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o democracia estrictamente formal. Proudhon sabe, por vivirlo en sus carnes, que es ésa una democracia que sirve a unos pocos en detrimento de las masas, una forma como otra cualquiera de dominación y de alienación del hombre. De ahí surge su filosofía personalista. El hombre proudhoniano no es el hombre de los derechos humanos, que llega a la sociedad tras emerger, cual un Robinsón, del fondo de su madriguera y cargado de derechos que luego impondrá por medio del contrato a la sociedad. Ese hombre que ha de fundar el contrato social y la democracia moderna es una mistificación, es ése un hombre que se vuelve necesariamente pasivo al entregar su iniciativa y soberanía a sus lejanos representantes; un hombre que, al dar ya por adquiridos sus derechos, abandona por completo la esfera de lo público, a la que sólo vuelve cuando su interés privado así lo reclama: ese hombre no es el hombre real tal como Proudhon lo entiende. El hombre real es aquel en el que todo es lucha: lucha por el reconocimiento y la justicia, por la dignidad y el respeto, lucha por la libertad y la autonomía, lucha contra los sistemas y trascendencias alienantes, llámense éstas Dios, Idea, Nación, Comunidad, Propiedad o cualquier otra. Lucha, en definitiva, para ser hombre (persona). Ahora bien, la lucha a la que alude el francés no es una oposición negadora, como en muchas ocasiones se ha entendido, sino que –el caso del Dios proudhoniano es ejemplar– busca desactivar la parte negativa del sistema, dejando en pie todo aquello que le permite al hombre afirmarse y conquistar su autonomía y libertad. De hecho, si tomamos como ejemplo su crítica de los sistemas religiosos, difícilmente puede decirse que Proudhon es un ateo, como tantas veces se ha pretendido. Proudhon es en realidad un antiteísta. Si precisamente su crítica de los sistemas religiosos, por alienantes de la condición humana, es tan feroz como firme, no menos lo será su afirmación de la idea de Dios, gracias a la cual el hombre accede, luchando contra la resignación y la dominación que en su nombre se quiere imponer, a la responsabilidad, a su autoafirmación y dignidad, así como a la afirmación de un Dios personal[56]. Otro tanto cabría decir de la Propiedad, de la Nación, etc.: sólo la lucha es capaz de humanizarlas, de hacer que éstas sean por y para el hombre, a su imagen, y no al revés, el hombre por y para la propiedad, la nación, etc. Abandonar el campo de batalla, someterse a un sistema de pensamiento, vender su pensamiento y libertad a cambio de un jornal, he aquí lo que Proudhon rechazará y criticará siempre –su vida y su obra lo prueban–, aun a costa de sus propios intereses intelectuales o materiales. En resumen, la filosofía personalista o dialéctica agonística de Proudhon presenta una lucha de igual a igual (así ha de entenderse) que no busca y de la cual no surge un vencedor y un perdedor (dialéctica o-o), ni un justo-medio (eclecticismo), sino más bien dos vencedores (dialéctica y-y) que equilibran sus fuerzas y acceden por ese mismo medio a una relación pacificada y justa. Relación pacificada que no excluye definitivamente la guerra o la lucha, lo que equivaldría a suprimir la tensión dialéctica en la que uno y otro (el uno gracias al otro: interdependencia) se encuentran y acceden a su autonomía. Como bien ha dicho Fawzia Tobgui, «toda la obra proudhoniana ha de leerse a partir de, o bajo el prisma de, su dialéctica serial»[57], única manera de entender un pensamiento que, hay que reconocerlo, se encuentra con frecuencia oscurecido por la ambigüedad conceptual y el con frecuencia escaso rigor lingüístico del autor. El personalismo de Proudhon, su pensamiento político, es pues la experiencia misma del personalismo, la idea en acción.

      La dialéctica serial o equilibrio de fuerzas como principio y base de la relación federal

      Su punto de partida es, como en tantos otros pensadores, el rechazo de la alienación humana, pero en Proudhon adquiere, si cabe, mayor importancia ese gesto fundador inicial en la medida en que de lo que se trata en última instancia es de recuperar para la relación o el pacto federal (económico y político) a un hombre y una sociedad no alienados (es en este sentido, a diferencia

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