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que está hablando? ¿Es Jesús de Nazaret, o alguien más? Tendríamos que concluir que quienquiera que esté hablando aquí, está ofreciendo un arco grandioso y optimista para toda la historia, y no está simplemente hablando como el humilde carpintero de Galilea. “Soy tanto el Primero como el Último”, dice la voz en Apocalipsis 22:14, describiendo una trayectoria coherente entre el principio y el fin de las cosas. Esta segunda cita, del Evangelio de Juan, es aun más deslumbrante. Si Jesús fuese el único hablando aquí —llamándose Dios a sí mismo estando en el templo insignia de Jerusalén— ¡la gente que ahí se encontraba hubiese tenido todas las buenas razones para apedrearlo!

      Una vez que veamos que es el Cristo Eterno aquel que habla en estos pasajes, las palabras de Jesús acerca de la naturaleza de Dios —y de aquellos creados a la imagen de Dios— parecen estar llenas de una profunda esperanza y una amplia visión de toda la creación. La historia no carece de rumbo, no es el mero producto de un movimiento aleatorio, o una carrera hacia un final apocalíptico. Esta es una verdad buena y universal, y no depende de ningún grupo que se adueña de una “revelación divina” exclusiva. ¡Cuán diferente de la forma clandestina que usualmente toma la religión —o de la noción anémica de salvación individual para muy pocos, en un planeta menor, un universo en expansión, con la trama girando alrededor de un solo pecado cometido entre los ríos Tigris y Éufrates!

      El salto de fe que los cristianos ortodoxos hicieron en los periodos más tempranos fue el creer que esta presencia eterna de Cristo estaba realmente hablando a través de la persona de Jesús. Divinidad y humanidad deben de algún modo ser capaces de hablar como una, ya que si la unión de Dios y la humanidad es “verdadera” en Jesús, existe la esperanza que pueda también ser verdadera en todos nosotros. Ese el gran aporte de Jesús cuando también habla como el Cristo Eterno. En efecto, él es “el pionero y el perfeccionador de nuestra fe” como lo expresa Hebreos (12:2), modelando, de una manera más bien perfecta, el viaje humano.

      La Iglesia Oriental tiene una palabra sagrada para este proceso, para la cual nosotros en Occidente usamos “encarnación” o “salvación”. Ellos lo llaman “divinización” (teosis). Si eso suena provocativo sepan que solo están construyendo sobre 2 Pedro 1:4, en donde el autor dice: “Él nos ha dado algo muy grande y maravilloso… ¡ustedes son capaces de compartir su naturaleza divina!” Este es el núcleo de las buenas noticias y único mensaje transformador del cristianismo.

      La mayoría de los católicos y protestantes todavía piensan a la encarnación como un evento único y de una sola persona, relacionado únicamente a Jesús de Nazaret, en vez de un evento cósmico que desde el principio ha empapado toda la historia en la Presencia Divina. Por lo tanto esto implica:

       Que Dios no es un anciano en un trono. Dios es la Relación en sí misma, un dinamismo de Infinito Amor entre la Diversidad Divina, como lo demuestra la doctrina de la Trinidad. (Noten que Génesis 1:26-27 usa dos pronombres plurales para describir al Creador, “creemos a nuestra imagen”).

       Que el amor infinito de Dios siempre incluyó a todo lo creado por Él desde el principio (Efesios 1:3-14). La conexión es inherente y absoluta. La Torá lo llama “pacto de amor”, un acuerdo incondicional, ambos ofrecidos y consumados por parte de Dios (incluso si, y cuando, nosotros no lo hicimos).

       Que por lo tanto todas las criaturas contienen el “ADN” divino del Creador. ¡Lo que llamamos el “alma” de cada criatura podría verse fácilmente como el autoconocimiento de Dios en esa criatura! Sabe quién es y crece en esa identidad, al igual que cada semilla y cada huevo. De este modo la salvación podría ser llamada “restauración”, en vez de la agenda retributiva que se nos ofreció a la mayoría de nosotros. Esto solo merece ser llamado “justicia divina”.

       Que mientras mantengamos a Dios encarcelado en un marco retributivo en vez de un marco restaurativo, realmente no tenemos buenas noticias sustanciales; no son ni buenas ni nuevas, sino la misma y cansada línea histórica. Rebajamos a Dios a nuestro nivel.

      ¡La fe en su núcleo esencial es aceptar que eres aceptado! No podemos conocernos profundamente sin también conocer a Aquel que nos hizo, y no podemos aceptarnos completamente sin admitir la radical aceptación de Dios de cada una de nuestras partes. Y la aceptación imposible de Dios a nosotros es más fácil de comprender si la reconocemos primero en la unidad perfecta del Jesús humano con el Cristo Divino. Empieza con Jesús, luego sigue contigo mismo, y finalmente lo expande a todo lo demás. Como dice Juan “De esta plenitud (pleroma) todos hemos recibido gracia sobre gracia” (1:16), o incluso “gracia respondiendo a la gracia con gracia” podría ser una traducción aun más precisa. Para terminar en gracia de alguna manera debes empezar con gracia, y luego todo es gracia por todo el camino hasta el final. O como otros pusieron simplemente en estos términos: “Cómo llegas, ahí es a donde llegas”.

      Ver y Reconocer No Son lo Mismo

      El mensaje central de la encarnación de Dios en Jesús es que la Presencia Divina está acá, en nosotros y en toda la creación, y no solo “por allá” en algún territorio lejano. Los primeros cristianos llegaron a llamar a esta Presencia aparentemente nueva y disponible “tanto Señor como Cristo” (Hechos 2:36), y Jesús se convirtió en el gran cartel que anunciaba el mensaje de Dios de una manera personal a lo largo de las rápidas avenidas de la historia. Dios necesitaba algo, o alguien, para enfocar nuestra atención. Jesús cumple ese rol bastante bien.

      Lean 1 Corintios 15:4-8, donde Pablo describe cómo apareció Cristo un número de veces a los apóstoles y seguidores luego que Jesús murió. Los cuatro Evangelios hacen lo mismo, describen cómo Cristo Resucitado transciende puertas, paredes, espacios, etnias, religiones, agua, aire, tiempos, comida, y a veces incluso bilocándose, pero siempre interactuando con la materia. Mientras todos estos reportes atribuyen un tipo de presencia física a Cristo, siempre parece ser un tipo diferente de encarnación. O como dice Marcos justo al final de su Evangelio: “Se mostró pero bajo otra forma” (16:12). Este es un nuevo tipo de presencia, un nuevo tipo de encarnación y un nuevo tipo piedad.

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