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href="#litres_trial_promo">Figura 5. Votación por el partido FARC y economías criminales de coca y oro

       Figura 6. Votación por el partido FARC y acciones de las disidencias

       Figura 7. Escenarios de participación y concentración espacial de la votación de la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común en las elecciones legislativas de 2018

      Por más de cincuenta años, el sistema político colombiano estuvo permeado por un conflicto latente que, si bien tuvo distintas intensidades y dinámicas a lo largo del territorio, permeó las instituciones y la vida cotidiana de los ciudadanos. Cada contienda electoral se convertía en un escenario de debate en torno a la paz, el cese al fuego y la seguridad. Las elecciones nacionales de 2018, después de la firma del Acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP), marcaron por tanto un punto de inflexión en la democracia colombiana.

      La naturaleza del Acuerdo, y las reformas económicas, políticas y sociales que implica el cumplimiento de los puntos pactados entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC, condujeron al sistema político a un proceso de transición. Si bien este término emergió para entender los sucesos que acontecieron en Europa Oriental y Latinoamérica entre las décadas de los setenta y noventa del siglo XX (Stepan, 1998), también es útil para entender las acciones que buscan la profundización de la democracia. En un escrito de 1989, O’Donnell mencionó que los procesos de democratización entrañaban dos transiciones. La primera lleva a poner término a los regímenes autoritarios y a la instalación de un gobierno democrático. La segunda va desde ese gobierno a la consolidación democrática.

      En este sentido, las transformaciones por las que atraviesa el sistema colombiano pueden considerarse como un avance hacia una democracia más institucionalizada (Field y Siavelis, 2008). La implementación de los seis puntos del Acuerdo conlleva un reacomodamiento de las instituciones. Es un periodo de incertidumbre donde los viejos y nuevos actores sociopolíticos establecen sinergias, construyen acuerdos y se acoplan a las normas, sin que exista una ruptura con el régimen anterior. Son cambios limitados, necesarios para mantener la paz, pero incompletos porque no logran demoler la herencia simbólico-cultural del conflicto armado.

      El imperativo electoral de la democracia significa que el primer espacio donde los actores –antes antagónicos– deciden interactuar, sea en las urnas. Y que los políticos elegidos sean los responsables de orientar el rumbo del próximo gobierno. Si bien los demás actores son sustanciales en estos procesos, es la

      … calidad de la dirigencia de los políticos los que quieren y entienden lo que significa la práctica institucionalizada de la democracia y con ello buscan tres situaciones: ampliar y consolidar el proceso democrático, querer ser elegido o designado candidato por su partido y para ser candidato, debe jugar el juego que juegan los demás políticos: en otras palabras, debe ajustarse o no desviarse demasiado del estilo (o forma) de hacer política que prevalece entre sus colegas. (O’Donnell, 1989, p. 24)

      En este escenario los partidos, como aglutinadores de los políticos que fueron elegidos, también cobran relevancia. Durante las transiciones, las identidades partidistas y las redes organizativas de los partidos son las llamadas a irradiar la naturaleza misma del acuerdo. Los líderes partidistas deben considerar que su posición es vital para construir el consentimiento alrededor de lo pactado.

      Aunque la construcción democrática no se limita al terreno electoral, sino que constituye un combate más extenso que se libra en todos los lugares de la sociedad, las elecciones son una expresión de la legitimidad del régimen. Los comicios de 2018 marcaron un hito en la historia democrática, no solo porque fue la primera vez en la que todos los grupos políticos y los segmentos de la población participaron, sino porque mostraron cómo los políticos están comprendiendo la construcción de un nuevo régimen.

      El objetivo de este libro es analizar, desde diferentes aristas, el proceso electoral de 2018, y cuestionarse sobre si la polarización en torno al proceso de paz filtró el debate electoral y los programas de gobierno; si la participación de la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC) dibujó una redistribución de las fuerzas políticas y la construcción de un nuevo escenario de participación. Y, finalmente, indagar por las dinámicas y las percepciones de los otros actores políticos, aquellos que se visibilizan alrededor de la competencia política y que ofrecen una mirada complementaria al proceso electoral.

      La obra recoge diez capítulos, que se agrupan en tres ejes temáticos: el primer grupo de artículos analiza las campañas, el manejo discursivo que hicieron los candidatos presidenciales sobre la corrupción –un tema neurálgico en las elecciones–, y los programas políticos. El segundo grupo de trabajos aborda los resultados de las elecciones presidenciales y legislativas, allí se analiza el aumento en la participación, la mutación que han tenido los apoyos electorales hacia los partidos tradicionales en los departamentos, la repartición electoral de los votos, y se revisa la existencia de una segmentación espacial de los electorados de izquierda y derecha. Finalmente, el tercer grupo de artículos se centra en los actores; se estudia el tipo de candidaturas femeninas, la reconfiguración por la que transitan los movimientos sociales y la participación política de la FARC.

      En el capítulo 1, “El tratamiento de la corrupción en las campañas presidenciales: emociones y razones”, Carolina Isaza destaca la manera como el lenguaje configura el pensamiento y con ello las metáforas y los conceptos con los que se construye la realidad política. Relacionando el proceso de la campaña electoral y la corrupción como un fenómeno sustancial del que los candidatos hablaron y que se erigió como una narrativa de campaña, la autora continúa aportando sobre la forma en que se identifica y habla de la corrupción en Colombia, pero tal vez lo más importante es cómo piensan los políticos que la corrupción es un problema público. Además, a través del programa Python, la autora utiliza los programas electorales y los mensajes de los candidatos a través de Twitter, como fuentes para realizar un sofisticado análisis del discurso en el que logra evidenciar los tipos de estrategias persuasivas usadas por los candidatos para hablar del tema y el uso del concepto de corrupción que cada uno hizo.

      Desde otro ángulo, Eugénie Richard, en el capítulo 2, “¿Happy end? Lo que viene después de la paz, narrativas de las elecciones presidenciales colombianas 2018”, realiza un análisis semiótico de las campañas presidenciales. En un estudio centrado en la emocionalidad y en el storytelling identifica cómo el pesimismo y la desconfianza que generó el Acuerdo y su posterior implementación estructuró una propuesta de campaña por parte de los diferentes candidatos justificada en el cambio. La autora, a partir de cinco variables analíticas, explica que estas elecciones cierran el ciclo narrativo de la paz que caracterizó la campaña anterior, abriendo el espectro a otras propuestas narrativas y formas de hacer campaña electoral. Además, nos deja ver cómo, entre los candidatos que disputaron la segunda vuelta, la intensidad del miedo y la esperanza como emociones sustanciales fueron determinantes por parte del votante a la hora de su elección.

      En una campaña presidencial marcada por la emocionalidad, los contenidos programáticos de los candidatos constituyen una unidad de análisis fundamental. En ese sentido, el capítulo 3, de Andrés Macías, Johann Julio, Carlos Soto y María Ayala, titulado “Ubicación ideológica de las propuestas de los candidatos presidenciales sobre temas de protección social, empleo, vivienda y seguridad”, resulta novedoso respecto a la manera en que buscan relacionar la coherencia en las propuestas de los políticos

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