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descarriados, lo juzgo insensato.

      He aquí por qué siento que el Sr. Rodríguez haya arrojado el áncora sobre la escuela económico-individualista y aún esté fondeado tranquilamente en su estrecha bahía. No soy de los que desconocen los altos merecimientos de esta escuela, ni pretendo de ninguna suerte menguarlos. Tengo siempre en la memoria el denuedo con que riñó batallas, combates y escaramuzas contra ese socialismo de baja estofa, que hoy también ha encontrado intérpretes en los debates del Ateneo, contra ese socialismo que empieza pidiendo herramientas de trabajo, y concluye negando á Dios. Sé que la debo muchos y buenos oficios. ¡Oh!, sí, es mucho lo que debe mi pobre entendimiento á la escuela de los Smith, Say y Bastiat. Cuando ahora cae de nuevo un libro economista en mis manos, se me figura que recibo la visita de mi buena y anciana nodriza. Á ésta la estrecho entre mis brazos, pensando en el amante esmero con que en otro tiempo puso en mis labios el jugo de la vida. Á aquél le tiendo una mirada cariñosa, busco y leo con placer algún capítulo, cuya huella no se haya borrado de mi espíritu, y torno á colocarlo con el mayor cuidado en su estante, recordando que en otro tiempo ha provisto mi carcaj de escolar con firmes y aguzadas saetas.

      Conste, pues, que me duele profundamente el ver al Sr. Rodríguez tan individualista. Sería muy largo el asunto, y no tengo en este instante tiempo ni oportunidad para dar explicaciones sobre este mi metafísico dolor. Día y ocasión llegarán tal vez en que sea más pertinente el hacerlo.

      Mas el Sr. Rodríguez es un individualista que ha puesto siempre su palabra y su pluma al servicio de todas las grandes causas sociales. Con esto y con la afición que de poco acá se le ha despertado al estudio del Derecho, todavía puede esperarse que rectifique y temple algún tanto su espíritu intransigente. De un hombre de talento se puede esperar mucho; pero de un hombre de talento y sincero, debe esperarse todo.

      Como no acostumbro á ocultar nada, tampoco quiero ocultar al Sr. Rodríguez uno de los efectos que me produce. He pensado muchas veces que el señor Rodríguez es el único que entre nuestros políticos conserva pura la tradición progresista. Creo ver en él el único ejemplar que hoy nos queda de aquella insigne raza de hombres fervorosos y resueltos, exagerados quizá en su odio á las instituciones del pasado, como en su amor á la libertad, pero firmes y generosos en sus pensamientos y en su conducta. El señor Rodríguez es, como si dijéramos, el último Abencerraje del progresismo. Si algún día tienen mis semblanzas el honor de pasar á la categoría de zarzuelas, pido al ilustre compositor que lleve á cabo tan meritoria empresa no deje de poner á ésta por música el himno de Riego.

      No rías, mancebo presuntuoso, tú que apellidas cándidos á los hombres del progreso y reservas tus frases más ingeniosas y sarcásticas para el momento en que percibes los acordes del himno de Riego. Recuerda que al son candencioso de este himno derramaron tus padres mucha sangre por darte la libertad, que acaso tú no sabrías conquistar. Recuerda que vibró cual música de esperanza en los oídos de muchos moribundos mártires de la libertad y sonó aterrador en los alcázares de los tiranos. Quiero confesarte una debilidad, joven imberbe. Yo, cuando es cucho el himno de Riego, creo oir entre sus notas agudas y enérgicas los gritos triunfales de los héroes que lucharon hasta morir por la madre patria y por la santa libertad, y derramo lágrimas de gratitud y de alegría. ¡Lloro, joven escéptico, lloro como un cursi!

      La oratoria del Sr. Rodríguez es genial y espontánea. No busca ni esquiva el efecto; esto es, no se entretiene en limar esmeradamente los períodos, pero tampoco llega su austeridad científica, y por ello le felicito, á despojarlos torpemente de sus galas cuando acuden ataviados á su lengua. Toda idea, por abstrusa que sea, puede expresarse en un período castizo, sonoro y terso, y no necesita, como algunos suponen, andar á tajos, barbarismos y mandobles con la gramática para darse á luz. Es flúido sin dejar de ser sencillo, castizo sin pedantería y enérgico sin afectación. Tampoco deja de poseer todo el donaire y gracejo que caben dentro de los límites que le impone la nunca desmentida y tradicional gravedad de su partido. No echemos en olvido que, ante todo, es el progresista, es decir, la imagen perfecta de la aguja imantada que sólo abandona por breves instantes la idea que señala. Pero es el progresista que guarda en su pecho, como precioso tesoro de padres á hijos trasmitido, toda la fe, todo el aliento y toda la inocencia de aquel memorable partido. No sé quién ha dicho que el partido progresista vivió durante algunos años con una idea y una cebolla. Yo creo que el Sr. Rodríguez sería capaz hasta de prescindir de la cebolla.

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UANDO oigo decir que en España abunda el talento, mi pensamiento va á parar sin saber cómo al Sr. Canalejas. Cuando me dicen que escasean la diligencia y el carácter, sin saber cómo también pienso en el docto presidente de la sección de Literatura. Por más que no acabe de convencerme de que el talento busca puerto en nuestra patria con preferencia á otros puntos del globo, no cabe duda que el Supremo Hacedor mostróse pródigo y hasta rumbón, como acá decimos, y aun se le fué la mano con alguno de mis compatriotas.

      ¡Excelente cosa es el talento! Que lo diga, si no, el Sr. Perier, que en esta materia es testigo de mayor excepción. ¡Cuántas cosas buenas se pueden hacer con talento! Entre ellas, una semblanza de gracioso corte que agrade á los lectores y no disguste al orador. Lo cual es mucho más difícil que inflar un perro.

      Para mí, el talento del Sr. Canalejas es materia de dogma. Aparte de que mi entendimiento así me lo dice, tengo otro motivo para creerlo. Es un motivo fantástico. Han de saber ustedes que allá en los tenebrosos laberintos de mi cerebro, he dado en representarme, sin que tenga fuerzas para huir esta insensata imaginación, las ideas y las cualidades del espíritu por los colores de la materia. Así que al amor me lo figuro blanco, á la simpleza rosada, al talento azul, al país rojo y á los constitucionales verdes. El Sr. Canalejas lleva siempre delante de sus ojos unos espejuelos azules. No me cabe duda, tiene talento.

      Creo haber dicho ya, y si no lo he dicho lo digo ahora, que el talento del Sr. Canalejas está contrarrestado por un carácter enteco y tornadizo. Esto al menos se dice de público, y esto debemos creer pensando mal, que es la mejor y más fácil manera de acertar. En el espíritu del Sr. Canalejas han contraído matrimonio un talento macho y un carácter hembra. Y como este matrimonio no se ha verificado como el Santo Concilio de Trento lo dispone, para los buenos creyentes es un nefando concubinato.

      La voz del pueblo (vox Dei) acusa, además, al señor Canalejas del feo pecado de holgazanería. Confesemos que en esta ocasión la voz de Dios ha dado un gallo. Para mí el Sr. Canalejas es un prodigio de actividad. Sólo con actividad, y con mucha actividad, se alcanza un nombre esclarecido en la literatura, en el foro y en la filosofía. Pero nuestro presidente sostiene lucha desigual, que agotará sus fuerzas, con un enemigo terrible: el tiempo. El tiempo es la materia primera de todo sabio, y sin ella no es posible laborar ciencia. Así se explica que el señor Canalejas aborde con denuedo todos los problemas del pensamiento humano y los abandone cuando aún no está bastante saturado de ellos. Yo hubiera deseado más verle ahondar en la ciencia de la estética, que tanto contribuyó á propagar en nuestra patria, que hallarle cual frívolo mancebo requebrando de amores, ora á los estudios de erudición literaria, ora al derecho, ora á la filosofía. Necesito hacer una salvedad. Si el Sr. Canalejas se ha dedicado al estudio del Derecho—incompatible, á mi juicio, con otros de distinta índole—por pura afición ó deseo de saber, merece que le censuremos acremente. Mas si ha dedicado sus talentos á la jurisprudencia tan sólo para alcanzar por su intercesión lo que no ha podido recabar por vías más amables, entonces sólo nos resta lamentarnos amargamente de que en nuestro país necesite un literato insigne sacrificar su vocación en aras de las necesidades físicas.

      He dicho que el Sr. Canalejas tenía talento, y no me vuelvo atrás. Sobre que sería igual que me volviera, pues no dejaría por eso de tenerlo. Conviene que determine ahora de qué clase es su talento. Acerca de esto

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