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la estaba ayudando al venir. Sus pensamientos volvieron al baño de damas del centro comercial justo antes de irse; allí Lanie por fin se había franqueado de alguna manera con ella.

      —Dean es super-apasionado —le había dicho mientras una vez más revisaban su maquillaje en el espejo del baño—, y me preocupa que si no le sigo el paso, voy a perderlo. Es decir, él es tan sexy. Podría tener las chicas que quisiera. Y no me trata como una adolescente. Me trata como una mujer.

      —¿Es por eso que tienes esos moretones, porque te trata como una mujer?

      Trató de captar los ojos de Lanie en el espejo, pero su amiga se rehusó a verla directamente.

      —Solo estaba molesto —dijo—. Dijo que yo estaba avergonzada de él y que por eso no se lo presentaba a ninguna de mis respetables amigas. Pero la verdad es que ya no tengo esa clase de amistades. Fue entonces que pensé en ti. Me imaginé que si los dos se conocían, sería como matar dos pájaros. Él sabría que yo no le estaba escondiendo, y tú me harías ver bien porque al menos tengo una amiga que, ya sabes, tiene un futuro.

      Toparon con un bache y los pensamientos de Sarah volvieron abruptamente al presente. Dean se detuvo junto a un espacio paralelo a la calzada de una sórdida calle con una hilera de pequeñas casas, todas con rejas en las ventanas.

      Sarah sacó su teléfono e intentó por tercera vez enviar un breve texto a su mamá. Pero seguía sin señal. Era extraño, porque no se encontraban en una zona remota o algo parecido; estaban en el corazón de Los Ángeles.

      Dean estacionó el vehículo y Sarah guardó de nuevo el teléfono en su bolso. Si la recepción seguía así de mala en la casa, usaría un teléfono fijo. Después de todo, su mamá era muy comprensiva, pero irse por varias horas sin hacer una llamada de cortesía iba definitivamente contra las reglas familiares.

      Mientras caminaban por el sendero que llevaba a la casa, Sarah podía oír el ritmo palpitante de la música. El hormigueo de una incertidumbre cruzó su cuerpo pero ella lo ignoró.

      Dean golpeó fuertemente la puerta y esperó mientras alguien en el interior abría lo que sonaba como varias cerraduras separadas.

      Finalmente, la puerta se abrió con un crujido y mostró a un chico cuya cara estaba oculta bajo una masa de largos y desordenados cabellos. El fuerte olor a yerba se esparció y golpeó a Sarah de manera tan inesperada que comenzó a toser. El hombre vio a Dean y le dio un suave golpe con el puño, abrió entonces por completo la puerta para dejarlos pasar.

      Lanie entró y Sarah permaneció detrás de ella, muy cerca. Separando el vestíbulo del resto de la casa, estaba una gran cortina de terciopelo rojo, como algo sacado de un cursi acto de magia. Cuando el melenudo volvió a echar las cerraduras detrás de ellos, Dean corrió la cortina y los guió hasta el recibidor.

      Sarah se sintió impactada con lo que vio. La habitación estaba repleta de divanes, sofás de dos puestos y pufs. En cada uno de ellos había parejas liándose y en algunos casos, haciendo algo más. Todas las chicas se veían como de la edad de Sarah y la mayoría se veía bastante drogada. Unas pocas parecían haber perdido el conocimiento, lo que no impedía que los hombres, todos los cuales se veían mayores, continuaran haciéndolo. La vaga sensación de inquietud que había sentido mientras caminaba hacia la casa regresó, pero ahora más fuerte.

      Este no es un lugar en el que quiera estar.

      El aire estaba saturado de yerba, y de algo más dulce y más fuerte que Sarah no reconoció. Casi como una señal, Dean le pasó un pitillo a Lanie. Esta aspiró profundamente antes de ofrecérselo a Sarah, que lo rechazó. Decidió que ya tenía bastante con aquel sitio, que se veía como el set de una vieja película porno.

      Sacó su teléfono para pedir un Uber, pero vio que seguía sin señal.

      —Dean —gritó por encima de la música—, necesito llamar a mi mamá para hacerle saber que llegaré tarde, pero no consigo conectarme. ¿Tienes un teléfono fijo?

      —Por supuesto. Hay uno en mi habitación. Te lo mostraré —contestó solícito, desplegando de nuevo esa amplia, cálida sonrisa, antes de girarse hacia Lanie—. Nena, ¿me buscas una cerveza en la cocina? Es por allí.

      Lanie asintió y se encaminó en la dirección que él le había señalado, mientras Dean indicaba a Sarah que le siguiera por un corredor. Ella no estaba segura de porqué había mentido sobre la necesidad de llamar a su mamá. Pero algo en esta situación la hizo sentir como que no sería bien recibido que ella dijera que quería largarse.

      Dean abrió una puerta al final del pasillo y se apartó para dejarla entrar. Ella miró en derredor pero no vio teléfono alguno.

      —¿Dónde está tu teléfono? —preguntó, volteando hacia Dean mientras escuchaba que la puerta se cerraba. Vio que él ya había girado el cerrojo y colocado la cadena junto al dintel de la puerta.

      —Lo siento —dijo, encogiéndose de hombros, pero sin sonar para nada arrepentido—, debo haberlo trasladado a la cocina. Supongo que lo olvidé.

      Sarah sopesó qué tan agresiva necesitaba ser. Algo no andaba nada bien allí. Estaba encerrada en un dormitorio de lo que parecía algo cercano a un burdel, en una parte sórdida de la Pequeña Armenia. No estaba segura de qué tan efectivo sería pedirle que saliera, bajo las actuales circunstancias.

      Sé dulce. Actúa como ignorante. Solo sal.

      —Está bien —dijo animada—, vayamos a la cocina entonces.

      Mientras hablaba escuchó que tiraban de la cadena. Se volvió para ver que la puerta del baño se abría, mostrando a un enorme hispano con una camiseta blanca parcialmente subida sobre su enorme y peluda barriga. Su cabeza estaba afeitada y tenía una larga barba. Detrás de él, estaba echada, en el suelo de linóleo del baño, una chica que no podía haber tenido más de catorce. Solo tenía puestas las pantis y parecía estar inconsciente.

      Sarah sintió una opresión en su pecho y que su respiración se aceleraba. Intentó ocultar el creciente pánico que sentía.

      —Sarah, este es Chiqy —dijo Dean.

      —Hola, Chiqy —dijo ella, obligándose a mantener la calma en su voz—. Siento tener que cortar, pero voy a la cocina a hacer una llamada. Dean, si pudieras abrirme la puerta.

      Decidió que en lugar de tratar de encontrar la cocina, donde dudaba que hubiera un teléfono de todas formas, se dirigiría directo a la puerta principal. Una vez afuera, le pediría a alguien un aventón. Entonces llamaría al 911 para conseguir ayuda para Lanie.

      —Déjame verte mejor —ordenó Chiqy con una voz cavernosa, ignorando lo que ella había dicho. Sarah sintió ganas de vomitar.

      —¿Qué piensas? —preguntó Dean ansioso.

      —Creo que con un vestido veraniego y unas trenzas tendremos una sólida fuente de ingresos aquí.

      —Me voy ahora mismo —dijo Sarah, y se apresuró a ir hasta la puerta. Para su sorpresa, Dean se apartó, con una mirada divertida.

      —¿Usaste el amortiguador para que ella no pudiera llamar o enviar un mensaje de texto? —escuchó que Chiqy preguntaba detrás de ella.

      —Sí —contestó Dean—, la observé muy de cerca, Intentó muchas veces pero nunca pareció hacer conexión. ¿O sí, Sarah?

      Luchó torpemente con la cadena y casi logró quitarla cuando una inmensa sombra bloqueó la luz. Comenzó a girarse pero antes, sintió un golpe seco en la parte de atrás de su cabeza y todo se volvió negro.

      CAPÍTULO UNO

      El corazón de la Detective Keri Locke latía con fuerza. Aunque se hallaba en medio de una enorme estación de policía, se había desconectado de todo lo que la rodeaba. A duras penas podía pensar con claridad mientras contemplaba el correo-e en su teléfono, rehusándose a creer que fuera real.

      dispuesto

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