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y las personas que Saulo está persiguiendo. En dos ocasiones esta voz llama “¡yo!” a la gente. Desde ese día en adelante esta asombrosa inversión de perspectiva se convirtió en la fundación de la cosmovisión en evolución y el descubrimiento emocionante “del Cristo” por parte de Pablo. Este despertar fundamental movió a Saulo desde su religión judía que tanto amaba, y a la que estaba vinculado étnicamente, hacia una visión universal de la religión, tanto que cambió su nombre hebreo a su forma latina, Pablo. Luego, se llamó a sí mismo “apóstol” y “sirviente” de las mismas personas a las que una vez despreció como “paganos”, “gentiles”, o “las naciones” (Efesios 3:1, Romanos 11:13).

      Pablo, o tal vez un estudiante bajo su entrenamiento, dice que a él se le “había dado el conocimiento de un misterio” (Efesios 3:2), que revelaba “cuán comprensiva es la sabiduría de Dios realmente, según un plan de toda la eternidad” (3:10). Describe la experiencia como si las escamas se le hubieran caído de sus ojos, de modo que “podía ver de nuevo” (Hechos 9:18).

      En la historia de Pablo encontramos el patrón espiritual arquetípico, en el que las personas pasan de lo que pensaban que siempre supieron a lo que ahora reconocen plenamente. El patrón se revela ya desde la Torá cuando Jacob “despierta de su sueño” en la piedra de Betel y dice, en efecto: “¡Lo encontré, pero estuvo aquí todo el tiempo! Esta es la mismísima puerta del cielo” (Génesis ٢٨:١٦).

      Durante el resto de su vida Pablo se obsesionó con este “Cristo”. “Obsesivo” no es una palabra demasiado fuerte. En sus cartas raramente, si es que lo hizo alguna vez, Pablo cita a Jesús de forma directa, sino que escribe desde un lugar de comunicación de confianza con la Divina Presencia que lo cegó en el camino. La misión impulsora de Pablo fue “demostrar que Jesús era el Cristo” (Hechos 9:22b), ¡que es la razón por la cual nos llamamos “cristianos” hasta este día, y no jesuitas!

      Después que la ceguera de su alma desapareció Pablo reconoció su verdadera identidad como un “instrumento escogido” de Cristo, a cuyos seguidores solía perseguir (Hechos 9:15). En un movimiento que podría haber parecido presuntuoso se presenta como uno de los doce apóstoles, e incluso se atreve a enfrentarse tanto a los líderes judíos de su época como a los líderes del nuevo movimiento cristiano (Gálatas 2:11-14, Hechos 15:1-11) a pesar de no tener un rol oficial o legitimidad en ninguno de los dos grupos. Hasta donde yo sé, esta auto-ordenación —no por linaje o por ordenación, sino por validación divina— no tiene precedentes en ninguna de estas tradiciones sagradas, excepto por los pocos que fueron llamados “profetas” o “elegidos”. O Pablo era un narcisista total o realmente fue “elegido”. Este es el rol inherentemente inestable e incluso peligroso de los verdaderos profetas. Por definición, ellos no representan al sistema sino que obtienen su autoridad directamente de la Fuente, para criticar al sistema. (Aunque los verdaderos profetas son algo raros y Pablo nunca aplica esa palabra para sí mismo).

      Pero notemos el criterio principal de Pablo para la fe auténtica, que es bastante extraordinario: “Examínense para asegurarse que están en la fe. Pónganse a prueba. ¿Reconocen que Jesucristo está realmente en ustedes? Si no, han fallado la prueba” (2 Corintios 13:5—6). ¡Tan simple que da miedo! El encarnacionismo radical de Pablo establece un estándar para todos los santos, místicos y profetas cristianos posteriores. Sabía que el Cristo, antes que nada, debía ser reconocido por dentro primeramente, antes que pudiera ser reconocido por fuera como Señor y Maestro. (¡Perdón por los significantes masculinos, pero la oración era demasiado importante para complicarse en calificativos!). Dios debe revelarse en ti antes de que Dios pueda revelarse completamente a ti. Resonancia mórfica de nuevo.

      Es importante recordar que Pablo, al igual que nosotros, nunca conoció a Jesús en la carne. Como él solo conocemos al Cristo observando y honrando la profundidad de nuestra propia experiencia humana. Cuando puedes honrar y recibir tu propio momento de tristeza o plenitud como una participación agraciada en la eterna tristeza o plenitud de Dios, estás comenzando a reconocerte como un miembro participante de este Cuerpo universal. Te estás moviendo del Yo al Nosotros.

      Así Pablo nos muestra al resto de nosotros que también podemos conocer la presencia infinitamente disponible de Cristo a través de nuestro diálogo mental interno o por la ley natural, que está “grabada en nuestros corazones”. Declara, más bien audazmente, que incluso los llamados paganos, “que no poseen la ley… se podría decir que son la ley” (ver Romanos 2:14-15). Seguramente esta es la razón por la que les habló a los atenienses bien educados de “El Dios Desconocido… a quien ya adoran sin saberlo” (Hechos 17:23). Probablemente Pablo heredó esta idea del profeta Jeremías, quien se atrevió a ofrecer “un nuevo pacto” (31:31) al pueblo de Dios. Pero esta idea permaneció sin desarrollarse en gran parte hasta que un grupo de teólogos morales del siglo pasado buscó una ley natural —como también ocurre actualmente en el fuerte entendimiento de la consciencia individual del Papa Francisco. Sigue siendo chocante para muchos.

      Pero Pablo meramente tomó el encarnacionismo a sus conclusiones universales y lógicas. Vemos eso en su osada exclamación: “Hay un solo Cristo. Él es todo y Él está en todo” (Colosenses 3:11). Si yo fuera a escribir eso hoy la gente me llamaría panteísta (el universo es Dios), aunque yo realmente soy un panenteísta (Dios reside dentro de todas las cosas, pero también las transciende), exactamente como Jesús y Pablo.

      En Cristo

      Pablo resume su entendimiento corporativo de la salvación con su abreviada frase “en Cristo”, usándola más que cualquier otra en todas sus cartas: un total de 164 veces. En Cristo parece ser la palabra código para la experiencia de salvación misericordiosa y participativa de Pablo, el camino que tan urgentemente quería compartir con el mundo. Puesto de manera sucinta esta identidad significa que la humanidad nunca estuvo separada de Dios —dejando de lado y exceptuando que sea por decisión propia. Todos nosotros, sin excepción, estamos viviendo dentro de una identidad cósmica, ya en su lugar, que nos está conduciendo y guiando hacia adelante. Todos estamos en Cristo, queriéndolo o no, feliz o infelizmente, consciente o inconscientemente.

      Pareciera que Pablo entendiera que la individualidad solitaria era demasiado pequeña, insegura y efímera para soportar el “peso de la gloria” o “la carga del pecado”. Solamente la totalidad podía acarrear tal misterio cósmico de constante pérdida y renovación. El conocimiento de Pablo del “en Cristo” le permitió darle a la historia universal de Dios un nombre, un foco, un amor y una cierta dirección victoriosa para que las generaciones porvenir pudieran saltar confiadamente en el viaje cósmico y colectivo.

      Espero que tú puedas aprender y disfrutar el significado completo de esa frase brillante y corta, porque es crucial para el futuro de la cristiandad, que todavía está atrapada en una noción altamente individualista de la salvación, que no termina pareciéndose en absoluto a lo que es salvación. Todos nosotros, sin excepción, estamos viviendo dentro de una identidad cósmica, ya en su lugar, que nos está conduciendo y guiando hacia adelante. Pablo llama a esta más grande identidad Divina el “misterio de su propósito, el plan oculto que hizo tan amablemente en Cristo desde el mismo principio” (Efesios 1:9). Hoy, tal vez lo llamamos el “inconsciente colectivo”.

      Como

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