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Un Rastro de Vicio . Блейк Пирс
Читать онлайн.Название Un Rastro de Vicio
Год выпуска 0
isbn 9781640297746
Автор произведения Блейк Пирс
Серия Un Misterio Keri Locke
Издательство Lukeman Literary Management Ltd
—Casi cinco horas en este momento —dijo Edward, hablando por primera vez mientras se sentaba frente a Ray—. Ella llamó a su madre al mediodía para decir que iba verse con una amiga que no había visto hacía tiempo. Son casi las cinco p.m. ahora. Ella sabe que se supone que debe reportarse cada dos horas cuando sale, aunque sea un mensaje de texto para decir dónde está.
—¿A ella nunca se le olvida? —preguntó Ray, manteniendo su tono neutral de tal manera que solo Keri captó el escepticismo subyacente. Ninguno de los Caldwells habló por un instante, y a Keri le preocupó que Ray los hubiera ofendido. Finalmente Mariela respondió.
—Detective Sands, sé que es difícil de creer. Pero no, a ella nunca se le olvida. Ed y yo tuvimos a Sarah tarde en la vida. Después de numerosos intentos fallidos, fuimos bendecidos con su llegada. Ella es nuestra única hija y tengo que admitir que ambos somos un poco, ¿cuál es la palabra, revoloteantes?
—Padres helicóptero —añadió Ed con una irónica sonrisa.
Keri sonrió también. Difícilmente podía culparlos.
—En todo caso —continuó Mariela—, Sarah sabe que ella es lo que más amamos en este mundo y sorprendentemente, ella no lo resiente ni se siente reprimida. Horneamos juntas en el fin de semana. A ella todavía le encantan las jornadas de ‘lleva tu hija al trabajo’ junto con su padre. Fue incluso conmigo a un concierto de Motley Crue hace unos meses. Ella nos consiente. Y porque sabe cuán preciada es para nosotros, ella es muy diligente en cuanto a mantenernos informados. Nosotros establecimos la política de ‘textea dónde estás’. Pero ella fue quien eligió la regla de las dos horas.
Keri observó a ambos con atención mientras hablaban. La mano de Mariela estaba en la de Ed, y él acariciaba el dorso de la de ella con su pulgar. Esperó hasta que terminara, entonces habló.
—Y si alguna vez lo olvidara, por primera vez, ella no se habría ido por tanto tiempo sin hacer contacto o contestar alguno de nuestros textos o llamadas. Entre los dos, le hemos enviado una docena de mensajes de textos y la hemos llamado una media docena. En mi último mensaje le dije que estaba llamando a la policía. Si los hubiera recibido, se hubiera comunicado. Como le dije a su teniente, el GPS de su teléfono está apagado. Eso nunca había sucedido.
Ese inquietante detalle quedó flotando en el aire, amenazando con imponerse a todo lo demás. Keri trató de sofocar cualquier señal que tendiera al pánico haciendo rápidamente la siguiente pregunta.
—Sr. y Sra. Caldwell, ¿puedo preguntarles por qué Sarah no estaba hoy en la escuela? Es viernes.
Ambos la miraron con una expresión de sorpresa. Incluso Ray lució atónito.
—Es el día después de Acción de Gracias —dijo Mariela—. Hoy no hay escuela.
Keri sintió que el corazón se le hundía. Solo un padre sabría esa clase de detalle y en la práctica, ella ya no lo era.
Evie tendría trece ahora. Bajo circunstancias normales, Keri habría estado negociando cómo asegurar el cuidado de su hija para poder venir a trabajar hoy. Pero ella no había vivido circunstancias normales desde hacía mucho tiempo.
Los rituales asociados con los recesos escolares y las vacaciones familiares se habían desvanecido en años recientes, hasta el punto en el que algo que solía ser obvio para ella ya no lo era.
Intentó responder pero salió como un murmullo ininteligible. Sus ojos se humedecieron y bajó la cabeza para que nadie pudiera verla. Ray vino a rescatarla.
—¿Así que Sarah tuvo el día libre, pero ustedes no? —preguntó.
—No —contestó Ed—, poseo una pequeña tienda de pinturas en el Westchester Triangle. No es como para decir que estoy nadando en dinero. No puedo tomarme muchos días libres —Día de Gracias, Navidad, Año Nuevo— eso es todo.
—Soy secretaria legal en un gran bufete en El Segundo. Normalmente estaría libre hoy, pero estamos preparando un caso enorme de cara al juicio y necesitan toda la ayuda disponible.
Keri aclaró su garganta y, confiando en que podía controlarse, se unió de nuevo a la conversación.
—¿Quién es esta amiga que Sarah iba a ver? —preguntó.
—Su nombre es Lanie Joseph —dijo Mariela—. Sarah tuvo amistad con ella en la escuela elemental. Pero cuando nos mudamos de nuestra antigua urbanización, perdieron el contacto. Francamente, hubiese deseado que quedara así.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Keri.
Mariela vaciló, así que Ed intervino.
—Vivíamos en South Culver City. No está demasiado lejos de aquí, pero la zona es mucho más miserable. Las calles son más rudas y también lo son los chicos. Lanie tenía una manera de ser que siempre nos incomodó un poco, incluso cuando era pequeña. Ha empeorado. No quiero hacer juicios, pero pensamos que ella se ha metido por un camino peligroso.
—Nosotros economizamos y ahorramos —intervino Mariela, abiertamente incómoda ante la idea de lanzar calumnias delante de extraños—. El año en que Sarah comenzó la escuela secundaria nos mudamos para acá. Compramos este sitio justo antes de que el mercado explotara. Es pequeño pero ahora no seríamos capaces de comprarlo. Casi que tampoco entonces. Pero ella necesitaba un nuevo comienzo con chicos diferentes.
—Así que perdieron el contacto —Ray insistió con gentileza—. ¿Qué les hizo reconectarse recién ahora?
—Ellas se veían un par de veces al año, pero eso era todo —contestó Ed—. Sin embargo, Sarah nos dijo que Lanie le envió un mensaje de texto ayer, y le decía que en verdad quería verla, que necesitaba su consejo. No dijo por qué.
—Por supuesto —añadió Mariela—, como ella es una chica dulce, que se preocupa por los demás, accedió sin vacilar. Recuerdo que me dijo anoche, ‘¿Qué clase de amiga sería, mamá, si no ayudara a alguien cuando más me necesita?’
Mariela se interrumpió, abrumada por la emoción. Keri vio a Ed darle un pequeño apretón de apoyo. Envidió a esos dos. Incluso en ese momento, al borde del pánico, eran un frente unido, terminando las frases del otro, respaldándose emocionalmente. De alguna manera su devoción y amor compartidos los protegían de venirse abajo. Keri recordó una época cuando pensaba que tenía lo mismo.
—¿Dijo Sarah dónde iban a verse? —preguntó.
—No, no lo habían decidido al mediodía. Pero estoy segura de que era por aquí cerca, quizás el Centro Howard Hughes o el Fox Hills Mall. Sarah no conduce todavía, así que tendría que ser un lugar con fácil acceso al bus.
—¿Puede darnos fotos recientes de ella? —preguntó Keri a Mariela, que de inmediato se levantó para ir a buscar algunas.
—¿Está Sarah en las redes sociales? —preguntó Ray.
—Ella está en Facebook. Instagram, Twitter. No sé dónde más. ¿Por qué? —preguntó Ed.
—Algunas veces los chicos comparten detalles en sus cuentas que son de ayuda en las investigaciones. ¿Conocen algunas de sus claves secretas?
—No —dijo Mariela mientras sacaba algunas fotos de sus marcos—. Nunca tuvimos motivos para pedírselas. Ella nos muestra todo el tiempo lo que publica en sus cuentas. Nunca parece que esté ocultando algo. Incluso somos sus amigos en Facebook. Nunca sentí la necesidad de preguntar ese tipo de cosas. ¿No hay forma de que tengan acceso a las mismas?
—Podemos —le dijo Keri—, pero sin las claves secretas, lleva tiempo. Necesitamos una orden de la corte. Y ahora mismo no tenemos una causa probable.
—¿Qué hay del GPS desactivado? —preguntó Ed.
—Eso ayuda a hacer un caso —contestó Keri—, pero a estas alturas todo es circunstancial en el mejor de los casos. Ambos han sido convincentes en cuanto a por qué esta situación es