las pruebas de la Escritura faltaban para apoyar la tal declaración. El altivo pontífice reclamaba además para sí el derecho de deponer emperadores, y declaraba que ninguna sentencia pronunciada por él podía ser revocada por hombre alguno, pero que él tenía la prerrogativa de revocar las decisiones de todos los demás. (Véase el Apéndice.)

      EL Apéndice: DICTADOS DE HILDEBRANDO (GREGORIA VII). - Véase Baronio (cardenal C.), "Annales Ecclesiastici," An. 1076 (edición de Luca, 1745, tomo 17, págs. 430, 431). Una copia de los "Dictados" originales se encuentra también en Gieseler, "Lehrbuch der Kirchengeschichte," período 3, div. 3, cap. 1, sec. 47, nota c (3a, ed., Bonn, 1832, tom. II B, págs. 6-8).

      El modo en que trató al emperador alemán Enrique IV nos pinta a lo vivo el carácter tiránico de este abogado de la infalibilidad papal. Por haber intentado desobedecer la autoridad papal, dicho monarca fue excomulgado y destronado. Aterrorizado ante la deserción de sus propios príncipes que por orden papal fueron instigados a rebelarse contra él, Enrique no tuvo más remedio que hacer las paces con Roma. Acompañado de su esposa y de un fiel sirviente, cruzó los Alpes en pleno invierno para humillarse ante el papa. Habiendo llegado al castillo donde Gregorio se había retirado, fue conducido, despojado de sus guardas, a un patio exterior, y allí, en el crudo frío del invierno, con la cabeza descubierta, los pies descalzos y miserablemente vestido, esperó el permiso del papa para llegar a su presencia. Sólo después de haber pasado así tres días, ayunando y haciendo confesión, condescendió el pontífice en perdonarle. Y aun entonces fuéle concedida esa gracia con la condición de que el emperador esperaría la venia del papa antes de reasumir las insignias reales o de ejercer su poder. Y Gregorio envanecido con su triunfo se enorgullecía del deber que tenía de abatir la soberbia de los reyes.

      ¡Cuán notable es el contraste entre el despótico orgullo de tan altivo pontífice y la mansedumbre y humildad del Mesías que se presenta a sí mismo como llamando a la puerta del corazón para ser admitido en él y traer perdón y paz, y que además enseñó a sus discípulos que: "Y quién allí quiera ser el más distinguido, que sea vuestro siervo"! (S. Mateo 20:27.)

      Los siglos que se sucedieron presenciaron un constante aumento del error en las doctrinas sostenidas por Roma. Aun antes del establecimiento del papado, habíanse tomado en consideración las enseñanzas de los filósofos paganos, las cuales ejercían influencia dentro de la iglesia. Muchos que profesaban ser convertidos se antenían aún a los dogmas de su filosofía pagana, y no sólo seguían estudiándolos ellos mismos sino que inducían a otros a que los estudiaran también a fin de extender su influencia entre los paganos. Graves errores se introdujeron de ese modo en la fe cristiana. Uno de los principales fue la creencia en la inmortalidad natural del hombre y en su estado consciente después de la muerte. Esta doctrina fue la base sobre la cual Roma estableció la invocación de los santos y la adoración de la virgen María. De aquí se derivó también la herejía del tormento eterno para los que mueren impenitentes, herejía que muy pronto figuró en el credo papal.

      De este modo se preparó el camino para la introducción de otra invención del paganismo, la del purgatorio, como Roma la llama, y de la que se valió para aterrorizar a las muchedumbres crédulas y supersticiosas. Con esta herejía Roma afirma la existencia de un lugar de tormento, en el que las almas de los que no han merecido eterna condenación han de ser castigadas por sus pecados, y de donde, una vez limpiadas de impureza, son admitidas en el cielo. (Véase el Apéndice.)

      EL Apéndice: PURGATORIA. - "La doctrina católica, tal cual la expuso en el concilio de Trento, es que los que salen de vida en gracia y caridad, pero no obstante, deudores de las penas que la divina justicia se reservó, las padecen en la otra vida. Esto es lo que se nos propone creer acerca de las almas detenidas en el purgatorio," - Art. Purgatoria, en el Diccionario Enciclopédico Hisp.-Amer.

      "El Concilio (tridentino) enseña: 1.° Que después de la remisión de la culpa y de la pena eterna, queda un reato de pena temporal. 2.° Que si no se ha satisfecho en esta vida debe satisfacerse en el purgatorio. 3.° Que las oraciones y buenas obras de los vivos son útiles a los difuntos para aliviar y abreviar sus penas. 4.° Quel es sacrificio de la misa es propciatorio y aprovecha a los vivos lo mismo que a los difuntos en el purgatorio." - Art. Purgatorio, en el Diccionario de ciencias eclesiásticas por Perujo y Angulo (Barcelona, 1883-1890).

      Una impostura más necesitaba Roma para aprovecharse de los temores y de los vicios de sus adherentes. Fue ésta la doctrina de las indulgencias. A todos los que se alistasen en las guerras del pontífice emprendidas para extender su dominio temporal, castigar a sus enemigos o exterminar a aquellos que se atreviesen a negar su supremacía espiritual, se concedía plena remisión de los pecados pasados, presentes y futuros, y la condonación de todas las penas y castigos merecidos. Se enseñó también al pueblo que por medio de pagos hechos

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