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con Napoleón o Numancia con Zaragoza. Esta influencia se extendió a otros ámbitos intelectuales, entre los que destaca la literatura y la conocida obra de Cervantes El cerco de Numancia, en la que se reproducen los elementos que constituyen la visión oficial de la España antigua[32].

      Ahora bien, cuando nos toca referir según qué temas del tomo II de la Historia de España dirigida por R. Menéndez Pidal existe una influencia de raigambre alemana, Adolf Schulten, a la que es pertinente aludir. En esta ocasión, con Numancia, esa referencia es si cabe más obligada, puesto que este erudito alemán, además de haber sido el especialista en historia antigua más influyente de la primera mitad del siglo XX, desarrolló y sistematizó los resultados de sus excavaciones en cuatro volúmenes: Numantia. Die Ergebnisse der Ausgrabungen 1905-12. No nos interesa especialmente profundizar aquí en la vertiente arqueológica, sino en otra obra del profesor de Erlangen, su Historia de Numancia, cuyo prólogo, firmado por un discípulo de Bosch Gimpera, Luis Pericot, resulta revelador:

      En efecto, estos autores proyectan un relato que, como parece lógico, favorece a sus intereses, aunque conviene tener en cuenta que en las historias de España se parte de una serie de referencias que contribuyen en gran parte a reforzar los comentarios de Mariana, Lafuente o Menéndez Pidal. Si echamos la mirada sobre la historiografía clásica comprobaremos que ha contribuido no poco a presentar una imagen idealizada de Numancia. Floro, a mediados del siglo I a.C., recoge que «nadie podía sostener la mirada y la voz de un hombre numantino» (Epit., I, 34, 5-6), a lo que añade: «¡Cuán valerosísima y, en mi opinión, extraordinariamente dichosa ciudad, en medio de su desventura!» (Epit., I, 34, 16). Veleyo Patérculo señalaba que Roma llegó a «estremecerse con el terror de la guerra de Numancia» (II 90, 3), mientras que Cicerón la definió como «el terror de la República» (Mur., 58). Apiano expone, en relación con la idea según la cual prefirieron morir antes que ser esclavos, que los numantinos «deseaban quitarse la vida ellos mismos. Así pues, solicitaron un día para disponerse a morir» (Ib., 96); para terminar subrayando que «tan grande era el amor de la libertad y del valor en esta ciudad bárbara y pequeña» (Ib., 97).

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