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temporal de la simultaneidad, por ejemplo, Alicia, en sus maravillas “a la vez no crece sin empequeñecer y a la inversa”. Tal es la simultaneidad de un devenir cuya propiedad es esquivar el presente. En la medida en que se esquiva el presente, el devenir no soporta la separación ni la distinción entre el antes y el después, entre el pasado y el futuro… Los acontecimientos son como los cristales, no crecen sino por los bordes, sobre los bordes… Esa fuerza de deslizarse que se pasará a otro lado, ya que el otro lado no es sino, el sentido inverso. Véanse Piglia (2017), Berger (2014), Melich (2016), Walsh (1995), Bajtin (1997) y Deleuze (2002).

      7- Durante la niñez, la experiencia infantil produce lo que Lacan denominó “la represión simbólica”. Se trata mucho más de generarla que de levantarla o interpretarla; en esta instancia, el acto de jugar es estructurante tanto de la memoria como del olvido y la represión. Los objetos y fenómenos transicionales propios de la experiencia infantil pueden considerarse desde el punto de vista del tiempo como verdaderos entretiempos, en espera, suspenso que les permite a los pequeños soportar la ausencia con la esperanza y la promesa de que el otro regresara. Sobre esta temática, véase Braustein (2008), Lacan (1987), Kohler (2018), Concheiro (2016) y Winnicott (1972).

      8- La gran implosión, también conocida como gran colapso (Big Crunch) es una de las teorías cosmológicas que se implementan para pensar el destino final del universo. La gran implosión propone un universo cerrado, es lo opuesto a la gran explosión (Big Bang), la expansión se iría frenando, poco a poco, hasta volver a comprimir la materia en una singularidad espaciotemporal. Cuando el sufrimiento aprisiona al cuerpo, lo encierra, lo comprime, ¿podemos pensarlo como una gran implosión subjetiva? El tiempo está presente en cualquier partícula elemental, el hombre es parte de esta corriente de irreversibilidad (Prigogine, 2006). Articular la temporalidad con la plasticidad neuronal y simbólica nos permite pensar desde otra perspectiva los aportes de la filosofía. “La plasticidad es el cuerpo del tiempo o el tiempo conectado al cuerpo (…) el tiempo del cuerpo es también, por supuesto, el cuerpo del sujeto”. Véanse Malabou (2011 y 2018); Arendt (2016) y Nancy (2013 y 2014).

      9- Son los babilónicos quienes hacia el 2500 a. C. inventan la base de nuestro sistema de cómputos de las horas, que atraviesa las eras hasta llegar a nosotros. Pero, en la Edad Media (al igual que para los babilónicos), esas horas son “desiguales”: como la duración de la noche y del día varía a lo largo del año, también cambia la duración de las horas. Entonces, esta diferencia experimenta una verdadera conmoción: en el siglo XVIII hacen su aparición los primeros relojes, que comienzan a reemplazar los cuadrantes solares bastante menos prácticos… Ellos cuentan horas “iguales”, es decir, de la misma duración: es el tipo de marcación del tiempo que conocemos hoy. Así, a medida que el uso de los relojes se expande, el de las horas desiguales se pierde… Pero tener un reloj obliga a plantearse una pregunta: ¿cómo regularlo? Si el tiempo de la infancia es como el reloj de arena, no pasa avanzando, sino al caer. Necesita perderse para re-nacer. En este sentido, Lacan (2002) nos ofrece pistas para pensar lo ficcional: para él, “lo ficcional no es, por esencia, engañoso, sino, propiamente hablando, es lo simbólico”. Véanse Mujica (2014), De Certeau (2001), Freud (1989) y Machado (2018).

      Hace falta mucho, mucho tiempo para ser joven.

      Pablo Picasso

      Pues apenas el tiempo se divide en ayer, hoy y mañana; en horas, minutos y segundos, el hombre cesa de ser uno con el tiempo, cesa de coincidir con el fluir de la realidad.

      Octavio Paz

      Peter Pan no tiene recuerdos; más bien, por un lado, los desafía y, por otro, les tiene tanto miedo que la memoria se paraliza, no deviene. Si bien no teme a la muerte o a los piratas (como el temible Capitán Garfio), le asusta alejarse del país de Nunca Jamás y, más específicamente, crecer. Esta situación lo lleva a alejarse constantemente del mundo de los adultos hasta que llega a odiarlos, como contracara intransferible del amor. Astuto en este recorrido, Peter convence a Wendy para que viaje a su adorado país con la ilusión de que no retorne ninguna vez al otro mundo, al de verdad.

      La infancia nos confronta con la esperanza de un recomienzo, con la natalidad de lo familiar. Los niños están siempre en el umbral, pertenecen a él, transitan el tiempo fronterizo de un espacio en acto, topológicamente invisible e inefable. Entre lo real y lo ficticio conforman la realidad. Son la travesía que atraviesan, llevan el coraje del límite hasta las últimas consecuencias. Al jugar viajan, son hijos del tiempo, terminan para volver a comenzar. Hacen de la repetición el próximo pasado, futuro viaje.

      Dentro del juego ficcional, lo temporal tiene otro sabor, otro color; pasa de otro modo, ni más lento ni más rápido; tampoco se vive en lo actual del presente, en lo anterior del pasado o en el próximo futuro, sino abierto a la producción vital de la memoria en la experiencia infantil.

      Jugar requiere de un escenario, no solo como lugar de representación sino, esencialmente, de invención de una red de tiempo paradojal y evanescente Necesariamente, sin cesar se consume, transcurre y, al unísono, divide, ficcionaliza e historiza aquello que pasó; al hacerlo, reescribe el movimiento desequilibrante e irreversible del devenir. Los placeres y el sufrimiento en la niñez dan cuenta de ello.

       Los papás de Dante se llevan muy mal; después de un proceso de profundo desgaste, están a punto de separarse. En este tránsito, deciden hacerlo pero, unos días antes de concretar la separación, les dan el diagnóstico de su hijo, que había sido solicitado por la psicopedagoga de la escuela. Dante está por cumplir dos años; el diagnóstico, concretamente, dice que “es” un TEA (trastorno del espectro autista).

      La gran conmoción que produce la noticia del autismo genera muchísima angustia y desazón. En tal estado, los padres revierten la idea de separarse y emprenden una convivencia por Dante, aunque “la pareja, como tal, está terminada”. “Seguimos juntos porque cuando nos dieron el diagnóstico quedamos tan conmovidos que nos pareció mejor no separarnos y seguir siendo solo papás”, afirman los dos en la primera entrevista.

      Los papás de Andrés se llevaron siempre muy mal. Discusiones generales, peleas, tensiones, gritos y malestar enmarcan los primeros dos años de vida de su único hijo. El clima familiar francamente es insoportable. “Indudablemente, nuestro hijo se tragó y chupó toda esa situación”, concluye la mamá, muy angustiada y compungida.

      “Cuando nos dieron el diagnóstico de Andrés fue un baldazo de agua fría, pero a partir de ahí empezamos a cambiar. Tomamos la decisión de no pelearnos ni discutir más delante de él. Cambiamos drásticamente todo lo que pasaba y el clima familiar se modificó… Nos vino bien la sacudida, estamos mucho mejor”, afirma el padre.

      La pregnancia de semejante diagnóstico es de tal magnitud que detiene lo que estaba pasando, lo paraliza. Coagula todo en una misma posición, igual a la experiencia idéntica a sí misma, o sea, al síndrome o síntoma en cuestión. De allí en más, el hijo cumple la función del diagnóstico y es el pronóstico prefijado. La temporalidad pierde toda profundidad y se erosiona, fusionándose con la patología que torna presente herméticamente a su hijo.

      Cabrían aquí algunos interrogantes. ¿Qué tiempo ocupa el diagnóstico de un hijo en la pareja parental? ¿Es posible que la certeza de un pronóstico provoque la unión de sus padres? ¿Qué efectos afectivos produce en los niños, en los padres y en la pareja?

      Del lado de los padres, lo más difícil es apartarse del diagnóstico y lanzarse a jugar con sus hijos, pues nunca nadie juega con una patología; es el hijo el que sostiene el nombre del juego. Jugar es salir del diagnóstico y construir una experiencia más allá de él, transmitir una herencia y hacer de la descendencia (el hijo) la propia causa de su deseo. Todo lo cual hace que circule la deuda simbólica

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