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todo aquel verdor y arbolado. Era tan hermoso el lugar que se llamaba paraíso de deleites, porque así lo exigía la dignidad del hombre para el que estaba preparado.

      En lo que hemos dicho hay dos cosas asombrosas. La primera es que una criatura de carne y hueso como nosotros posea toda esa perfección. Porque no nos sorprende que un artesano haga de oro y plata unas obras más delicadas que si estuvieran hechas de barro, porque el material es mejor; tampoco nos sorprende ver a un águila volar por encima de las nubes. Pero sí nos asombraríamos de ver a un hombre cargado con dos arrobas de hierro trepando por una soga. Quiero decir que no es extraño que un ángel, que es una sustancia espiritual, vuele más alto y esté más adornado de virtudes y perfecciones que un alma revestida de carne; pero que un alma, encerrada en un cuerpo sujeto a tantas miserias y administrada por sentidos corporales, pase de vuelo sobre todos los ángeles en perfección y sea más pura que las estrellas del cielo, sí que es algo digno de admiración. Tampoco es extraño que una dama, que no tiene más oficio que andar alrededor del trono de la reina, vaya limpia y aseada; pero que una que toda su vida anda sirviendo en la cocina entre tizones, después de cincuenta o sesenta años de servicio, salga de allí más limpia que la que está en el palacio real, sí que sería algo digno de la mayor admiración. ¿No es, entonces, admirable ver que durante toda la vida de la Virgen ningún sentido corporal se rebelara contra su alma ni el grueso de un cabello? ¿Que sus ojos nunca se desmandasen en ver, nunca sus oídos en oír, nunca su paladar en gustar? ¿Que siendo necesario comer, beber, dormir, hablar, negociar, salir de casa y conversar con las criaturas, llevase las cosas tan ordenadamente, y jamás se desmandase en una palabra, un pensamiento, un movimiento, un afecto, un bocado de más? ¿Quién no admira esta armonía tan grande, esta perfecta igualdad y orden y este concierto tan perpetuo como es el de los mismos cielos y de sus movimientos?

      Os quejáis injustamente los que decís que sois pobres y enfermos, y no tenéis con qué hacer el bien ni podéis padecer por amor de Dios, pues basta con tener corazón para amarle y alabarle y alcanzar muchas virtudes. ¿En qué se ocupaban aquellos padres antiguos, aquellos monjes que vivían en los desiertos, sino en la contemplación de Dios noche y día? Este ocio es el mayor de los negocios; este no hacer nada es mejor que todo lo que se puede hacer. Porque el hombre espiritual alaba a Dios en su interior y allí ora, adora, ama, teme, cree, espera, reverencia, llora, se humilla ante la majestad de Dios, canta y pregona su gloria. Lo hace todo con más pureza cuanto mayor es el secreto y no hay testigos.

      Pues volviendo a nuestro propósito, fue conveniente que así naciera la que desde toda la eternidad había sido escogida para ser la Madre de Dios. Él, como se ha dicho, da los medios adecuados a la excelencia del fin, y como había escogido a la Virgen para la mayor dignidad que hay, que es ser la Madre del mismo Dios, le dio el Espíritu Santo y la gracia conveniente para la excelencia de esta dignidad.

      El templo de Salomón fue una de las obras más famosas que hubo en el mundo porque se edificaba para Dios, no para el hombre; pues del mismo modo el templo espiritual en el que Dios había de morar fue una obra perfectísima. El alma de la Virgen, que el Hijo de Dios había tomado como especial morada, había de estar llena de santidad y pureza; y su carne, de la que tomaría carne el Hijo de Dios, había sido libre de todo pecado y corrupción. Como el cuerpo del primer Adán había sido hecho de tierra virgen, antes de que la maldición de Dios cayese sobre él después del pecado, el cuerpo del segundo Adán fue formado de otra carne virginal, libre y exenta de toda corrupción y maldición de pecado.

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