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calle principal de Marlow se curva como una hoz, con la plaza en un extremo y la estación de tren en el otro. El Hunters está al final de la hoz, junto a la estación de tren. Es un edificio cuadrado de piedra de color crema con persianas negras. Cuando el agente me deja en el motel, hay algunas personas esperando en el andén y todos se vuelven para mirar el coche de policía.

      Cuando llego al Hunters, cierro la puerta y pongo la cadena. Recorro la pared empapelada con la mano, luego apoyo la oreja en ella y contengo la respiración. Quiero oír una voz de mujer. Una madre hablando con su hija, quizá, mientras se preparan para irse a dormir. Pero ningún sonido atraviesa el muro. «Probablemente estén todos dormidos», me digo a mí misma. Apago las luces y me deslizo bajo la manta. Sé que lo que está pasando es real, pero de alguna manera sigo esperando que ella llame.

      Capítulo 3

      «Hoy debíamos ir a Broadwell a comer crêpes con arándanos rojos y al museo», pienso cuando me despierto, enfadada porque nuestros planes se han pospuesto.

      A medio camino entre la cama y el baño, me fallan las rodillas. Me derrumbo, pero es como si algo tirara de mí hacia abajo. El perro gira colgado del techo. Rachel está tirada, hecha una bola contra la pared. Hay huellas rojas de manos en las escaleras. Hay tres balaustres limpios en la barandilla y uno sucio, donde está atada la correa del perro.

      No sé cuánto tiempo estuve así. En algún momento decido lavarme. No me puedo duchar, porque creo que huelo su casa en mi pelo. En lugar de eso, me desnudo y me paso una toalla mojada por el cuerpo y contemplo como la tela se vuelve rosa y marrón.

      Me visto, meto la ropa de ayer en una bolsa de plástico y la llevo al cubo de basura que hay en la parte trasera del motel. Se me hace raro, como si estuviera deshaciéndome de pruebas, pero la policía no me dijo que la guardara. Tendrían que haberme indicado mejor qué hacer. Paso junto a un cuadro de una cacería de zorros en el pasillo, en el que algunos cazadores vestidos de rojo se esconden tras los árboles.

      Mientras subo las escaleras, Moretti llama para decir que tiene algunas preguntas más que hacerme.

      —Haré un comunicado de prensa en una hora. El comunicado no incluirá nada sobre el perro.

      —¿Por qué no?

      —La gente se obsesiona con ese tipo de cosas. No puedo prepararla para lo que ocurrirá si se convierte en noticia nacional. No podemos decirle que no hable con la prensa, pero puedo asegurarle que no ayudará al caso. Se entrometerán y, cuando se aburran, buscarán algo que llame la atención sobre Rachel.

      —¿Qué podría llamar la atención?

      —Lo peor de ella.

      Un agente me recogerá en el Hunters a las cinco. Decido esperar en mi habitación. Tengo seis horas sola por delante hasta que llegue y me pregunto si aguantaré hasta entonces.

      Unas horas más tarde, alguien llama a la puerta.

      —Algunos huéspedes se han quejado —dice la directora del motel.

      En el pasillo, tras ella, las lámparas están encendidas. Lleva una bufanda de tartán; quiero decirle que viví un tiempo en Escocia. Mi hermana fue a visitarme.

      —El ruido los molesta.

      —Lo siento.

      Tengo que apoyarme en el marco de la puerta. No he comido ni bebido nada en todo el día. Lo de la comida va a ser un problema.

      —Avíseme si necesita algo —dice—. Lo siento mucho. Estamos viviendo una mala racha. Primero Callum y, ahora, su hermana.

      —¿Callum?

      —El joven del pueblo que murió en un accidente en la carretera de Bristol. Solo tenía veintisiete años.

      Ahora lo recuerdo. Rachel fue una de sus enfermeras. Pienso en compartir con la mujer lo que Rachel me contó sobre él, pero decido no hacerlo.

      A las cinco, un agente me recoge y vamos en coche hasta Abingdon. En la sala de interrogatorios, Moretti dice:

      —No hemos dado con su padre. ¿Tiene contacto con él?

      —No.

      —¿Estaba Rachel en contacto con él?

      —No.

      Los tubos de la calefacción suenan en el techo. Fuera, es de noche y está nublado. En Lancashire y Cumbria ya está nevando. El inspector no ha preguntado por nuestra madre. Ya debe de saber que murió hace mucho tiempo, poco después de que yo naciera.

      —¿Cuándo fue la última vez que habló con su padre?

      —Hace tres años.

      —¿Tiene antecedentes de violencia?

      —No —contesto, aunque no estoy segura de que sea cierto—. Es frágil. Rachel era mucho más fuerte que él. ¿Tienen que decirle lo que ha pasado?

      —Sí.

      Les costará encontrarlo. Decidió dejar de cobrar ayudas cuando comenzó a desconfiar del Gobierno. Rachel tenía una postal de él de hace unos meses en la que decía que estaba en Blackpool, cosa que decido no contar al inspector.

      —¿Han hablado ya con Stephen? —pregunto.

      —Estuvo en su restaurante todo el día.

      La información me alivia y me siento una traidora por desconfiar de él. La adoraba.

      —¿Qué tipo de vehículo conduce su padre? —dice Moretti.

      —Ya no conduce —contesto. Comienzo a explicarle que es un alcohólico, aunque la palabra siempre ha sonado demasiado refinada para describirlo. Moretti ya debe de saber algo de esto. Tiene un historial. Alteración del orden, allanamiento, robo…

      Un agente llama a la puerta y Moretti se excusa un momento. Miro hacia la sala de investigación. Uno de los inspectores come patatas fritas de una bolsa de aluminio y papel y el aire huele a vinagre.

      Ojalá Fenno estuviera aquí, conmigo, sentado sobre las patas traseras junto a mi silla. Quiero apoyar la mano en su suave cabeza. La última vez que visité a mi hermana, le di un baño. Le protegí los ojos con la mano mientras le aclaraba el jabón del pelaje. Cuando lo envolví en una toalla, se apoyó en mí y nos quedamos así durante mucho tiempo, mientras la cálida humedad me empapaba la camiseta.

      Cuando Moretti vuelve, añade:

      —Lo que necesitamos ahora de usted es un informe sobre cualquier cosa inusual en la rutina de Rachel. Podría ser algo tan pequeño como un cambio de ruta en su camino al trabajo. Amigos nuevos, una actividad nueva…

      —No sé nada. Dijo algo sobre apuntarse a un gimnasio en Oxford para poder nadar en invierno, pero aún no lo había hecho.

      —¿Algo más? ¿Algún cambio en el hospital?

      —No.

      —¿Le gustaba su trabajo?

      —Sí, la mayor parte del tiempo. —Había tenido una época difícil al comienzo de su carrera profesional, cuando estaba estudiando para ser enfermera especializada mientras trabajaba como enfermera titulada. Me dijo que volvía a casa en bici deseando que alguien la atropellara para poder descansar—. Decía que era exigente, pero que le gustaba.

      Moretti me escudriña y me pregunto si estoy poniendo a prueba su paciencia. Dentro de poco el interrogatorio acabará y me tendré que ir. No me imagino qué haré después.

      —¿Quiere beber algo? —pregunta, y yo asiento.

      Mientras prepara el té, trato de pensar en algo que decirle, pero no recuerdo ningún cambio en las costumbres de Rachel. Leo el folleto de una fundación de apoyo a víctimas y testigos de crímenes. «La vida puede hacerse añicos tras un asesinato», dice. «Cosas sencillas como pagar facturas o contestar el teléfono pueden resultar difíciles».

      Quiero

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