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la humildad. La virginidad y el amor inestimable que tenía la Virgen a esta virtud se manifiesta en las palabras que dijo: «¿Cómo será esto, porque yo no conozco varón?». Explica san Bernardo que es como si hubiera dicho: «Sabe mi Señor que su sierva ha hecho promesa de virginidad; pero si Él dispone otra cosa, me alegro por el hijo que me da, aunque me duele que se dispense mi promesa. Pero en todo estoy sujeta a su divina voluntad»[6]. No se puede decir nada mejor en alabanza de la santísima Virgen que verla estimar en tanto esta virtud, pues la dignidad que se le ofrecía de ser madre de tal hijo, que es la mayor de las que Dios puede dar, no fue suficiente para quitarle el pesar de perder su propósito de virginidad. ¡Qué maravillosa alabanza de esta virtud, que es una piedra preciosa de valor inestimable, tan apreciada por los buenos y tan despreciada por los malos! La Virgen, llena del Espíritu Santo, siente la pérdida de esta gloria aunque reciba una dignidad inefable, mientras que el hombre carnal y miserable no duda en cambiarla por placeres despreciables.

      Pues siguiendo con lo dicho, además de estas tres virtudes resplandece también la fe de la Virgen. Ella no dudó de lo que el ángel le decía ni le pidió una señal, como sí hizo Zacarías, aunque mayor milagro es que una mujer virgen dé a luz que lo haga una estéril, y mucho mayor aún que dé a luz al mismo Dios. Como verdadera hija de Abraham imitó su fe, pues él creyó que aunque sacrificara a su hijo Isaac, Dios le podría resucitar para darle descendencia, y ella creyó que siendo virgen sería madre por obra de Dios. Por eso piensan los santos que si la Virgen preguntó cómo sería eso no fue porque dudara de que así sería, sino para saber de qué manera, ya que ella tenía el propósito de ser virgen. Y el ángel respondió a las dos cosas, diciéndole que daría a luz un hijo y se mantendría virgen, de modo que gozaría del fruto de la maternidad sin perder la corona de la virginidad.

      En el instante en que la Virgen dijo aquellas palabras, se encarnó Dios en sus entrañas por obra del Espíritu Santo, a quien se le atribuye en particular por ser la Encarnación obra de bondad y amor, que son sus atributos. ¿Quién sería capaz de explicar las grandezas y maravillas que en ese momento sucedieron en aquellas entrañas virginales? ¿Quién podrá contar los sentimientos y afectos y resplandores que sintió aquel purísimo corazón con aquella nueva entrada del Hijo para hacerse hombre y del Espíritu Santo para llevar a cabo este misterio?

      Pero esto ha de quedar ahora en silencio para la consideración de las almas que buscan a Dios.

      [1] Jn 3, 16.

      [2] S. AGUSTÍN, Confesiones, IX, 9: PL 32.

      [3] S. LEÓN MAGNO, Sermo 21, 1: PL 54, 192.

      [4] Cf. Sal 1, 2.

      [5] PSEUDO-JERÓNIMO, Epist 50: PL 30, 311.

      [6] S. BERNARDO, Super ‘missus est’, 4, 3: PL 183, 80.

      [7] Cf. Sal 51, 10.

      [8] Cant 2, 14.

      [9] Gén 49, 18.

      [10] St 4, 6.

      [11] S. BERNARDO, Super ‘missus est’, 4, 8-9: PL 183, 83.

      3.

      SERMÓN EN LA FIESTA DEL NACIMIENTO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

      EL MISTERIO DEL NACIMIENTO DE NUESTRO Salvador es el más enternecedor y lleno de maravillosa doctrina de entre todos los sucesos de su vida; es, por consiguiente, digo de ser considerado. En este día, dice la Iglesia, los cielos destilan gotas de miel por todo el mundo; nos ha amanecido el día de la redención nueva, de la reparación antigua y de la felicidad eterna.

      «Salid, hijas de Sion —dice la esposa en los Cantares—

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